Jorge y el Perú

Vi por última vez a Jorge Santistevan de Noriega el jueves 22 de marzo. Fui a su encuentro urgido por un trabajo que me había encomendado una firma internacional especializada en focus grupales e individuales con líderes de opinión. En éste último rubro Jorge destacaba por el importante papel que cumplió al servicio del país desde la alta función de primer defensor del Pueblo.

Resultó algo difícil persuadirlo para que me concediera la entrevista, al no dejarme entender sobre los fines que perseguía la misma y su carácter confidencial. “Esto no se publicará, Jorge – le argumenté por la vía telefónica, abusando de los años de amistad y cordialidad que nos unía, y que  se alimentaba cada martes en un célebre almuerzo limeño –, tus opiniones servirán para cruzarlas con las de otras personalidades y establecer una media de cómo ven la coyuntura nacional”.

“Maestro, estoy muy enfermo – me replicó, con la voz entrecortada – y no he concedido ninguna entrevista últimamente. Por tratarse de ti, lo haré esta vez. Ven el jueves a mi estudio”.

Con esta anuencia, me hice presente en su despacho particular de la cuadra 15 de la avenida Pardo, Miraflores. Meses antes supe del cáncer que lo aquejaba y de su determinación para luchar contra este flagelo de las células devoradoras. Como firme candidato a padecer este mal (llevo a cuestas el trastorno de la celiasis, la incapacidad de ingestar derivados del trigo que al mínimo descuido puede producirme un cuadro oncológico) sé que el cincuenta por ciento de nuestra mínima salvación radica en el ánimo de confrontarlo. “Un maldito cangrejo no me acabará” decía mi querida amiga Mariana de Orbegoso.  Estoy seguro que su firmeza, al menos, le complicó el trabajo al maldito cangrejo antes de hacerla sucumbir.

Bajo esta premisa saludé a Jorge con emoción y sonriéndole. Le dije que él era un luchador consagrado y que este episodio de la enfermedad sería otra batalla ganada. Devolvió la sonrisa,  asintiendo mis palabras. Cubría su cabeza un sombrero de toquilla y se apoyaba en un bastón. Sin mucho preámbulo inicié mi cuestionario con la misma pregunta hecha a otros personajes nacionales: “Jorge, ¿cómo defines al Perú?”.

Hizo una larga pausa. Meditó no menos de 20 segundos para luego responder lo siguiente: “El Perú es un país con una historia muy antigua y al cual, en pleno siglo XXI, se le presenta la oportunidad que a su grandeza cultural, etc., se le sume una contribución importante en la economía mundial. El Perú está en este momento en una situación de expectativa que, si la sabemos manejar, va a cumplir su propósito.”

No me es posible revelar más de la entrevista (repito, tuvo un carácter confidencial) pero me bastan estas últimas palabras de Santistevan de Noriega ante la grabadora del periodista y amigo, para proyectarme en sus sueños, convicciones y esperanzas. Jorge sintió hasta el final de sus días lo mismo que albergamos muchos de sus compatriotas: el Perú atraviesa un gran momento, tenemos las oportunidades abiertas y todo depende de cómo lo sepamos manejar. Ojalá que desde la dimensión acogedora de su alma buena y limpia, siga entusiasmado con el destino de este contradictorio pero amado país.