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Jueves 26 de abril 2012

Ser universitario en Chile: la experiencia de una deudora

Por: Alejandra Araya B.
Ser universitario en Chile: la experiencia de una deudora
Foto: elciudadano.cl

Este año cumplo un hito en mi vida. No es tener un hijo, no es plantar un árbol, no es escribir un libro.Este 2012 pagaré mi última cuota del Fondo Solidario y tras once años de cancelar religiosamente el 5% de mis ingresos anuales, siento un profundo alivio.

Durante los últimos doce años de mi vida he recibido una gentil carta de mi universidad, recordándome que debía hacer los trámites para acreditar los ingresos recibidos el año anterior y detallándome los castigos que me podían imponer si no cumplía con mi obligación. Era como mantener el cordón umbilical con mi casa de estudios, por eso la carta de este año tuvo un sabor especial: finalmente, me independizaba, era como lograr la mayoría de edad.

Hoy poco se habla en Chile del Fondo Solidario. Otros mecanismos de financiamiento como el Crédito con Aval del Estado o el Crédito Corfo lo han dejado olvidado en un rincón. Sin embargo, en los 90 era la gran opción para financiar los estudios superiores, con una salvedad: sólo accedían a éste los estudiantes de las universidades del Consejo de Rectores.

En pocas palabras, y para que usted lo entienda en Lima, Tegucigalpa, Bogotá o La Paz, el Fondo Solidario es un préstamo que se da en Unidades Tributarias Mensuales (UTM, unidad de cuenta usada en Chile para efectos tributarios y de multas, actualizada según la inflación), con una tasa de interés anual de 2%. El plazo para devolverlo es de doce años, y 15 si la deuda es mayor a 200 UTM.

Recuerdo que cuando estudiaba mis amigas de las dos principales universidades del país me contaban que en sus planteles no era muy complicado obtener este beneficio. En cambio, en la Universidad de Santiago, donde yo estudié, era todo un parto. La razón era sencilla: allí llegábamos todos los buenos alumnos de liceos fiscales o subvencionados pobres, por lo que un altísimo porcentaje de alumnos necesitaba ayuda, y el dinero era completamente insuficiente.

Era así como al entrar a la universidad debiamos hacer una eterna fila para exponerle a la asistente social nuestra situación económica.Mi abuela, no muy convencida de que tuviera que ''llorar miseria'' la nieta que le cayó en su vejez y a la que debía mantener sola –como ella sentenciaba-, hacía solita los trámites y dejaba claro que era jubilada y que con esa plata con suerte comíamos. Ese era el único momento en que ser pobre era un privilegio. Porque hijos de familias bien constituidas, con ingresos cercanos al millón de pesos mensuales (unos US$2.000), en ese ambiente, eran casi millonarios. Por ende, ahí radicaba el mayor problema del sistema: no alcanzaba para la clase media. Pese a todo, y gracias a mis buenas notas y por ser pobre, me dieron la beca Ministerio de Educación (Mineduc), la beca Presidente de la República y 90% de préstamo.

Durante los cinco años de carrera, semestralmente teníamos que firmar un pagaré y con el humor ácido de nuestra idiosincrasia, nos preguntábamos entre los estudiantes si ya le habíamos vendido el alma al diablo, y nos mostrábamos el papelito amarillo que así lo acreditaba.

Me titulé, obtuve mi primer trabajo de periodista y a los dos años recibí por primera vez la mentada carta para que declarara mis ingresos. Desde entonces he cambiado varias veces de dirección, pero la carta siempre se las ha arreglado para llegar, como si tuviera un olfato especial para encontrarme.

Hace unos cuatro años conversé con una periodista recién egresada de mi universidad, a quien le pregunté por qué los estudiantes universitarios ya no hacían movilizaciones pidiendo más apoyo financiero, una lucha que era tradicional en mi época. Me contestó simplemente que las ayudas eran suficientes. Claro, todavía no se daban cuenta de que tendrían que pagar.

Esta semana, el ministro de Educación de Chile, Harald Beyer, anunció la salida de los bancos del sistema de créditos estudiantiles. Y si bien la medida es un superficial coqueteo con la idea de terminar con el lucro en la educación chilena, al revisar la nueva propuesta de financiamiento encuentro muchos elementos similares al del Fondo Solidario que me costeó mis estudios universitarios, como por ejemplo, una tasa anual de 2% y que sólo se cobrará cuando el profesional comience a trabajar.

Sin embargo, hay algunas diferencias: la cuota no sobrepasará el 10% del sueldo (el máximo del Fondo Solidario es 5%); y que si bien son 180 pagos mensuales, con un periodo máximo de 15 años, si después de ese tiempo la deuda no se cancela, se condona.

El Fondo Solidario que viví en los 90 tenía dos grandes problemas: era insuficiente y los egresados no pagaban –aún recuerdo los escándalos cuando se detectaba que políticos o sus hijos no lo habían devuelto. Pero sí lograba su objetivo, apoyar financieramente a los sectores más pobres (hoy tengo amigos ingenieros y médicos que lo son gracias a ese respaldo)... Aunque también es cierto que salí sobreendeudada de la universidad, y para peor, en UTM, la que se iba reajustando de acuerdo al IPC (Índice de Precios al Consumidor).

Este año, que declararé por última vez mis haberes, y después de pagar once años de acuerdo a mi sueldo como periodista, puedo confesar que debo aproximadamente la mitad de los millones que adeudaba cuando me titulé, ya que he debido pagar intereses e inflación. Por eso, de cara a un mejor futuro, creo que si se busca que un sistema de préstamo sea solidario, el acento debería estar puesto en una característica que lo convierte en tal: la condonación de la deuda, después de un periodo de años de pagos regulares.

(Fuente: América Económica)

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