Hacerse a la mar es una de las experiencias profesionales más gratificantes que puede experimentar el hombre, ya sea en razón al comercio, a la pesca, al turismo o a la defensa. Cada zarpe trae consigo emoción, deleite y aventura, pero también peligros que se presentan inusitadamente por embate de la naturaleza, por descuido en la navegación, por acción naval o por piratería internacional. Los peligros a los que se enfrentaban constantemente los antiguos marinos casi a ciegas, como el mal tiempo, los accidentes geográficos o los abordajes, hoy pueden ser prevenidos en la mayoría de los casos con mucha anticipación. Sin embargo, a pesar de que los navegantes cuentan con diferentes procedimientos e instrumentos para evitar colisiones o varadas, aquellos accidentes se presentan de cuando en cuando, con el consecuente impacto noticioso que suscitan ya sea por la lamentable pérdida de vidas humanas o por daños ecológicos causados al mar.
A bordo del trasatlántico Titanic en su viaje inaugural, la noche del 14 de abril de 1912, se sucedieron varios descuidos en la navegación que llevaron al buque a chocar contra un iceberg. Tres horas después se hundía irremediablemente. Aquella tragedia costó la vida de más de 1,500 personas. Se conoce que el marino británico Edward John Smith, capitán del trasatlántico, se comportó a la altura de las circunstancias hasta que las gélidas aguas del Atlántico norte lo vencieran, siendo fiel a las más antiguas tradiciones del mar que demandan al capitán ser el último en abandonar su buque o hundirse con él.
A cien años del final de la nave que sus constructores calificaron de “insumergible”, el crucero Costa Concordia zozobró en la isla del Giglio en aguas italianas, donde murieron varias personas entre ellas dos compatriotas. A diferencia del Titanic, en el Costa Concordia el consuetudinario arrojo marinero del capitán estuvo ausente. Al percatarse del hecho, el capitán de puerto de Livorno, capitán de fragata Gregorio de Falco, le exigió con firmeza al capitán Francesco Schettino que regresase a su buque y que tomase el control de la situación.
Estos acontecimientos ponen en relieve la figura del capitán o comandante de buque. De él escribió Joseph Conrad, que “en todo buque hay un hombre quien en la hora de la emergencia o peligro en el mar, no puede acudir a nadie; hay un hombre quien es el responsable en última instancia por una navegación segura, del rendimiento de la maquinaria, del disparo preciso y de la moral de su tripulación, es el Comandante, él es el buque”.
La principal obligación de los capitanes o comandantes es la de garantizar la navegación segura de sus navíos, en particular de aquellos que por viajes de turismo u operaciones navales tienen a su cargo muchísimas vidas y que desplazan cientos o miles de toneladas. Para alcanzar el privilegio de comandar uno de estos gigantes del mar, se empieza desde muy joven como oficial a bordo. En el andar de su carrera, el futuro comandante –además del cabal conocimiento de las ciencias marítimas adquirido en aulas– irá ganando experiencia marinera, habilidad en la maniobra, y a su vez dominará equipos, sistemas y doctrinas.
Una vez investido de tal responsabilidad, el capitán estará listo para enfrentar todas las emergencias que se pudiesen presentar en puerto o en la mar, que de no ser controladas a tiempo pueden llegar a acarrear catástrofes como la del Titanic. Su prestigio y su honor estarán a prueba a cada minuto que gobierne su buque. Y al final de su última travesía dejará el mando con la certeza de que pocas experiencias en la vida le habrán dado más satisfacciones (Con información del diario Expreso).
(*)Capitán de Fragata AP.