Entre un rey cazador y una reina vegetariana, entre un monarca taurómaco que rehúye la música y una reina melómana que se abraza a osos panda tarde o temprano tenía que haber un triste final. Y este parece llegar para Don Juan Carlos y Doña Sofía.
Los reyes de España viven su peor momento tras 50 años de matrimonio luego de filtrarse que el monarca habría estado en Botsuana con su amante, una princesa alemana.
La noticia cayó como baldazo de agua fría para muchos pero no para Sofía, que sabe muy bien de qué pie cojea su marido.
Ella ha vivido por años las constantes infidelidades de su esposo pero ha sabido guardar las apariencias, el recato, y hasta la vergüenza propia para no ver mancillar la imagen de una monarquía que por años fue orgullo de los españoles, pero que nunca sintió como suya.
Si hoy se trata de una germana, en el pasado estuvieron “la decoradora balear”, “la vedette”, “las dos Palomas” o “las aristócratas”. La reina siempre calló por el bien de los demás.
Pocos o casi nadie en España pueden jactarse de conocerla. No tiene casi amigos y durante todo este tiempo siempre se ha esforzado por crear una barrera infranqueable para ocultar lo que piensa o siente.
Quizá por eso nunca congenió con Juan Carlos, más abierto a las relaciones amicales, vivaracho y locuaz.
Dicen que se casó por un arreglo real –típico entre las monarquías europeas– y a quien amaba de verdad era al príncipe Harold de Noruega. Lloró y pataleó pero nunca se opuso a la decisión de sus padres que le inculcaron un estricto sentido del deber que lleva hasta hoy.
Pilar Eyre, autora del libro “La soledad de la reina”, asegura que Sofía llegó por fin a sucumbir a los encantos de Juan Carlos y que durante los 13 años que vivieron de “rehenes” de Franco fueron los más felices de su vida.
Al fin de cuentas eran cómplices, tenían un proyecto común –recuperar la corona española–, y lo más importante era que el dictador era una especie de “aliado” al exigirle al joven príncipe una conducta intachable –ni la sombra de una sospecha– como condición para devolverles el trono a los borbones.
Todo cambió con la muerte de Franco, en 1977, cuando Juan Carlos se ve libre del tutelaje del tirano y da rienda suelta a sus pasiones.
“Ella se entera de la primera infidelidad de su marido poco después de que ‘El Caudillo’ falleciera. Cuando ésta se produjo, pusieron dormitorios separados y no volvieron a funcionar como matrimonio nunca más”, señala Eyre.
Al rey no le molestó en lo más mínimo y continuó con sus aventuras que, él creía, lo hacían más popular con los hombres españoles. Ella, mientras tanto, se refugió en el estoicismo.
Austera y sobria
Si en las actividades públicas y oficiales Juan Carlos y Sofía se muestran siempre sonrientes y hasta cálidos, en la privacidad lo que prima es la frialdad más absoluta, con muy poca comunicación.
A la reina le ha ayudado, claro está, el carácter, moldeado por la difícil infancia que vivió. Sus padres, los reyes de Grecia, fueron expulsados del trono y enviados al exilio con los pocos bienes que lograron sacar del país heleno.
Habría sido esta experiencia la que marcó a Sofía como una persona, por lo general, austera y sobria, alejada de los lujos propios de la nobleza. Juan Carlos, en cambio, le encanta el confort aunque no proyecte esa imagen ante sus súbditos.
La llegada de Sofía a España también fue difícil. El pueblo no vio con buenos ojos a esa extranjera –“la griega”, como le apodaron– que no hablaba el castellano y menos que compartiera sus costumbres.
Quienes la han tratado señalan que la reina hace todo lo posible por caer bien pero su ritmo pausado y frío termina por alejarla. Simplemente no es de las personas que cae bien a todos y menos pasa por ser el alma de las fiestas. Para eso está el querendón Juan Carlos, siempre popular y con la palabra adecuada.
Pero existe un hombre capaz de romper ese hielo en Sofía: Su hijo Felipe, a quien adora y por el que se ha desvivido. Si la reina ha aguantado todos estos años ha sido por el príncipe heredero pues ella sueña con verlo convertirse en rey.
Quizá ve en Felipe su oportunidad de oro para dejar atrás los convencionalismos de tantas décadas en el trono y la mentira de su matrimonio.
Dicen que al enterarse del accidente de su esposo en África, ella ni se inmutó y que solo regresó a España por el deber de esposa. En el hospital solo permaneció 30 minutos y ni uno más. “Que lo cuide la alemana”, habría dicho Doña Sofía, quien sueña con quitarse de una vez por todas esa pesada carga que es la monarquía.
(Fuente: Lamula)