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Martes 01 de mayo 2012

El Aloe Vera, lo verdadero de este aloe

Por: Fidela Huanacune
El Aloe Vera, lo verdadero de este aloe
Foto: blogs.laverdad.es

Me alegra sobremanera que el primer artículo que he redactado sobre el Aloe Vera, más precisamente sobre el jugo de esta benefactora especie del reino vegetal, haya suscitado más de una interrogante. Me genera gran satisfacción que las líneas que a título de introducción he escrito a fin de describir el potencial de este líquido milagroso hayan suscitado la curiosidad que el caso amerita. Todas merecen respuestas. No creo sin embargo cometer un error, al iniciar la respuesta a estas preguntas, si escojo la que tiene que ver con el hecho de que la palabra Vera vaya después de la de Aloe, completándola para formar el nombre compuesto Aloe Vera.

No hay nada mejor creo yo para dar, tal como he hecho en otras ocasiones, con la significación de la palabra Vera, que referirme por ejemplo a otra palabra compuesta en la que el vocablo Vera califica al otro al que acompaña, tal como sucede en el caso del nombre propio Veracruz, apelativo de un puerto mejicano, el puerto de la Verdadera Cruz. Pues Vera en el caso de la especie que nos concierne, juega exactamente el mismo papel, ya que nos señala que estamos refiriéndonos a través del vocablo compuesto Aloe Vera a una variedad entre la especie de las Aloe para la que reclamamos el estatus de verdadero. Y no otro.

Un estatus que se establece a partir del momento que definimos una línea demarcatoria que separa a la especie verdadera de aquellas que no lo son. O que en concreto son nada más que falsas. Es decir aquellas cuyas características no son las que muestran las plantas del Aloe Vera en general y, muy en particular, las del Aloe Vera Barbadensis Miller. Una especie, esta última, originaria de África, que fue introducida a América, a las Islas Barbados, de ahí lo de Barbadensis, por Cristóbal Colon entre finales del siglo XV e inicios del siglo XVI, y que fue identificada y clasificada poco más de dos siglos y medio después por el gran horticultor y botánico inglés Philip Miller.

Una especie, como en todas las verdaderas, que no son más que 4, un verdadero puñado en comparación a las cerca de 300 que no lo son, que crece en lugares de clima seco o semiseco, donde la planta sometida a condiciones extremas en lo que concierne a la presencia, o mejor dicho a la ausencia casi total, de agua, debe a través de sus llamados “estomates”, una suerte de pequeñísimos poros, obtener desde los vientos, lo poco del líquido elemento, poquísimo, que en forma de humedad estos transportan. O en su búsqueda permanente de algo de agua, hacer también que sus raíces penetren profundamente en la tierra hasta dar con la capa freática y encontrar así el líquido vital. Todo lo que hace que esta dinámica especie alcance en estas condiciones su máximo potencial de desarrollo.  

Cosa que no sucede en el caso de las que siendo Aloe no son uno de los verdaderos, como son, además del Barbadensis Miller, el Aloe Saponaria, el Aloe Ferox y el Aloe Arborescens, especies que crecen en lugares desérticos o semidesérticos, donde hay, reitero, muy poca agua. Pues los falsos aloes, cuyas hojas no alcanzan a crecer, salvo en muy, pero muy, raras excepciones, más de 30 centímetros, ni pensar en alcanzar los 60 como en el caso del Barbadensis Miller y los otros, ni la talla de estos últimos que a los 4 años, edad en la que alcanzan su madurez, llegan a medir más de un metro, no pueden desarrollar todo el potencial benéfico de los verdaderos. Ya que a diferencia de los verdaderos aloes, los falsos, al crecer en lugares húmedos o en sitios donde el agua fluye, muestran un proceso de crecimiento a todas luces atrofiado y no son más que especies pequeñas. Y en la naturaleza queridos amigos la talla óptima es sinónimo de plenitud, en este caso al servicio de la vida.

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