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REDES SOCIALES
Miércoles 02 de mayo 2012

Las malas costumbres no son eternas

Por: Wilfredo Ardito Vega
Las malas costumbres no son eternas
Foto: Referencial

Toda persona con un mínimo de sensibilidad por el medio ambiente debe sentirse cuestionada por el hecho que, cada año, con motivo de la fiesta de la yunza o cortamonte, miles de árboles sean talados en la sierra del Perú. Los cortamontes se celebran también en Lima, inclusive entre los prósperos migrantes que se reúnen en el Club Huancayo, en la avenida Javier Prado.

Es verdad que las yunzas afianzan y generan importantes vínculos sociales… ¿pero esto justifica la tala de los árboles? 

El cortamonte no es la única costumbre existente en el Perú que causa daños a la ecología.  Tenemos también la quema del muñeco de Año Nuevo, que se produce el 31 de diciembre en muchos lugares. En realidad, por más arraigada, o entretenida, que resulte una práctica cultural, puede tener consecuencias negativas. 

Así tenemos las prácticas que constituyen crueldad contra los animales: las peleas de gallos, el jalapato y las corridas de toros.  Pese a que más del 80% de los limeños las rechaza, éstas siguen realizándose en Acho, debido a que la minoría que las disfruta es muy poderosa.  Hasta el Embajador de Estados Unidos, en clara deferencia hacia la clase alta limeña, acude puntual a las corridas, pese a que en su país serían inaceptables. Muy lejos de Acho, se realiza todavía el Yawar Fiesta, cuyo carácter simbólico no le quita el sufrimiento que producen al toro y el cóndor.

Igualmente, existen costumbres que ponen innecesariamente en riesgo la vida humana. Todos los años, el juego con cohetes y cohetones causa centenares de quemaduras graves, muchas de ellas en niños. Sin embargo,  las prácticas culturales más terribles existentes en el Perú son el takanakuy o el charaje, que se realizan en las provincias cusqueñas de Chumbivilcas y Canas, respectivamente.  En ambos casos, comunidades enteras se atacan con piedras o a golpes en una sanguinaria batalla ritual, que frecuentemente deja muertos, discapacitados o heridos graves.  Y, por supuesto, las campesinas pobres terminan siendo también víctimas porque deben mantener a sus hijos y al marido lisiado.  

Estas inhumanas “celebraciones” son además promovidas intencionalmente por quienes venden alcohol a contrincantes y espectadores. En realidad, en todos los sectores sociales del Perú, el consumo descontrolado de alcohol suele tener consecuencias muy graves, pero las autoridades están muy lejos de parecer preocupadas por ello. 

Finalmente, otra práctica cultural que atenta contra los seres humanos son los castigos físicos hacia los niños, tan institucionalizados que continúan vendiéndose el “sanmartín” o látigo de tres puntas.  En algunos caseríos del Cusco, todavía se azota a los niños el ‘Viernes Santo’, con el extraño argumento que así ayudan a que sufra menos Jesús.  

En cuanto a las fiestas patronales, si bien cumplen funciones sociales y religiosas muy importantes, también tienen un lado negativo cuando generan gastos totalmente desproporcionados. “Tendré que dejar la universidad”, dice un joven de Huaycán, “porque mi papá aceptó ser mayordomo de una fiesta del pueblo donde nació y ya no puede pagar las boletas”.

¿Debemos resignarnos a que subsistan las costumbres que afectan la vida humana, que generan daños irreparables en la salud o que atentan contra el medio ambiente? En mi opinión, sería un fatalismo inaceptable. En toda sociedad, las costumbres cambian, por diversos factores.  Las mujeres ahora desarrollan trabajos que antes no les eran permitidos. Muchos limeños se están habituando a pagar a las trabajadoras del hogar lo que manda la ley.  Inclusive los indígenas amazónicos han cambiado muchas costumbres.  Hace medio siglo, por ejemplo, los shipibos celebraban el Ani Sheati, una gran fiesta con motivo de la extirpación del clítoris de las adolescentes. Ahora esta práctica, afortunadamente, es sólo un recuerdo. 

Si una costumbre es nociva, simplemente tiene que ser modificada y lo ideal es que la misma población que la práctica vaya cambiando. De lo contrario, puede ser necesaria la intervención del Estado. De esta forma, el pasado 31 de diciembre varios distritos  de Lima prohibieron la quema de muñecos de Año Nuevo. Van varios años en que los juegos de carnaval son menos violentos en Lima debido al temor a una sanción (el domingo pasado, estuve paseando por Barrios Altos sin mayor inconveniente).  

También está cambiando el polémico cortamonte. Desde hace tres años, en Jauja y Concepción se le está reemplazando por la fiesta del Sacha Talpuy o plantado de árboles.  La cantante Nelly Munguia es una de las propulsoras de esta iniciativa, que ha promovido también Pedro Barreto, el Arzobispo de Huancayo, cuya defensa del medio ambiente le ha generado muchos ataques por Doe Run. Más de veinte mil árboles han sido plantados desde entonces. Por su parte, la Municipalidad de Jauja ha dispuesto que, por cada árbol que se tale para una yunza, se debe plantar diez. 

Esperemos que en toda la sierra (y en el club Huancayo) este ejemplo cunda. Esperemos también que las otras costumbres que hacen daño a personas, animales o plantas pronto vayan desapareciendo.

Publicado el 21 de febrero del 2010 – (http://reflexionesperuanas.lamula.pe/2010/02/21/rp-292-las-malas-costumbres-no-son-eternas/reflexionesperuanas)

 

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