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Domingo 06 de mayo 2012

En busca del hijo perdido

Por: Jorge Bruce.
En busca del hijo perdido
Foto: Medio

Todos los padres que hemos extraviado a nuestros hijos en algún lugar, así sea durante algunos minutos interminables, podemos hacernos una idea mínima de la angustia del señor Vilca buscando a su hijo, a gritos, en la selva de Kiteni y Alto Lagunas. A mí me ocurrió en un bosque con mi hijo mayor, hace muchos años, y hasta ahora me estremecen las imágenes de terror que infestaban mi mente, hasta que lo encontré, sano y salvo. Por supuesto que no son comparables la búsqueda de un niño travieso y curioso con la de un valiente policía herido por terroristas y abandonado por su comando. Pero sí quiero insistir en la necesaria solidaridad que se establece cuando uno puede identificarse con el sufrimiento de otro como uno.

Si de algo pueden servir tragedias como esta, es para apuntar los reflectores hacia las clamorosas falencias de nuestra organización y vinculación social. Finalmente, este padre desesperado encontró el cadáver de su hijo gracias a la ayuda de dos personas de la zona, quienes habían visto el cuerpo del suboficial Vilca a 300 metros del lugar donde cayó el helicóptero. Prudente, don Dionisio salió sólo en compañía de estos dos lugareños para no comprometer la búsqueda de su hijo perdido. El resto es historia conocida: él, con la ayuda de dos civiles, logró en cuestión de horas lo que las FFAA y la PNP no habían conseguido en semanas. La portada del jueves en La República, en sus escuetos dolor y dignidad, tiene uno de los titulares más desgarradores que he leído en mucho tiempo: “General, he hallado a mi hijo: está muerto”.

La imagen del padre cargando el cuerpo de César Antonio, su hijo asesinado e insepulto, evoca poderosamente otra descrita hace más de veinte siglos: el cadáver de Polinices abandonado en las afueras de la ciudad por Creonte, el gobernante de Tebas. Su hermana Antígona, como Dionisio Vilca, no se resigna y desafía la decisión del Estado. En el agón, o discusión entre Antígona y Creonte, “esta reconoce con orgullo haber llevado a cabo el entierro y dice que lo ha hecho velando por el cumplimiento de las leyes no escritas. Creonte, por su parte, dice defender los derechos del Estado” (Presentación de Antígona, de Sófocles, en la edición Cátedra de las obras de Esquilo, Sófocles y Eurípides).

Desde Hegel, este debate es un clásico del enfrentamiento entre el individuo y el Estado, que pretende hacer prevalecer la realpolitik por encima de los sentimientos y la humanidad. La cacofonía de las declaraciones de responsables políticos y militares, que se han sucedido en el Perú, desde que este padre no se rindió y persistió en buscar y hallar el cuerpo de su hijo en la espesura dominada por terroristas, es el equivalente de ese antiguo desencuentro entre la frialdad burocrática y la fuerza de los afectos.

Todos los que nos identificamos con el coraje y el cumplimiento de “las leyes no escritas”, como Antígona o Dionisio Vilca, tenemos el deber de exigir la renuncia de los responsables de ese abandono. No basta, como ha hecho el Presidente, subrayar lo obvio, a saber que los Vilca, padre e hijo, son dos héroes. Es preciso que su sacrificio nos permita avanzar, y eso exige personas idóneas en cargos cuya conducción repercute en la vida o la muerte de nuestros conciudadanos. Antígona y la propia Eurídice, esposa de Creonte, tuvieron que suicidarse para que este comprendiera. Nosotros solo pedimos algunas renuncias, parar las mentiras y unos nombramientos más acertados (Con información del diario La República).

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