Los defensores de los derechos humanos acá y en el mundo se han convertido en una mafia que ha hecho del tema su medio de vida. Los precursores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que en el año de 1948 lanzaron sus 30 artículos, luego ratificados por la Asamblea General de las Naciones Unidas reunida en París, se retorcerían en sus tumbas de enterarse sobre el abuso que hoy hacen de la noble causa los abogados mercenarios que hoy lucran con ello.
Mientras los miembros del Comando Chavín de Huántar siguen a la deriva legal en cuanto a sus legítimos derechos y 15 años más tarde aún no los dejan en paz por presunciones increíblemente fantasiosas de un oscuro diplomático marxista japonés, o el asesinato de la capitán piloto Nancy Flores de la PNP y luego de los suboficiales Lander Tamani y César Vilca, pasa total y escandalosamente inadvertido y ninguno de nuestros criollos defensores de los derechos humanos dice algo.
En otro plano menos mediático, los abogados derecho-humanistas hoy se prestan a cualquier causa con tal de cobrar una comisión y la verdad es que han quedado muy alejados de aquellos ideales que enarbolaban los propulsores de las revoluciones inglesa, americana y francesa, génesis del movimiento.
Hitos históricos como la aparición en el siglo XVII del Hábeas Corpus y el Bill of Rights quedan burlados cuando una Comisión de la Verdad ni siquiera cita a uno de los testigos principales de aquellos luctuosos sucesos, porque confirma como a través de pantomímicos juicios “populares”, la gentuza que secuestró por 126 días a 72 rehenes no fueron más que terroristas que muy bien merecen estar en donde ahora están: bajo tierra.
Publicado el 10 de mayo de 2012 en el diario La Razón.