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Viernes 11 de mayo 2012

La crisis del 2008: la dimensión ética

Por: María del Pilar Tello (*)
La crisis del 2008: la dimensión ética
Foto: Andina

María del Pilar Tello

La crisis financiera iniciada el 2007 sigue siendo una amenaza. Se está produciendo lo que se temía, una crisis en W, que nos traerá mayores alteraciones en el acceso a la financiación y en la confianza de la gente. La sostenibilidad del sistema financiero mundial sigue en riesgo y la recesión puede profundizar la caída de la producción, del consumo, de la inversión y del empleo.

¿Habrían sido todo distinto si los directivos hubiese actuado con responsabilidad ética?, Este aspecto es poco mencionado cuando se habla de las causas de la crisis.Se dice que fallaron las personas que estaban al frente de organizaciones tan variadas como bancos, agencias de rating, organismos supervisores, bancos centrales, gobiernos y universidades. Que fueron planteamientos equivocados que trajeron conductas desacertadas que nos llevaron a una crisis profunda, grave y duradera. ¿Pero fueron errores técnicos y de dirección o también y fundamentalmente éticos?.

La pregunta es de respuesta compleja. Es muy fácil ser profetas del pasado. Se constata que hubo y sigue habiendo conductas moralmente incorrectas o dudosas relacionadas con algunas ideas fundamentales que llevaron a la pérdida de la confianza. La codicia parece estar en la base de dichos comportamientos, entendida no como simple búsqueda de beneficios o de lucro sino como exageración y hasta perversión del legítimo derecho a la ganancia que está en la base del sistema que permite la acumulación del capital.

Es verdad, pero la codicia no es un invento reciente, es un estimulo que ha movido siempre a la humanidad y por ello existen mecanismos de control para evitar que degenere en fraudes y corrupción sin hablar de excesos de especulación.

Pero el exceso tiene como marco la desregulación y la laxitud del control provocado por la creencia fundamentalista de que los mercados se regulan solos. Por ello en años recientes hemos asistido a cambios institucionales y regulatorios como la abolición en EEUU de la ley Glass-Steagall, que separaba la actuación de la banca comercial y de inversiones; incentivos a la concesión de hipotecas subprime, a cargo de empresas bajo patrocinio del Estado, como Fannie Mae y Freedie Mac; resistencia a la regulación de algunos derivados financieros, etc.[1]

Simultáneamente se crearon incentivos perversos como las altísimas remuneraciones de los directivos del sistema financiero, o la complicidad con deudores que compraban con intención de incumplir con los pagos, o la asunción de operaciones demasiado arriesgadas con la garantía explícita o implícita de los gobiernos, o los conflictos de intereses de las compañías de evaluación o agencias de rating, cuyos ingresos dependían de la valoración que daban a sus clientes, et. etc. Todos elementos que acentúan conductas poco o nada éticas.

Sin embargo preferimos levantar la noticia de los fraudes masivos como los cometidos por Bernard Madoff quien, dicho sea de paso es el único banquero tras las rejas a pesar del tiempo transcurrido y de no ser el único responsable. Incluso muchas de las acciones causantes de la crisis pueden haber sido legales lo cual no obsta para que sean muestras de conducta no ética, pues bien sabemos no todo lo legal es ético.

No lo es por ejemplo la ausencia de transparencia, la opacidad en las operaciones, la ocultación de información a los clientes, a los reguladores e incluso a los accionistas, que se producen al amparo de vacíos legales o simplemente porque la atención de reguladores, directivos y analistas se concentra en honores, gloria, riqueza, fama y todo lo que viene acompañando a la excelencia profesional relegando la buena disposición a descubrir ficciones, mentiras o distorsiones que van contra los propios deseos o implican autocríticas extremas o reorientación de valores.

Hay todo un listado de virtudes conculcadas que incluye la incapacidad de refrenar el deseo de éxito, de riqueza o de reconocimiento social, cuando son obstáculos para el correcto desempeño profesional. Y también la cobardía, la complicidad y la falta de fortaleza pues es difícil pensar que los directivos no se dieran cuenta de lo que estaba ocurriendo pero no quisieron tomar las decisiones difíciles que pusieran en peligro carreras y remuneraciones. En lugar de responsabilidad hubo soberbia, prepotencia y arrogancia en financieros, economistas, reguladores y gobernantes. Creían que todo lo sabían lo que los llevó a pensar que estaban por encima de los valores y las normas morales.

Nadie puede negar que hubo ocultación de información, asimetría le dicen, publicidad engañosa, multiplicación de operaciones innecesarias, altísimas comisiones, recomendaciones manipuladas y reparto de los costos y beneficios en la sociedad sin considerar el riesgo moral. Las instituciones financieras se aprovecharon de la responsabilidad limitada y de la excesiva confianza que les otorgamos basados en calificaciones de agencias que se equivocaron y siguen orondas poniendo notas a Estados y a empresas.

Se dice que la prudencia es la virtud principal del banquero y, del hombre de negocios pero pocos se acuerdan de ella cuando los crecimientos nacionales son altos, hay abundancia de liquidez, bajos tipos de interés y oportunidades extraordinarias de beneficios. Agencias de rating, oficinas gubernamentales reguladores, familias, empresas y entidades financieras dejan de percibir los riesgos con evidente imprudencia y optan por la complacencia que termina cuando comienza el pánico.

Y aquí aparece la noción de riesgo sistémico, es decir, el riesgo de falla del sistema, del que ninguna de las partes implicadas puede cubrirse por sí sola. Función que incluye a los reguladores y va más allá de ellos, que implica considerar los efectos de las acciones de cada uno de los agentes sobre los demás. Como lo profundiza Alexis González-Tello en su libro "La Reforma Financiera ante la crisis", ésta ha puesto de manifiesto que no basta prever y cubrir sólo los riesgos personales o individuales, que el peligro se da para todo el sistema y propicia que se convierta en sistémica afectando la estabilidad de todas las instituciones de la economía real.

Para los economistas una explicación ética puede no ser relevante si entienden la crisis sólo como fenómeno económico. La ética y la buena voluntad pueden ser nociones técnicamente inadecuadas pero esto es verdad a medias, los sucesos tienen dimensiones económicas, políticas, sociológicas y nadie puede negar que la confianza y la credibilidad tienen mucho que ver con el ámbito de la ética.

Las interpretaciones económicas de la crisis omiten las consecuencias de las decisiones como si estuvieran por encima del bien o del mal, No es así, la ética añade a la economía una concepción más rica de las motivaciones humanas, explicaciones distintas que pueden incluso ser más completas, que permiten perfilar mejor las consecuencias y las responsabilidades para identificar los problemas, entender mejor la naturaleza de los errores y las soluciones. Porque no se trata de una ética en abstracto, sino de una ética incorporada en los objetivos, estructuras y culturas de las organizaciones y decisiones de directivos y empleados. Una empresa ética será una empresa bien gestionada.

Una crisis financiera se evita por las conductas adecuadas de todos los agentes y por la calidad y eficiencia de los mecanismos de regulación, supervisión, información y control para contrarrestar incentivos perversos como la manipulación de las regulaciones y para evitar que los efectos indirectos de algunas grandes instituciones y mercados tengan un efecto desestabilizador mayor.

Hablamos de un clima distinto en el mundo de las finanzas en el que cada uno tenga alguna responsabilidad hacia el bien común y un rol en la creación y el mantenimiento de la confianza, cuya pérdida es una de las más importantes consecuencias de la crisis actual. La Ética no es una moda, pertenece a la vida de los seres humanos de forma indeclinable, nadie está más allá del bien y del mal.

Es verdad que no debe regularse todo, porque el exceso de regulación podría ser asfixiante y ahogar la creatividad y la flexibilidad necesarias en el mundo económico. Ello hace necesaria la autorregulación pero ésta sigue siendo insuficiente. Bien sabemos que la ética de la empresa no es la del desinterés pero si puede ser una ética del interés de todos los afectados por su actividad. Para, sobre todo, impedir que paguen los más débiles, los que se quedan sin trabajo, sin casa y sin empresa porque no pudieron cancelar la hipoteca, los inmigrantes que regresaron a sus países. Todo un mundo de dolor que pudo evitarse.


[1] Ver Joseph Stiglitz. « Le Triomphe de la cupidité », LLL. 2010

(*) Periodista y doctora en Derecho - Directora de la Escuela de Ciencia Política de la UNFV

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