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Martes 15 de mayo 2012

Perdiéndole el respeto a la cultura

Por: Grover Pango Vildoso.
Perdiéndole el respeto a la cultura
Foto: Medios

Hace ya varios años, como parte de una responsabilidad que había asumido, puse mi mejor empeño en conseguir la edición masiva de algunos textos fundamentales de la literatura peruana, como un complemento al proceso educativo nacional. Un pariente lejano de lo que hoy es el Plan Lector.

Uno de ellos era una novela extensa e imprescindible (excúsenme que no la mencione) para cuya edición estábamos a punto de hallar el financiamiento, pero la extensión encarecía los costos y desalentaba a los editores. Mi intervención llegaba a sus límites y sólo quedaba, como último intento, una propuesta final de éstos a los herederos legales del autor.

Grande fue mi sorpresa cuando supe que la propuesta había consistido en publicar una edición “resumida” de la novela (“edición epitomada” se decía) que los editores tenían preparada, en la que algunos capítulos, los “más interesantes” a juicio de éstos, se conservarían íntegramente, intercalados con una sumilla de los que “tenían menor interés”. Con toda dignidad los herederos del autor rechazaron la propuesta. Al saberlo no sólo les manifesté mi total coincidencia, sino que debí disculparme por no haber impedido que se produjera aquella reunión si hubiera sabido la naturaleza del ofrecimiento. A los presuntos editores sólo me quedó agradecerles, a regañadientes, su interés por colaborar.

Aquella incómoda experiencia me dejó pensando en la forma cómo se podía valorar una obra literaria; en este caso, una novela. Había una especie de prejuicio según el cual era posible fraccionarla y ofrecerla recortada. Tal vez la naturaleza misma de una novela, en la que suelen predominar sucesos, ocurrencias, acciones que discurren en el cruce de espacios y tiempos, promueva la posibilidad de fragmentarla, tentación menos frecuente en otros géneros literarios.

Recordé la anécdota mientras intentaba ensayar alguna respuesta al cómo, cuándo y por qué la cultura –en general- fue perdiendo su vigencia y el rol que se le tenía asignado. Aquello que Mario Vargas Llosa ha venido a señalar en su último libro, aunque el Nobel precise que no aspira a hacer una interpretación sobre la cultura contemporánea, sino sólo a dejar constancia de la metamorfosis que ésta ha experimentado. 

Por eso asociaba la experiencia aquella de la novela, esa embrionaria forma de “perderle el respeto” a través de un resumen, como si en el caso de la narrativa tuviera importancia sólo la sucesión de los acontecimientos y no la forma en que éstos se presentan gracias al arte de escribir bien.

Tal vez la escuela no supo o no pudo enseñar el disfrute de la buena lectura. No se descubrió el secreto preciso para que los chicos la sintieran como un despliegue hacia la libertad antes que una pesada obligación. No se logró inducir a los chicos al “vicio impune de la lectura”, según la frase del escritor francés Valery Larbaud. La casa tampoco ayudó mucho.  Tal vez se aceptó sin queja que se dude de la utilidad de la lectura literaria, que se le compare con el pragmatismo de las ciencias, como si ambas no fueran componentes básicos, aunque no únicos, del hombre íntegro que merecemos y necesitamos formar.

Vive el hombre de nuestros tiempos apurado y nervioso, como si siempre estuviera llegando tarde a una cita que nadie le ha extendido. Tal vez la única cita importante es la que tiene consigo mismo.

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COMENTARIOS
1 comentarios
jajaja si la lectura fuera una necesidad fisica, moral, intelectual etc etc y que nos alimenta el espiritu como lo hace la comida con el cuerpo, no habria tanto energumeno y analfabestia como larazonlarazon jajajajajajajajaja
16 de mayo 2012
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