Una final no apta para cardiacos, como la mayor parte de las grandes finales de la Copa de Campeones Europea. El Bayern de Múnich cayó finalmente en esta suerte de Batalla de Alemania, que lo fue en lo que se convirtió este encuentro disputado entre el muy londinense Chelsea y el muy, pero muy, muniqués, Bayern. Las expectativas fueron colmadas. Los minutos que se sucedieron fueron vividos con verdadera efervescencia por cientos de millones de tele-espectadores de más de 200 países que boquiabiertos presenciaron como los 22 jugadores se desplazaban estratégicamente a lo largo y ancho del Allianz Arena de Múnich cuyas graderías estaban colmadas por más de 68 mil espectadores.
No fueron suficientes los noventa minutos reglamentarios de juego. Tampoco los 30 suplementarios que se disputaron al extremo de poner a prueba la consistencia física de jugadores de primerísimo nivel técnico. Estaba escrito esta noche que para el Bayern de Múnich el gol de Muller, faltando 8 minutos para el final de los 90 reglamentarios, no le iba a ser suficiente. Un golpe de cabeza del marfileño Drogba, cuatro minutos después, se encargaría de mostrar que así sería. Ni tampoco, el tiro penal producto de la falta del mismo Drogba contra Ribery dentro del área; Cech se encargaría de atajar como se debía el tiro del intratable holandés Robben. Y conducir al trágico desenlace que son los tiros penales.
Y en una noche en la que los muniqueses imaginaban todo, pero todo, excepto la derrota, los del Chelsea, el equipo que le ha costado a su propietario, el ruso Abramovitz, 2 mil millones de euros, convirtieron 4 de los 5 penales que le correspondían, uno más de los que consiguió el Bayern, y se hicieron de esa épica manera con la victoria, consiguiendo su primera Copa de Campeones. Mostrando que en esta clase de encuentros nada está dicho hasta el último instante, nada, si de por medio el nivel técnico y el resto físico van hermanados con una férrea voluntad que conduce por las sendas del triunfo a quienes nunca renuncian a sus sueños de gloria. El caso innegable del Chelsea esta noche en tierra alemana.
Atrás queda el recuerdo de la final de la Copa de Campeones disputada en Moscú hace cuatro años en la que el Chelsea, también tras una serie de penales, vio como se le escapaba su primera Copa de Campeones y con eso un poco la vida, tras la gran resbalada de John Terry, el gran ausente esta noche en Múnich. Hoy, escribiendo esta página de gloria futbolística, los dirigidos por Roberto Di Matteo mostraron que este es un equipo con mística, con una forma de entender y vivir este deporte de multitudes que es el fútbol. Una filosofía que rebate todo argumento que reduce al Chelsea a no ser más que una escuadra que es producto del dinero y nada más que del impulso pecuniario de su propietario. Hoy el Chelsea mostró que es también una buena razón para justificar la pasión por el fútbol.
Bravo por el Chelsea, bravo por lo que le toca a este gran club en Inglaterra, un país que por el profesionalismo que muestran sus equipos en los campos de fútbol merece más noches de gloria como está. Bravo por Drogba, quien pasó de ser el salvador de su equipo al lograr el tanto de empate a ser el causante, aunque por instantes, de la derrota del Chelsea al generar el penal que felizmente para el cuadro londinense Robben marró, para convertirse al final en el hombre que le dio el triunfo, la victoria, su primera copa y la gloria, al Chelsea, tras traducir en gol el quinto tiro de la serie que hoy resultó fatídica para el Bayern de Múnich en su propio fortín futbolístico. Bravo y felicitaciones para el Chelsea. Y bravo por el buen fútbol.