Cipriani golpeó a Gastón buscando un doble efecto. Primero, una demostración de fuerza: puedo y soy capaz de prohibirle a alguien como Garatea que siga haciendo misa. Segundo, un mensaje de amedrentamiento: tengan cuidado quienes no agachan la cabeza frente a mí.
De hecho, sabía que se le vendría una serie de reacciones en contra, como las ha habido, pero se debe haber preparado para guerrear, fiel a su genio y figura.
Está claro que su siguiente paso ha sido salir a convencer de que la culpa la tiene Gastón por ser él quien se habría apartado de la línea católica y que las manifestaciones a su favor buscan en realidad debilitar a la Iglesia y a él. Maniobra hábil que pretende un cierra filas a su favor del gran número de creyentes católicos y de quienes siempre lo defienden por sus posiciones políticas.
Esta estrategia se expresa claramente en la reciente nota del Arzobispado de Lima. Se justifica la medida en “motivos suficientes y anteriormente advertidos”. El hecho de que no se diga cuáles son estos motivos podría ser el anuncio de que si sigue creciendo la defensa de Gastón se responderá tratando de descalificarlo con acusaciones más concretas. ¿Amenaza?
Lo absurdo es que en el mismo comunicado se precisa que esas motivaciones son “suficientes” para que Gastón no pueda ejercer su ministerio en Lima, pero sí fuera de la capital.
Lo de los enemigos de la Iglesia viene después: “Censuramos que algunas personas con fines totalmente ajenos a esta situación que se ha llevado con la máxima prudencia, respeto a las normas de la Iglesia y en un clima de caridad, busquen ahora victimizar a un sacerdote con el único objeto de sembrar confusión, hacer daño a su identidad sacerdotal y, al mismo tiempo, expresar la carga ideológica que los motiva y los aleja de la fidelidad a la Iglesia con manifestaciones y declaraciones que reflejan su rechazo o, por lo menos, su falta de respeto al magisterio de la Iglesia y sus pastores”.
Es increíble que una de las instancias máximas de una iglesia no tenga ningún reparo de expresar públicamente lo que es contrario a los hechos. ¿Alguien puede creer que quienes defienden a Gastón lo hacen por razones ideológicas? La pluralidad de los nombres lo desmiente.
Cómo se puede hablar de prudencia y caridad cuando el hecho objetivo es que Gastón no puede ejercer su sacerdocio en Lima, algo que venía haciendo desde hace más de 40 años. Y lo que ya suena a burla es que se diga que los que lo defienden son los que dañan su identidad sacerdotal.
No hay que permitir que Cipriani logre “poner una pica en Flandes”, como es evidente que quiere hacer. Que no nos logre voltear las cosas. Él es quien acostumbra ir más allá de lo que corresponde a la Iglesia. ¿O está bien, por ejemplo, que haya dado a entender sus simpatías sobre la candidatura de Keiko Fujimori? Él es quien constantemente le hace daño a la Iglesia. ¿O acaso le hace bien esta señal de intolerancia o el intento de apropiarse de la Pontificia Universidad Católica?
Ya es hora, además, de que nos formulemos una pregunta central: ¿Puede él, o cualquier representante de la iglesia, usar un cargo religioso para defender posiciones que van contra el ordenamiento jurídico nacional e internacional? Concretamente, en su caso, ¿se puede defender un régimen dictatorial como el de Fujimori o su indulto, prohibido internacionalmente? ¿O exigir que el Estado adopte políticas públicas obligatorias para todos, en contra de derechos contenidos en convenios internacionales suscritos por el Perú, como el de la no discriminación? (Con información de Diario 16).