¿Qué responsabilidad periodística puede tener un medio de comunicación en un escenario donde una dictadura militar practica crímenes de lesa humanidad? A través del documental ‘El diario de Agustín’ (2008), el cineasta Ignacio Agüero intenta responder esta interrogante y explica cómo El Mercurio de Chile - desde la polémica figura de su director Agustín Edwards Eastman - avaló con su silencio, y con campañas de desinformación, las ejecuciones extrajudiciales efectuadas durante la dictadura de Augusto Pinochet.
‘El diario de Agustín’ no sólo es un documental que narra con detalles el rol que cumplió el medio más influyente y longevo de Chile en los 17 años que estuvo el país bajo el mando de uno de los tiranos más famosos de la historia latinoamericana, también establece la figura del hombre de negocios que tiene en la palma de su mano una herramienta para manipular a la sociedad a cuenta de salvaguardar sus intereses económicos.
El filme registra la investigación de seis jóvenes, ex alumnos de periodismo de la Universidad de Chile, que preparan sus tesis sobre cómo el diario informó acerca de los hechos relacionados con la llegada al poder de Salvador Allende, su posterior derrocamiento a manos de la junta militar comandada por Pinochet, y las detenciones y desapariciones que los uniformados hicieron durante la década de los años 70.
Tergiversación mediática
De saque uno de los periodistas intenta comunicarse con Edwards de manera infructuosa. Esa percepción de personaje oculto recorre la película a lo largo de los 80 minutos que dura. Inmediatamente, se explica cómo El Mercurio, a través de notas informativas y sendos editoriales, califica de comunistas – con ciertos guiños guerrilleros – a los estudiantes que tomaron la Universidad Católica tras no escucharse sus reclamos para destituir al rector de esta casa de estudios en 1967. Recortes periodísticos de la época, imágenes de la toma de la universidad y una entrevista al ex director del diario, Juan Pablo Illanes, sirven para revivir uno de los momentos claves de la participación social de los universitarios chilenos.
Emblemática es la pancarta que se colgó, durante esos días turbulentos, en el frontis de la universidad donde se respondía al diario con la frase “CHILENO: EL MERCURIO MIENTE” y que, de acuerdo a la nacionalidad – cambiando los nombres – hasta ahora sirve para referirse a aquellos periódicos que transfiguran la información en diferentes países. Las tomas ‘largas’ de las portadas y la repetición de las mismas cumple el objetivo de recordación perenne que buscan los cineastas. Igualmente, la focalización en palabras claves y en los titulares altisonantes es un recurso que funciona muy bien.
El caballero oscuro tiende la mano
En otro momento se muestra la relación de Edwards con el gobierno de los Estados Unidos. La película cuenta los episodios en que Edwards, presumiblemente, se ofrece a la administración de Richard Nixon para que sea una caja de resonancia en contra del gobierno socialista de Allende. Es más, con documentación desclasificada de la CIA, se demuestra los nexos entre el chileno y dos personajes controvertidos: el secretario de Estado, Henry Kissinger; y el director de la agencia de inteligencia, Richard L. Holm.
Al contar este caso los cineastas proyectan una figura siniestra de Edwards al retratarlo como un mercenario que le tiende la mano a su patrón – se muestran documentos en los que se acredita que Edwards recibió dos millones de dólares por parte de los Estados Unidos para cubrir necesidades publicitarias en tiempos de turbulencia –. Las portadas del diario eran casi apocalípticas. Parecía que el país iba rumbo a una destrucción económica y el derrocamiento de Allende era la única solución.
Un gran rebote
El caso conocido como Operación Colombo y que en el documental pertenece al tercer capítulo denominado ‘Los 119’ explica la campaña de desinformación en la que participó El Mercurio y los diarios La Segunda y La Tercera, los dos últimos también de propiedad de Edwards. Los tres medios ‘rebotaron’ información falsa de un diario argentino y otro brasilero (ambos de ediciones debutantes y únicas a las vez) sin corroborar sus fuentes ni hacer mayores averiguaciones periodísticas sobre el caso de los 119 desaparecidos chilenos que, según los diarios del Atlántico, habían muerto baleados entre ellos mismos en Argentina y Brasil, cuando en realidad habían desaparecidos en Chile.
La Segunda tildó una de sus portadas “Exterminados como ratones”, dejando testimonio de la parcialidad que ejercía su línea editorial. Es este quizá uno de los puntos más álgidos del documental por la exposición de argumentos que fundamentan la complicidad del grupo económico al que pertenecían los diarios – propiedad de Edwards – con la dictadura. En cualquier escuela de periodismo se tiene como principio básico que sin la verificación de la información, los artículos no pueden ser publicados. Parece que al decano chileno se le olvidó este proceso fundamental. La atmósfera creada por los cineastas al enfrentar las versiones y mostrar las tapas de los diarios de aquellos días hacen sólida la propuesta del documental.
Ojos que no quieren ver
Otro de los casos abordados por los dos realizadores es el de Marta Ugarte. El 9 de agosto de 1976, Ugarte, de 42 años, fue detenida por agentes de la Dirección de Inteligencia Nacional – DINA. Un mes después su cuerpo sin vida fue encontrado en una playa con muestras de tortura y ensañamiento. Los diarios de Edwards informaron que una bella mujer de 23 años fue hallada muerta en una playa y que su deceso correspondía a las características de un crimen pasional. La periodista de El Mercurio, Beatriz Undurraga, quien es entrevistada en el documental e hizo la cobertura del hallazgo, aseguró ante la justicia chilena que vio el cadáver y reconoció a una mujer joven de facciones atractivas, cuando en realidad la expresión de Ugarte era de terror. Una vez más El Mercurio no se tomó el trabajo de averiguar más allá de la versión oficial o no quiso ahondar en algo que implícitamente avalaba.
Estos son algunos de los casos que presentan Agüero y Villagrán para demostrar cómo un medio importante, influyente y poderoso se calló ante hechos evidentes ¿Son los diarios tan solo portadores de noticias?, ¿puede limitarse su participación informativa en coyunturas dictatoriales? Definitivamente no. Pero peor es la complacencia frente a escenarios como los citados, sobre todo si lo que se busca es resguardar intereses monetarios. El Mercurio tiene una mancha que hasta ahora no se ha esforzado por borrar, al menos de manera pública (Con información del blog web El cincel de Amado).