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Jueves 31 de mayo 2012

Minas y trauma defensivo

Por: Cristian Leyton.
Minas y trauma defensivo
Foto: La República

A horas de haberse producido el incidente del taxi peruano que resultó destruido por una mina antitanque en la frontera chileno-peruana, se hace necesario contextualizar la problemática de fondo asociada a dicho lamentable evento.

Las minas antitanque constituyen, antes que todo, una medida de tipo defensiva que adopta un país que percibe podría ser objeto de una agresión por parte de otro Estado. Las minas de esta naturaleza, permiten al Estado que las despliega restringir el movimiento ofensivo de otra entidad, bloqueando zonas de paso hacia espacios considerados de vital importancia para la seguridad del Estado-victima. Desde este punto de vista, este tipo de artefactos tienen un impacto psicológico sobre cualquier fuerza adversaria al desincentivar “inspiraciones ofensivas” de adversarios potenciales o reales haciendo más lento un desplazamiento de fuerzas agresoras o limitando la efectividad de un ataque sorpresa, en términos generales, los campos minados responden a necesidades militares defensivas, pero de manera más general, están asociadas, en tiempos de paz, a percepciones de debilidad militar y a políticas de disuasión poco creíble.

Desde el punto de vista anterior, el despliegue de campos minados en la zona fronteriza con Perú, Bolivia y Argentina, respondieron, en su momento, a una percepción chilena de profunda desconfianza hacia las intenciones de las capitales de los países fronterizos. Se trataba de una postura eminentemente defensiva en función de dos momentos traumáticos para la seguridad Chile: la crisis con Perú durante parte del régimen de Velasco Alvarado (1973-1975) y la posterior crisis del 78 con Argentina. En ambos casos, el despliegue de minas antitanque dice relación con una amenaza real percibida desde Santiago en función y reacción, no solo a las capacidades militares ofensivas limeñas y platenses, adquiridas a finales de la década de los 60 y sobre todo de los 70, de manera sistemática, sino que sobre todo a sus políticas declaratorias directamente irredentistas, revanchistas y antichilenas.

Hoy, a años de dichos eventos traumáticos para Chile, la situación se ha modificado sustancialmente en un aspecto, pero se mantiene vigente en otro.

La transformación emana desde las capacidades de defensa chilenas. El país ha logrado adquirir y absorber capacidades militares defensivas que le han permitido recomponer la credibilidad de su amenaza disuasiva en relación al entorno vecinal. La presencia de minas defensivas habrían dejado de ser necesarias, todo aquello materializado en el compromiso chileno ante la Convención de Ottawa, prorrogando e desminado hasta el año 2020.

Lo que se mantiene vigente, en específico vis-á-vis de Perú –y en menor grado de Bolivia-, es, aún hoy en día, a más de veinte años de la fase traumática generada por las actitudes agresivas de los países vecinales, la tendencia limeña y paceña, en orden a cuestionar límites fronterizos, se mantiene.

Ambas capitales prosiguen, de manera intermítete pero en forma sistemática, con posturas declaratorias con claros tintes hostiles, alimentando posturas de emulación tanto políticas, económicas, militares como comerciales hacia Chile y sus intereses. La pretensión peruana llevada ante La Haya, cristaliza lo precedente.

El proceso de desminado, llevado a cabo por el Estado chileno, constituye un compromiso vigente y llevado a cabo en los términos dictados por la Convención de Ottawa, prueba de ello es que el proceso de desminado en le frontera con Bolivia ya fue terminado el año 2010, con un retiro de las 23 mil minas. Con Perú el proceso continúa en forma ininterrumpida, solo debilitado por el incremento sostenido, desde el otro lado de la frontera norte, de visiones revisionistas de fronteras establecidas por décadas.

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