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REDES SOCIALES
Jueves 07 de junio 2012

Toda crisis argentina más que económica es política

Por: Julián Licastro.
Toda crisis argentina más que económica es política
Foto: Medios

Una actitud espiritual no sesgada ideológicamente

La historia nos enseñó claramente que, en un país del enorme potencial del nuestro, toda crisis económica es en realidad una crisis política. Esto es así porque, en definitiva, se trata de una puja de factores de poder internos y externos, que requiere el ejercicio de una conducción templada y un sistema institucional jerarquizado que busque el mayor consenso posible.

Lo dicho no implica la ingenuidad de creer que un planteo principista de “unión nacional” descarte los conflictos de intereses contrapuestos que debe abarcar una estrategia central consistente, pero al menos no genera enfrentamientos innecesarios por asesoramientos erráticos. La clave es tener una actitud espiritual superior, no sesgada por ideologías fracasadas, y una doctrina operativa más allá del esquematismo de los relatos discursivos.

A falta de una identidad doctrinaria, la primera parte de la actual administración ofreció un “modelo” que funcionó algunos años. La visión más lúcida de la oposición neoliberal así lo reconoce, admitiendo que entonces el Estado no emitía para financiarse, se cuidaban los superávits fiscal y comercial, se acumulaban reservas, las provincias no tenían problemas financieros, venían inversiones externas y los ciudadanos ahorraban en pesos; y hasta el Banco Central salía a comprar divisas para sostener un dólar competitivo ( son conceptos del artículo de La Nación del 3 de junio de  2012, firmado por Jorge Fernández Díaz en la pág. 2).

Desde la misma perspectiva el periodista se pregunta “con una mano en el corazón: ¿alguien podría haberlo hecho mejor? ¿alguien habría tenido la capacidad, el tesón y la estructura organizativa para llevar a cabo una salida de esa crisis profunda?”. Incluso aún hoy “¿alguien en la oposición tiene la capacidad instrumental e ideológica para manejar el país en medio de la tormenta?”. 

El aporte ponderado del justicialismo

La elocuencia de estas expresiones nos relevan de mayores comentarios, aunque no se declare explícitamente el apoyo invalorable del justicialismo con su dispositivo gremial y partidario desplegado en un vasto territorio geográfico y social. Este aporte constituyó una garantía imprescindible de estabilidad y pacificación, por la incidencia de su conciencia nacional y su criterio político gradualista: pese a los intentos de sobrepasarlo con ensayos transversales y colaterales de un “socialismo” encubierto y antiperonista, que ahora se atreve a proclamar la “superación” del movimiento histórico.

Parece cierto, sin embargo, que la actual situación dista mucho todavía de la grave coyuntura del año 2001, cuando el aparato productivo estaba congelado y se quebró de golpe la convertibilidad del peso con el dólar, perpetrándose el vaciamiento absoluto de las divisas existentes en la red bancaria local, que fueron secuestradas y llevadas hasta sus sedes matrices transnacionales.

Pero hay que tener presente que la voracidad especulativa de las corporaciones financieras es hoy más fuerte que nunca, y sin matiz alguno ha desplazado a los partidos políticos del gobierno de países relativamente desarrollados, e instrumentado grupos tecnocráticos a expensas de la recesión económica, la descomposición social y la pérdida de la soberanía nacional (Portugal, Italia, Grecia, España, etc.).

Esta situación compleja enfatiza la necesidad de moderación, que es prudencia y no deslealtad, y la unidad compatible con la realización conjunta del Proyecto Nacional, que exige el diálogo persuasivo y no la discusión confrontativa para anular al que piensa diferente. Luego, es moralmente obligatorio hacer oír a tiempo las propuestas de buena fe que impliquen mejorar las políticas públicas que están afectando la vida cotidiana y  nuestro sentido de pertenencia a una misma comunidad. No hacerlo, por indiferencia o sumisión, sería apostar a la reiteración, tarde o temprano, de la violencia.

Respetar a quien piensa diferente

Antes que nada corresponde destacar la dificultad que significa para el ciudadano que “quiere saber de que se trata”, el chocar con dos paredes de desinformación orquestada: la de los monopolios mediáticos privados que no encuentran nada bueno, y la del periodismo burocrático público y afines que no admite nada malo. Desaparece así el criterio mínimo de cierta objetividad periodística y se aumenta el nivel de una creciente incertidumbre, por ambas caras de una manipulación masificante que ofende la inteligencia.

En esta estructura de doble ficción no se encuentra lugar para la verdad de los hechos, y se fabrican “acontecimientos” seudo-históricos a partir de relatos subjetivos que despiertan la duda y el escepticismo. En este tema el neoliberalismo y el neomarxismo libran una “guerra cultural” que no se compadece de la identidad argentina que convive con las contradicciones de sus diferentes actitudes sociales, idiosincrasias provinciales y tradiciones políticas. Ninguna  de ellas puede ni debe ser suprimida, como lo atestiguan los supervivientes de las sucesivas épocas de nuestras luchas internas y su recurrencia en las líneas históricas enfrentadas.

Por lo demás, reconozcamos que en la actualidad todas la fuerzas yacen inmersas en un crisis de representación, que manifiestan de distinta manera; y en este trance los medios excitan los roles de “actuación” y no los contenidos de “acción” de los referentes partidarios. En el gobierno, además, hay una serie saturante de puestas en escena que no se corresponde al ritmo de las medidas de aplicación concreta. Sin duda la palabra es clave en función del liderazgo, pero requiere la presencia de la organización, la capacidad de gestión y la supervisión para llegar a resultados efectivos.

El valor de la iniciativa también es importante para demostrar la voluntad de gobernar, pero no es meramente ganar de mano en la oratoria, o en un concurso de retórica, sino en el arte superior de conducir al conjunto de la comunidad. En este oficio, agudizar la polarización existente es un juego arriesgado que casi nunca rinde, máxime cuando se agitan simultáneamente varios sectores y se abren frentes paralelos de lucha de modo indiscriminado.

El protagonismo histórico es de los pueblos

A esta altura conviene preguntarse si hay que sumar o restar a la clase media del país, porque esto último sería absurdo para una estrategia frentista del campo nacional; como la clase trabajadora lo comprende y el justicialismo lo ha practicado aún en el regreso de Perón (“para un argentino no debe haber nada mejor que otro argentino). Lección actual que implica reconocer las vías orgánicas e institucionales donde se manifiestan los sectores profesionales y técnicos, y no irritarlos con consignas agresivas, provenientes de un bando minoritario de la misma clase, que sobreactúa festivamente una revolución imaginaria.

De igual manera, no es útil privilegiar el “partido de la juventud”, que es un periodo tan fugaz de la vida, sino capacitar y organizar realmente a “la nueva generación” para que se articule e integre con las otras generaciones actuantes. Por otra parte, la aceleración de un grupo “entornista” atraído por el acceso prematuro a cargos públicos que requeririan experiencia, hace patente su impericia y estimula los anticuerpos de organizaciones auténticas, insertadas en la realidad, como procedimiento -lento pero seguro-  para lograr una victoria verdadera.

Las aventuras vanguardistas y foquistas han fracasado en el continente y el mundo. Las experiencias del 60 y del 70 tienen que criticar sus errores para  recuperar lo valioso de la vocación militante, y volcarlo en la nueva configuración orgánica de una tarea de liberación y desarrollo pendiente. La violencia de palabra y de hecho debe ser descartada de raíz, porque fue y será funcional a la reacción; especialmente cuando la impulsan los “intelectuales” ignorantes del protagonismo de los pueblos, que siempre parte de la profundidad de una conducta humilde y digna.

Los grupos mediáticos de propaganda le están haciendo un flaco favor al gobierno al dejar de lado la verdad y la justicia. Quizás cumplieron un rol en otra fase del ciclo, pero hoy se han estancado a causa de su mediocridad y sectarismo, que es inadmisible en los espacios públicos por negar su carácter compartido. Pero la arrogancia  no perdura ante el prolongado tribunal del tiempo, donde las cosas vuelven a su lugar en algún momento. Esperemos pues que los cambios y la convocatoria a funcionarios probos e idóneos ocurran de modo oportuno y ecuánime, para que el reloj de nuestra trayectoria no se detenga en el otro extremo del péndulo.

Buenos Aires, 6 de junio de 2012.

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