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REDES SOCIALES
Viernes 08 de junio 2012

Evocaciones de solidaridad y lucha social en EE.UU

Por: Alberto Rojas Andrade - Rebelion.
Evocaciones de solidaridad y lucha social en EE.UU
Foto: Referencial

Sin duda la escena era surrealista para muchos en el mundo. En la pantalla emitiendo una cadena de televisión estadounidense en español, aparecía una joven caucásica vestida sencillamente con ropa de verano haciendo el símbolo de la paz con sus manos a fortachones policías ataviados con toda su panoplia represiva; estos le daban empellones valiéndose de sus bicicletas de dotación y le arrojaban insistentemente gases intentando hacerla retroceder.

La chica valiente les enfrentaba decididamente procurando mantenerse en su posición. En determinado momento como resultado de uno de estos empujones la chica cayó pesadamente al suelo, allí mismo los policías siguieron golpeándola con las llantas de sus bicicletas, el intonso locutor paniaguado de la cadena es forzado por su compromiso con el estómago, a usar titubeando tontos eufemismos para describir la agresión oficial a esta tímida pero corajuda manifestante, miembro de una multitud que protestaba en los alrededores de la sede de la Convención Republicana en Saint Paul Minnesota en septiembre de 2008.

Los restantes manifestantes, muchos de los cuales jóvenes intentaban mostrar su rechazo a las políticas de guerra de los Estados Unidos en Afganistán e Iraq, patrocinadas fervientemente por este partido, fueron también víctimas de gases lacrimógenos, arrestos y persecuciones en la intensión manifiesta de disolverlos.

Sin embargo, los manifestantes persistieron siendo hostigados y literalmente cazados por otros policías vistiendo unas prendas que les hacían parecer como verdaderos alienígenas, sobresaliendo un largo garrote. A lo cual se agregaron otros gendarmes en aparatosas motocicletas y montados a caballo; toda una parafernalia represiva se encontraba al acecho.

Quienes plantaban cara a estos representantes del ‘orden’ tienen como fundamentales armas el coro altisonante de las proclamas y sus sencillas pero dicientes pancartas: “Fin de la guerra”, “Di no”, “Tropas fuera ahora”, “Fin de la ocupación”, “Construir puentes no bombas”, “Exigimos paz, justicia e igualdad”, “Arresten a Bush”; un ambiente de solidaridad, alegría y espontaneidad exhibida de unos para con otros eran apreciables en los reunidos. A pesar del distanciamiento propiciado por el medio de comunicación, se transmitía a los televidentes una serena actitud sólo lograda por el convencimiento de la justeza de la causa defendida. La disparidad de fuerza física y equipamiento en favor de los policías era evidente; la superioridad ética de los marchantes también era muy notable.

En este mismo episodio, la periodista Amy Goodman fue brutalmente zarandeada y detenida por estos extraterrestres al servicio del poder, cuando increpaba por arresto de uno de sus compañeros de trabajo. Hicieron las fuerzas represivas más de ochocientos arrestos en esta jornada. Para muchos estadounidenses esto fue una muestra más de brutalidad policial; a quienes viven al sur del Río Bravo un poco más acostumbrados a la cotidianidad de estos procedimientos intimidantes, crueles e injustos, era un ejemplo simple y llanamente de fascismo amenazador.

Más recientemente hemos sido testigos por medios fundamentalmente alternativos de tratamientos similares ante las pacíficas protestas de los Occupy en varias ciudades estadounidenses, en las cuales hasta ancianos han resultado afectados por sofisticadas técnicas de agresión a la protesta callejera en los propios Estados Unidos. Arrestos masivos, gases, cachiporrazos etc., han estado al orden del día, pero esto no ha atemorizado a los inconformes, quienes arriesgan su integridad física y su libertad por una causa que estiman más trascendente que golpes que pueden romper huesos, las vejaciones, el fastidio de los gases y las celdas policiales.

El mundo mediáticamente ha sido testigo de múltiples formas de expresión del descontento al interior de los Estados Unidos, de grupos de personas que de manera activa declaran explícitamente su oposición directa a muchas de las decisiones políticas de su gobierno, tanto sobre temas de afectación interna como asuntos internacionales.

Pero esto no es una novedad. Si observamos con detenimiento la vida social norteamericana existen en este sentido organizaciones comprometidas como el Observatorio de la Escuela de las Américas SOAWATCH, quien organizadamente ha denunciado por décadas las actividades del Pentágono de instrucción que redunda en la violación de derechos humanos a cuerpos armados latinoamericanos en instalaciones militares como el Fuerte Gulic en el zona del Canal de Panamá y al presente en Fuerte Benning en Georgia. Los activistas del SOAWATCH sacrifican su libertad constantemente dentro de sus formas de denuncia enérgica (http://www.soaw.org/en-america-latina/sobre-la-soa-watch/339 ). Son varias decenas quienes como ‘prisioneros de conciencia’ han sido arrestados y condenados (mujeres y hombres) a meses de encarcelamiento por introducirse en el Fuerte Benning denunciando aquellos procederes criminales, a lo cual preceden procesiones, vigilias, y en general imputaciones sustentadas. Su altruismo y magnanimidad salta a la vista.

Esto debe causar admiración puesto que a pesar de las bien calculadas campañas de indiferencia y egoísmo, los principios de solidaridad con conciudadanos y pueblos enteros permanentemente ocurren en los Estados Unidos, desdiciendo muchos conceptos pesimistas anteriores como el del pragmático filósofo John Dewey:

“desde una perspectiva antropológica, vivimos en una cultura del dinero. Imperan su culto y sus ritos. El dinero como medio de intercambio y todo el abanico de actividades asociadas a su adquisición condicionan drásticamente las restantes actividades de las personas… Hasta ahí, todo sucede en aras de lo mejor en lo mejor en todas las culturas posibles: la de nuestro férreo -¿y desfasado?- individualismo.”[1]

En realidad lo sentido y observado en el pueblo de los Estados Unidos en estos pequeños episodios y mediante la organización es lo contrario a una cultura del dinero y a un inquebrantable individualismo, y más bien permite sentir allí una simpatía por valores que han constituido lo más preciado de todas las culturas. La generosidad, la solidaridad y entrega sin límites por una causa considerada justa, dejan como sesgados y prejuiciosos los señalamientos de atribuir a la personalidad estadounidense sentimientos de egolatría y afincada codicia.

Vienen a la mente de inmediato figuras decimonónicas como Mark Twain, Henry David Thoreau o Ralph Waldo Emerson y es evidente con la existencia de estos que una disposición a la solidaridad humana viene desde muy atrás en la conciencia estadounidense, muy por encima del modelo de conducta capitalista propiciado.

Eso sí, quienes controlan los tentáculos del poder en lo económico y militar manifestados en los procederes de agentes del gobierno de Washington, sus subalternos, son ostentosos en su avaricia y desprecio por la humanidad incluyendo a sus propios conciudadanos; ellos ostensiblemente sí concuerdan con la descripción de Dewey, cuando dentro y fuera del país formulan y aplican medidas políticas sociales y económicas de explotación y desprecio por las mayorías, reafirmando su carácter belitre como minoría.

Los recuerdos continúan haciéndonos ver simplemente la existencia de una lucha de clases, de desposeídos frente a poseedores, de masas puestas a raya por unos pocos. En el inicio de la depresión de los años treinta los veteranos de la Primera Guerra Mundial ante el incumplimiento del gobierno federal de sus compromisos salariales y la desesperada situación económica a la cual se ven abocados, se dirigen muchos con sus esposas e hijos a Washington a reclamar justicia social; unos 20 mil se congregan para hacerse oír en 1932 en la capital. La respuesta del presidente Herbert Hoover es contundente al ordenar el desalojo mediante la fuerza del ejército. Tropas de caballería, infantería, tanques y ametralladoras son dispuestas para el efecto. Oficiales luego muy conocidos ejecutan la orden presidencial como Douglas MacArthur, Dwight Einsenhower y George S Patton, sin escatimar en actos represivos; los gases lacrimógenos y la fuerza bruta echan a los veteranos de sus refugios en la Avenida Pensilvania y luego destruyen los improvisados campamentos. La desbandada es inevitable y todo se salda con la muerte de dos veteranos, un bebé de semanas de vida, un niño resulta ciego por los gases y más de mil intoxicados a causa de los mismos [2].

Se había tratado al pueblo estadounidense como el gobierno de la Casa Blanca hacía contacto con otros pueblos en Haití, México, Filipinas, Cuba, Nicaragua, etc. El problema no era como se anunciaba llevar la democracia y el progreso a gente con diferente pigmentación en la piel; radicaba en la oposición decidida a la depredación capitalista y el reclamo de justicia allende los mares o en casa.

Viene también a la mente el asesinato en Ohio de cuatro estudiantes en la Universidad de Kent State en 1971, junto con ocho heridos, cuyo crimen consiste en protestar en su Alma Mater por la ocupación y bombardeo de Camboya anunciada por el presidente Richard Nixon unos días antes, es la llamada Masacre de Kent State. Sobre esta existen documentos fotográficos que no dejan lugar a dudas sobre el que se aplican a los estudiantes de Kent State los mismos métodos de muerte y terror aplicados a otros estudiantes luchando por derechos sociales en todo el mundo.
Ocultados, tal vez por ser estimados como ‘mal ejemplo’, muchos pequeños y no tan pequeños actos de solidaridad y compromiso con la especie humana como los citados, reafirman que las mayorías estadounidenses a pesar de todos esos ostentosos mensajes mediáticos hacia el consumismo, la indiferencia y la codicia, atesoran cotidianamente el mismo sentido de humanidad admirado en cualquier pueblo, en nuestros amigos o en nuestra familia, y ello no sólo en el agobiante presente, sino que posee raíces en una cultura marcada por las mismas acciones colectivas vistas por todo el orbe.

En realidad el sentido de altruismo, solidaridad, valentía, y abnegación manifestado en apenas estos pocos sucesos narrados sucintamente, es contra el que se enfrenta el establecimiento del uno por ciento utilizando métodos de intimidación cada vez más sofisticados.

Hacia el presente los procedimientos empleados para hacer desistir de la masiva exigencia callejera, base de la conquista de los actuales de derechos, han evolucionado hasta mostrar variados artilugios y cuidadosa planeación para no soliviantar aún más a los indignados por la injusticia rampante.

Sin embargo, los cuerpos policiales expertos en tan triste tarea, no pueden dejar de apelar a la brutalidad como manera de diseminar miedo, a fin de evitar el que sea expresado el rechazo al estado de cosas imperante dentro y fuera de los Estados Unidos.

A pesar de todo ello, no la tienen fácil quienes blanden cachiporras y arrojan productos químicos; es común el oponerse al egoísmo y a la vez ocurre con frecuencia la propensión a la generosidad en la comunidad humana y de ello es muestra palpable el pueblo estadounidense. Por ello, los sentimientos de este expresados en un verso como el que sigue son también los de cualquier gente en procura de una vida mejor en cualquier parte, en cualquier calle, en cualquier plaza, en cualquier parque:

    “Soy el hombre blanco de quien se burlan.
    Soy el negro con las cicatrices de la esclavitud
    Soy el indio a quien expulsan de la tierra
    Soy el inmigrante que se aferra a la esperanza que busco
    Y que sólo encuentra el mismo plan estúpido de siempre
    Donde el hombre es lobo del hombre y donde el fuerte pisa al débil…
    O dejad que América sea otra vez América
    La tierra que nuca ha sido aún.” [3]

De las luchas sociales en Estados Unidos también dependen en variados aspectos las realizadas en otros rincones del planeta, pues forman parte de una única lucha, la de la especie humana. (Fuente: Bajo la Lupa)

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