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Viernes 15 de junio 2012

Aplicar la ley para aplacar la violencia

Por: Jaime de Althaus.
Aplicar la ley para aplacar la violencia
Foto: Referencial

Martín Tanaka advierte, también, que hemos ingresado a un círculo vicioso de mayor represión-mayor radicalismo y viceversa. ¿La solución? Retornar al centro, llamar nuevamente a la izquierda, desarticular a los actores polarizantes (los represores y los extremistas).

Es cierto que la intransigencia se alimenta a sí misma y que la violencia engendra violencia. Pero solo cuando se trata de acciones o reacciones ontológicamente similares. No es lo mismo, por ejemplo, reprimir arbitrariamente, que aplicar la ley. O impedir una manifestación pública que castigar el bloqueo de una carretera o el cierre forzado de un mercado o un colegio. O apresar a alguien por sus ideas que detenerlo por cometer un delito.

En ese sentido, ya desde Durkheim sabemos que aplicar el castigo de la ley tiene el efecto no de provocar más violencia sino, por el contrario, de aplacarla, en la medida en que repara una agresión cometida por el infractor. Es lo que pasó en Cajamarca cuando se implantó el estado de emergencia: la situación se calmó; la gente, oprimida por los bloqueos, carestías y restricciones impuestas, se vio aliviada. Aquellas acciones de fuerza ilegales, por su parte, se desarrollaron no como respuesta a acciones de represión gubernamentales, sino como aplicación de los métodos de lucha ejecutados mientras el Gabinete estaba presidido por un ilustre miembro de Ciudadanos por el Cambio.

Es posible, también, que la detención preventiva de Mollohuanca haya tenido el mismo efecto pacificador. Pues no es lo mismo un mitin o una marcha que el ataque a la mina, el incendio de un local y de una camioneta de la fiscalía, el secuestro y tortura al fiscal superior, 70 policías heridos y dos manifestantes muertos.

Más bien ocurre que la ausencia de ley y de institucionalidad fomenta la violencia y la tiranía del más fuerte. El centro que el país necesita no es –o no solo es– político, sino politológico: uno que afirme la institucionalidad, la legalidad, la propiedad. Crecemos a tasas altas, pero faltan reglas de juego compartidas y efectivas.

Por eso, tampoco está polarizado el Perú entre defensores del modelo y resentidos. La gran mayoría nacional es emergente, productora, comerciante, y quiere integrarse al mercado en mejores condiciones. Muchos conflictos obedecen precisamente al deseo de conseguir o defender esas condiciones. Pero sí parece haber un incremento del radicalismo, en parte porque ahora la política local tiene mucha más plata y no hay partidos. Los radicales no son productores sino estatales, maestros por lo general. Calzan con campesinos emergentes porque el marxismo de manual sirve para relaciones precapitalistas.

Por eso, la salida es no solo aplicar la ley sino acelerar a fondo la incorporación al mercado de esos campesinos. Y aprobar la financiación pública de los partidos y los distritos uninominales, pues si hubiese partidos habría menos radicalismo.

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