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Domingo 17 de junio 2012

El otro Gastón

Por: Rocío Silva Santisteban.
El otro Gastón
Foto: larepublica.pe

El 24 de diciembre de 2011 Gastón Garatea, con esa mezcla de energía y tranquilidad que porta como un estandarte, se vistió el alba y la casulla y ofició la misa dentro de la prisión de máxima seguridad de mujeres de Chorrillos. Era una misa al aire libre: comenzó con la puesta de ese sol rotundo de inicios del solsticio de verano, continuó con las sombras de la noche alargándose entre los barrotes y siguió en plena oscuridad, con velas en las manos de las internas, quienes habían trastocado sus himnos senderistas por canciones de Navidad. Garatea habló firme sobre las necesidades de expresar la solidaridad en cualquier circunstancia humana, y sin juzgar –porque dentro de la prisión nadie debe juzgar a nadie– entonó los mismos villancicos y esparció la bendición sobre todas. Las mujeres en prisión permanecieron calladas, en silencio, viendo cómo la luz iba apagándose lentamente y creciendo cierta paz navideña dentro de sí mismas.

Gastón Garatea viene ejerciendo como sacerdote desde hace más de 46 años dentro de la orden de los recoletos, y además de haber sido director del colegio La Recoleta, provincial de su orden, vicepresidente de la Conferencia Latinoamericana de Religiosos, presidente de la Conferencia de Religiosos del Perú-CONFER, presidente de la Mesa de Concertación de la Lucha contra la Pobreza, profesor de teología en el Instituto Superior de Estudios Teológicos–ISET, miembro de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, es uno de los sacerdotes más queridos en el país solo por su trayectoria de servicio, por su don de gentes y por su entrega a la búsqueda de equidad y justicia como peruano.

Esta semana el cardenal Cipriani desterró a Garatea de su polis. La condena ha sido el ostracismo: más allá de los muros de la ciudad –la arquidiócesis de Lima– el sacerdote sí puede oficiar los sacramentos, intramuros está proscrito. En este sentido, Cipriani se está portando como lo que es: un purpurado, un príncipe de la Iglesia, un jerarca que decide, con ese autoritarismo que ha sabido cultivar junto a Fujimori o García Pérez, quién es desterrado y quién permanece adentro. Nada más lejos de esa fraternidad que el Decreto Presbyterorum ordinis, de los documentos del Concilio Vaticano II, prescribe como mandato sobre el ministerio y la vida de los presbíteros: “Tengan los obispos a sus sacerdotes como hermanos y amigos, y preocúpense cordialmente, en la medida de sus posibilidades, de su bien material y, sobre todo, espiritual…”. La infraternidad de la suspensión de Garatea, sin acatar el debido proceso, sin enviarle una carta personal, sin mediar diálogo previo alguno, es simplemente el resultado de una lógica antidemocrática peruana que ahora también es cultivada dentro de la Iglesia. Garatea no es el primero; ahí también están Marco Arana o Eduardo Arens, para no mencionar a muchos otros, también desterrados de la polis eclesiástica.

Pero como dijo el mismo Marco Arana en el programa Lo Justo del miércoles pasado, en verdad, Garatea saldrá de todo este episodio fortalecido precisamente por la muestras de solidaridad y cariño que circulan de mano en mano, de firma en firma, de canto en canto, por las parroquias y las calles de Lima. (Fuente: La República)

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