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Lunes 18 de junio 2012

Terrorismo dietético

Por: Eduardo Adrianzen.
Terrorismo dietético
Foto: dietas.com.es

Hace años vimos un documental gringo tan entretenido y bien hecho, como manipulador y mentiroso: Super Engórdame (Super Size Me), realizado por Morgan Spurlock, un cineasta con sentido del humor que se filmó a sí mismo devorando docenas de combos Mc Donald’s como único alimento durante varias semanas. El resultado lógico fue que su salud se resintió terriblemente: su colesterol, triglicéridos y demás subieron en ascensor hacia la muerte, y su adquirido sobrepeso pretendió dar validez a su premisa: la comida chatarra es casi veneno y las cajitas infelices del payaso Ronald equivalen a proyectiles de grasa directo a las arterias. Muy efectivo para impresionar y animar a quienes necesitan dieta, OK…, pero más falso que sonrisa del Mudo por una razón muy simple: si durante varias semanas alguien consume UN solo tipo de alimento, se enfermará de todas maneras. Si nada más come sanísima papaya, lechuga, tomate y apio quince días seguidos, su hemoglobina se irá al diablo y caerá desmayado por falta de calorías. Todo nutricionista serio dice hasta el cansancio que una buena alimentación debe ser balanceada y combinar toda clase de alimentos en la proporción correcta, y están hartos de que muchos vivan convencidos de que la mantequilla o cualquier dulce son malditos. De paso, ¿se han dado cuenta de que cada cierto tiempo algunos alimentos tienen pésima reputación y durante años se pone de moda decir que son malísimos, hasta que de pronto –oh milagro– resulta que ya no y eran excelentes? Les pasó a la yema de huevo, al café, los mariscos y no sé a cuántos más.

Por algún motivo extraño, hay personas a quienes les fascina llevar los cuidados normales y la prudencia en los hábitos a extremos obsesivos. No dudo de que es muy noble recomendar el consumo de frutas y verduras en vez de fritangas y burguers. Pero los que miran a la grasa, el azúcar, el licor o cualquier placer mundano como al cuco asesino me huelen a puritanos que serían felicísimos si pudiesen prohibirlos para siempre. En todo enemigo de un delicioso chocolate o unas ricas salchipapas hay un pequeño inquisidor agazapado que detesta la sensualidad de la gula. Por eso creo que el debatido impuesto a la “comida chatarra” está inspirado por ellos. ¿Que los tortees, los chizitos y las gaseosas no nutren y solo engordan? De acuerdo: ¿y qué? Si les clavan impuestos, lo único que lograrán es que sus consumidores gasten más en comprarlos, pero sus panzas no bajarán un gramo. ¿Que los niños los consumen en exceso? De acuerdo también. Pero si los padres de esos niños no tienen autoridad para impedir que engorden el trasero 20 horas frente a un videojuego en vez de hacer algo de ejercicio, menos la tendrán para impedir que sigan comprándolos -más caros- con sus propinas. Discriminar comida no es buena idea, pues primero habría que unificar los criterios para satanizarla. O, si no, a ver que alguien diga en voz alta que los choncholíes y anticuchos son altísimos en colesterol, para que toda la Marca Perú le salte al cuello. Hacer notar que la gastronomía peruana también podría ser insalubre es casi traición a la patria.

Los terroristas dietéticos sueñan con un mundo esbeltísimo en el que solo se consuman productos light. Pues lo siento: yo no tengo sobrepeso, y como de todo con moderación, la única palabra clave en este asunto. ¿Vamos por un KFC?

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