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REDES SOCIALES
Miércoles 20 de junio 2012

El fanatismo impulsa los excesos sociales

Por: Lic. César Sánchez Olivencia.
El fanatismo impulsa los excesos sociales
Foto: Referencial

Según dicen varios psiquiatras y sociólogos, la  mayoría de personas sufren un cierto grado de fanatismo. Existen fanáticos de equipos de fútbol que han matado  personas; Charles Manson, con su secta satánica, fue capaz de cometer genocidio; políticos que han asesinado a candidatos  a la presidencia. El fanatismo  es uno de los peligros más graves que existen en el mundo, pero la gente lo acepta como un simple vicio social. 

El fanatismo es  una apasionada, incondicional, desmedida y obstinada adhesión a una causa, que se expresa -algunas veces- de modo indiscriminado y violento, en temas de  religión, política, deportes, personajes famosos, entre otras obsesiones que constituyen  desequilibrios `psicológicos. Puede llegar a extremos peligrosos, como encarcelar, torturar y matar seres humanos. Algunos fanáticos hasta se han dado el lujo de cambiar el curso de la historia. Son los héroes de su época.

Este desequilibrio psicológico es un gran enemigo de la libertad. Los lugares donde impera el fanatismo son realidades donde es difícil que prospere el conocimiento y donde  parece detenerse la dinámica  de la vida y de la historia. Un mundo contrario a la naturaleza humana. El fanático pretende dominar a las personas para quitarles su visión del mundo. La edad Media fue un periodo de fanatismo generalizado.

Algunos  rasgos del  fanatismo son el dogmatismo: fe en una serie de verdades que no se cuestionan ni razonan y cuya justificación lo es por su propia naturaleza o con relación a alguna autoridad; carencia de espíritu crítico: no se admite la libre discusión acerca de las propias verdades, ni su crítica racional. Galileo Galilei se vio obligado a soportar el fanatismo religioso del Vaticano cuando se opuso a la  teoría geocéntrica del universo.

Se limita la conciencia del yo, y se pierde la individualidad,  acentuando el sentimiento de pertenencia a lo otro. Se procede a la adhesión incondicional a sectas y facciones totalitarias políticas o religiosas, la entrega a un grupo o personas posesivas. Existen solo dos categorías: buenos y malos; odio a la diferencia: desprecio y rechazo de lo que escapa a unos determinados modelos.

El fanatismo resulta muy peligroso para el propio obseso. Se pierde la noción de la verdad, al obstruirse los mecanismos para profundizar en el conocimiento. Con una actitud dogmática resulta difícil o imposible descubrir la realidad. El fanático vive una ficción que le permite vivir a costa de la verdad. Se miente a sí mismo pero parece que termina por creer en su mentira. Se puede convertir en paranoico.

Esta enfermedad siempre  ha conducido a muertes injustas,  conflictos sociales, guerras, masacres, limpiezas étnicas e injusticias. En la agresión, el fanático es muy parecido al psicópata: es indiferente al daño que causa a las personas y trata de presentar una mentira para justificar sus actos dolosos. El fanático está muy cerca de la psicopatía y de la sociopatía.

El fanático necesita  seguridad. Se trata de una especie de compensación frente a un sentimiento de inferioridad. A mayor trascendencia de la duda, mayor es la tensión que se produce y más fuertes son las sensaciones de incertidumbre, inseguridad, lentitud de las acciones y temor, que desata la violencia compulsiva del fanatismo. Se considera que Hitler tenía un profundo sentimiento de inferioridad frente a las mujeres hermosas. Compensó su frustración matando a 6 millones de judíos.

Con su conducta, logran eliminar casi totalmente la incertidumbre. Actúa con un alto grado de coherencia personal que refuerza el mecanismo irracional: se siente seguro y su seguridad refuerza el fanatismo. Su certeza le libera del temor y esa liberación refuerza su fanatismo. En 1098 Jerusalén cae en manos de los cruzados que ejecutan la cruel matanza de los musulmanes de la ciudad.

Los religiosos fanáticos han realizado actos que van en contra de la propia religión lo cual demuestra que el individuo no está actuando con fe, sino por  obsesión. El fanático religioso se identifica con un individuo de conducta ciega con una religión en particular, lo que le lleva a cometer actos contra personas que no creen en las “verdades” de su religión. La mayoría de religiones fanatizan a sus seguidores.

Nuestra cultura occidental y consumista también estimula el fanatismo desde la escuela: héroes de alto rango que dieron su vida por su país pero ignoran a los soldados, mártires que dieron su vida por su dios, conquistadores que extendieron su fe salvadora por el mundo, jefes de Estado que decían ser los “salvadores” del Perú. La admiración por la violencia fanática. La fidelidad hacia personas de dudoso talento en la TV.

Incluso nos hemos habituado a escuchar a deportistas que  “juegan por su camiseta”, a entrenadores que exigen “luchar a muerte”, y sin embargo, tienen más derrotas que victorias, pero se hacen dueños de la idiosincrasia de los peruanos y se aferran a su cargo,  mientras denigran a quienes se atreven a criticar; y con cinismo se coluden con autoridades deportivas para mantener sus altos sueldos. Saben proyectar sus culpas y victimizan su participación. El fanatismo de los hinchas impide  juzgar a los incapaces.

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