Bajo este título acabo de reeditar las memorias de mis charlas con el General -publicadas por primera vez en 2004- al considerar de utilidad volver a trasmitir algunos contenidos muy vigentes de aquel aprendizaje, recibido directamente del único argentino elegido tres veces presidente constitucional. Sucede que, desde entonces, no se ha dejado de tergiversar el pensamiento y la acción de quien, después de realizar la mayor revolución social de nuestra historia, regresó de un largo exilio para dejarnos el legado, aún incumplido, de la unión y realización del país en un proyecto nacional compartido.
Su mandato, testimoniado por siempre en el abrazo con sus viejos adversarios, alienta el clima de una concertación de gran nivel, neutralizando el sectarismo que remarcó como primer enemigo de la conducción: arte cuyo propósito es encuadrar al conjunto de la comunidad sobre sus ejes principales de avance. Para ello es preciso aceptar que lo real nos hable y no refugiarnos en un mundo abstracto de ideologías y relatos, con el cual la impericia, sobreactuando roles individuales, se aleja de los problemas concretos y de las soluciones efectivas.
Como Perón nos alertaba, la dirección de un movimiento nunca es rígida y autoritaria, sino persuasiva y flexible. Abarca un dispositivo desdoblado por objetivos concurrentes, donde todos los sectores son valiosos y tienen algo propio e indelegable que decir y que hacer. Regla operativa que requiere, eso sí, la concepción y ejecución de una planificación estratégica como herramienta superadora de la improvisación y el mero voluntarismo. Porque, en la pesada carga del estadismo, el triunfo no es obra de un golpe de voluntad ni de suerte, ni del fugaz estrellato de un funcionario de turno, sino el resultado del esfuerzo paciente de organizar un gobierno responsable en todas sus facetas.
El imperio de la ley, con humildad y grandeza
Lo mismo corresponde al procedimiento ineludible para encontrar el consenso necesario en el funcionamiento de las estructuras institucionales, que también habitan representaciones de fuerzas diferentes y encontradas. El sistema republicano incluye, precisamente, la dosificación de cuotas de poder, lo cual choca con la pretensión imposible del “todo o nada”, que suele terminar en el aislamiento y el caos. Por esta razón, el respeto al orden constitucional es “con” el otro, no “contra” el otro, haciendo que, sin desconocer lo singular de cada uno, se autosostengan todos con el imperio de la ley.
Sin un mínimo compatible de unidad y respeto recíproco, las instituciones y las organizaciones son vencidas por ellas mismas, lo cual lamentablemente abre el camino a la violencia, que puede asumir formas variadas de manifestación en las palabras, los gestos y los hechos. Revalidar en consecuencia a la política, exige así una actitud sincera de humildad y grandeza, para que, ante un contexto crítico, la comunidad nacional pueda sentirse contenida en lo esencial de su voluntad democrática sin falsas antinomias ni exclusiones.
Reiteramos: hay que ver y escuchar la realidad para acordar soluciones de fondo, superando la “negociación” personalizada del tira y afloja con prejuicios inviables sobre la prepotencia de uno u otro dirigente. Por eso nuestra doctrina apela a la “concertación” que es un concepto más serio, desde que presupone la existencia de un plan de fondo para salir del día a día y lograr, tras ese diálogo institucionalizado, el compromiso orgánico del sindicalismo, el empresariado y el gobierno en la dinámica de las grandes cuestiones sociales.
Filosofía permanente o modelo circunstancial
En estas conversaciones con Perón prevalecía y prevalece la referencia a una actitud comprensiva: no por nada iniciaba la definición del justicialismo como una filosofía de la vida profundamente nacional, social y humanista. Afirmaba, con tal criterio, que las concepciones filosóficas son permanentes y pueden orientar sucesivas etapas y modelos políticos, a condición, en nuestro caso, de privilegiar los valores comunitarios alrededor del trabajo genuino, y no de la simulación de empleo con dinero público y fin clientelista.
Por estos principios, que están en el centro mismo de nuestra posición fundamental, el justicialismo señala y sanciona todo divorcio ostensible entre su rumbo irrevocable y aquellos dirigentes que, por incapacidad o intereses extraños, pretenden desconocerlo o negarlo. Valga consignar que entonces el rechazo no se reduce a un análisis aleatorio o una declaración sectaria de “intelectuales” rentados, sino que implica reafirmar su impronta filosófica, aplicar su experiencia histórica y ejercer la movilización decisiva de sus bases organizadas.
Se equivocan, por lo demás, quienes creen que detrás de la crisis sólo hay “una lucha entre peronistas” por ambiciones personales; porque la lucha de poder existe aún en los espacios más pequeños e inactivos. Se trata más bien de una capacidad de recuperación ante el oportunismo de derecha o izquierda, que en cambio tolerarían por conveniencia los aparatos partidarios sin compromiso popular. Debemos pues advertir el trasfondo de la situación, donde se da un debate crucial sobre la identidad política de las grandes mayorías que antes orientaba un líder providencial y carismático.
El reemplazo de esta categoría de liderazgo no se producirá por la partidocracia, ni por la tecnocracia, ni por el caudillismo, ni mucho menos por el autoritarismo. Comprende en rigor un proceso largo y difícil que entraña la evolución política del pueblo argentino en su totalidad, porque tampoco el radicalismo ni el socialismo han conseguido sustituir de modo estable a sus dirigentes fundadores. Para peor, se ofrece hoy la falsa alternativa de un “populismo” regresivo en lo conceptual y orgánico, que se limita a un elenco monocorde y mediocre que parece seguir las instrucciones insólitas de un “manual de antipolítica”.
Conducir es persuadir, mandar es obligar
Conviene profundizar un poco sobre el autoritarismo, rasgo demasiado frecuente en nuestro medio, sea bajo la especie militar o civil; y que resulta un fenómeno paradójico, porque lejos de señalar un signo de fortaleza lo es de debilidad. Con este determinismo, nace de una visión estática de la realidad política, donde el “mando” se daría de una vez y para siempre casi por gracia divina. Pero la realidad, pese a todo, es dinámica y contiene “un orden animado” que se experimenta exactamente en el obrar humano y en el proceso de transformación social.
Esto condena de por sí las actitudes refractarias a la variación y relatividad de las relaciones de poder, que hay que saber contabilizar paso a paso, por momentos tácticos de avance, detención o retroceso, ya que la ofensiva permanente no existe. Desde el punto de vista de la psicología del dirigente, la cuestión se complica cuando el ejercicio de este tipo de función combina elementos de soberbia y destrato, que malinterpreta la firmeza de carácter; patentizando una pérdida del sentido objetivo del sistema de conducción, precursora de una eventual declinación del liderazgo.
El perfil que necesitamos corresponde por el contrario a una época institucional, donde se debe concertar lo público, sin perjuicio de las diferencias partidarias y de la iniciativa del gobierno, siempre en la esperanza de un amplio diálogo político, económico y social. Una democracia participativa con un parlamento de trabajo y complementación, y no únicamente discursivo y de confrontación. Una sociedad civil con acceso a la libertad de expresión comunitaria y no sólo blanco vulnerable de los monopolios mediáticos privados y gubernamentales. Y una militancia, como apoyo y reserva de los niveles dirigentes, que reciba el aporte invalorable de la educación para la eficacia en su gestión y la convivencia democrática.
Es la vía que nos sugiere Perón, desde su prédica y su labor infatigable como convocante y organizador de una fuerza colectiva, con sentido de pertenencia y pensamiento propio para adherir a un nivel de acción superior sin sumisión, ni obligación, ni dádiva. El maestro que nos enseñó y enseña que la elocuencia debe dirigirse a convencer a los indiferentes y no a atacar al potencial aliado que demanda el movimiento. Y antes que nada, la defensa de la justicia sin parcialidades, porque ella consagra la concordia entre los ciudadanos de buena voluntad.
De la base de nuestro concepto del Derecho como bien común y del Estado en su ideal ético, surge la figura del trabajador, verdadero sujeto histórico que desarrolla su sentido social al calor de sus lazos solidarios y de arraigo en el hogar patrio. Es una figura agigantada por las luchas de la libertad que nos comprende a todos, y que rechaza legítimamente el engaño y la arbitrariedad porque impiden lograr la felicidad y la dignidad que justifican nuestro paso por la vida.
La prudencia de un gobierno debería manifestarse en no tensar excesivamente instancias pasibles de encaminarse por la vía pacifica. En especial hoy, por la profunda crisis provocada por la voracidad de la especulación financiera transnacional y sus aliados locales. En Europa, ella fomenta€ los “golpes tecnocráticos” para salvar su sistema a costa de los pueblos; y en nuestro continente, pasada la etapa de las dictaduras militares, busca igual fin con el sofisma de los “golpes institucionales”, desde Centroamérica hasta las mismas fronteras de nuestro país.
Buenos Aires, junio de 2012.