El país está de rodilla y en silencio. El bloque apodado "pelucón" triunfante en las batallas de Lircay y Ochagavía (1830) impone el terrorismo de Estado. Hace elegir al general José Joaquín Prieto como Presidente de la República y este asigna varias carteras a Diego Portales. Se impone el principio de partido único y hasta en las plazoletas más modestas de aldeas funcionan Consejos de Guerra Permanente. Los sindicados como adversos al nuevo régimen son ejecutados, a veces, por simple sospecha. El miedo se impone sobre la población y, por ende, sobran los delatores mientras los paredones se tiñen de escarlata. Algunos críticos del nuevo orden -con suerte- son relegados al archipiélago de Juan Fernández. La prensa opositora se torna clandestina. En secreto se prepara la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana.
Es 1837 y Chile prepara la primera confrontación bélica intraiberoamericana que por error se confunde con la Guerra del Pacífico (1879-1883). El Supremo Protector Andrés Santa Cruz se esfuerza por lograr la coexistencia, pero Portales representando los intereses mercantiles de Valparaíso insiste en disolver el ensayo integrador crucista. Al no lograrlo organiza dos expediciones. La confrontación carece de popularidad, pero una Confederación Perú-Boliviana potente reducirá la importación de Valparaíso. Entonces no existe el Canal de Panamá y todo el intercambio es vía Estrecho de Magallanes. No sólo lo económico mueve a la elite mapochina... también es necesario desplazar a las FFAA, particularmente, al Ejército hacia un escenario ajeno al país, pues se duda de su fidelidad a los nuevos jerarcas dadas sus vinculaciones con los abatidos en las dos batallas aludidas.
Fanfarrias y lazo permiten enrolar soldados. No es fácil reclutar "carne de cañón". Los adversarios del nuevo orden la esquivan y los terratenientes son adversos a verse privados de mano de obra. Entonces los esbirros del Poder Ejecutivo -en campos y ciudades- recurren al entusiasmo por una aventura o a atrapar "voluntarios" en planificadas borracheras. Ya en 1837 estaba organizada la Expedición Restauradora -así nominada porque se suponía devolvería la soberanía a un Perú se supone sojuzgado por el "tirano sanguinario" al cual se denigra como "cholo" y "expansionista". Con ello -suprema meta- se disolvía el ensayo confederal. Prieto y sus gerifates escogen Quillota -villorrio cercano a Valparaíso- para acantonar la tropa. El generalísimo es José Antonio Vidaurre, militar destacado en las guerras de la Independencia.
Tras jornadas de deliberaciones que se convierten en conspiración los oficiales deciden no acatar la orden de marchar sobre la Confederación. El 3 de junio de 1837 -los complotados en el patio del cuartel- atrapan al ministro Portales y su pequeña comitiva. Aquello ha sido -acorde con los pronunciamientos- precedido de lectura de proclama, juramentos y brindis. La tropa aviva a Vidaurre como general siendo su rango de coronel. Piquetes de jinetes salen al galope para informar a otras guarniciones del "quillotazo" y del derrumbe del régimen impuesto por el "peluconaje". Los insurrectos se percatan que están sobre la cresta de una ola. Esperan que los regimientos porteños solidaricen con el conato. Fracasan e incluso el Regimiento "Coraceros" integrado por peruanos anticrucistas encabezados por el general Ramón Castilla deserta huyendo a Valparaíso. El alzamiento está aislado. Los nexos que poseen los vidaurristas en otros cuarteles parecen marchitos.
Salen rumbo al puerto con el ministro quien prisionero es obligado a redactar nota insistiendo la conveniencia de rendir la plaza a los insurgentes. La argucia es infructuosa y, previo juicio, es pasado por las armas. El maginicidio no detiene, sin embargo, la guerra. Se ensaya otra expedición que culmina con el Tratado de Paucarpata suscrito por el generalísimo Manuel Blanco Encalada y Andrés Santa Cruz. Aunque ventajoso para Santiago, los belicistas mapochinos lo desconocen. Quizás lo juzguen "insanablemenre nulo". Se organiza una segunda expedición. Esta vez al mando de Manuel Bulnes sucesor, posteriormente, de Prieto en la Presidencia. Logra imponerse en varias escaramuzas. Por último en la batalla de Yungay (1839) desbarata la fuerza que apoya al crucismo y el Protector sale al exilio. El experimento reintegrado está disuelto.
La resistencia Vidaurre y colaboradores se derrumba. El caudillo se sumerge en la clandestinidad dos meses. Por último es arrestado y sometido a tormento, luego fusilado por la espalda y su cabeza clavada en una chuza en la plaza de Quillota. Su subalterno Florín quien ordena el fusilamiento de Portales soporta igual sanción. Su apellido pasa a constituir -y hasta no hace mucho- sinónimo de "traidor". es tanto el apetito de venganza que se promulga decreto ordenando que la familia Vidaurre que se queda en Chile -la otra se refugia en Argentina y sus descendientes hasta ahora viven allá- se ven obligados a añadir a su apellido el término Leal. Lo trascendente de destacar es que siendo chilenísimo se opone a conflagración impulsada por su país: la estima fratricida. En esa esfera se emparenta -entre otros- con Ricardo López Jordán, Felipe Varela, José Hernández, Juan B. Alberdi que siendo argentinos se oponen a la Guerra de la Triple Alianza y apoyan al Paraguay de Francisco S. López.
Al fracasar el "quillotazo" queda moribundo en Chile el iberoamericanismo. Recuérdese que próceres de nuestra independencia como O´Higgins y Freire asilados en Lima y La Paz- son confederativistas. No pocos uniformados de Chile incluyendo a Blanco Encalada son proclives a una solución pacífica del diferendo. Lo mismo se opina del canciller Antonio J. de Irisarri, artífice del Tratado de Paucarpata. De entonces hasta ahora se impone la patriotería mientras se denotan las tesis bolivarianas como "trasnochadas","ilusas" y "quiméricas". La Guerra del Pacífico impulsada por Santiago, 40 años después, -con solapado influjo de Gran Bretaña- ya no encuentra la oposición interna que tuvo el aleve ataque a la Confederación Perú-Boliviana. Este en doctos tratados y textos escolares se legitima como la estrategia para impedir "el intento del megalómano y pérfido Andrés Santa Cruz cuyo plan es restaurar el Incanato". Ello mientras se oculta la labor de quienes siendo chilenos son crucistas Son así leales al nacionalismo iberoamericano que lidera, en aquel momento, Andrés Santa Cruz quien también es repudiado por círculos peruanos como "extranjero invasor". Esos miopes son legatarios de Castilla, Lafuente, Pardo y Aliaga y varios otros que abren la puerta a quienes aparecen 4 decenios después y los despojan de Tarapacá y Arica ocupando militarmente el país de Ricardo Palma y González Prada.
Prof. Pedro Godoy P.
Centro de Estudios Chilenos CEDECH.