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Martes 03 de julio 2012

Pasos de ciego

Por: Leonardo Valencia.
Pasos de ciego
Foto: Referencial

Gabriel Josipovici lo ha vuelto a hacer. Lo intentó en 1999 con su libro Confianza o sospecha, una pregunta sobre el oficio de escribir, que aunque no es una traducción literal se acerca al concepto: el original inglés podría haberse traducido literalmente como Sobre la confianza, el arte y las tentaciones de la sospecha. La traducción se reduce a lo literario, cuando también habla de otras artes. Su nuevo intento, una década después, acaba de salir traducido con el título ¿Qué fue de la modernidad?

No es un autor que satisfaga a todos, no al menos a quienes parten de la convicción de elogiar, en arte, lo que más o menos está bien, es fácilmente legible y tiene estrepitosos avales mediáticos. Que no le gusten escritores en boga como Philip Roth, Julian Barnes, Martin Amis o Ian McEwan, o recuperados como Irene Némirovsky, es lo más evidente de su crítica pero no es lo menos sutil de sus conclusiones: la modernidad artística es una tentativa arriesgada que se ha pasado con pocos miramientos.

¿Nos implican de alguna manera los dardos que lanza? Por supuesto. Josipovici saca llagas de los dedos con los que se elogia y consume obras que, a poco de considerar la herencia de la primera mitad del siglo XX, son una forma correcta y limpia para no meterse en camisas de once varas. Sintomático es su acercamiento al pintor Francis Bacon cuando destaca de él que no apreciaba la abstracción pero tampoco las simplificadas ilustraciones de lo real. Siempre es necesario que haya una tensión en la obra. Esto explica la imagen fundacional de Josipovici recurriendo a los dos grabados de Durero: Melancolía I y San Jerónimo en su celda, como si contrapusiera la sospecha y la certeza. El propósito es hacer dudar al lector de la hipnosis de lo bien entramado, perdido el reto de lo arduo de una expresión arriesgada, como cuando habla de “tretas” en Philip Roth, a las que califica de “torpes trapisondas”, aunque el escritor norteamericano no dude de la valía de lo que escribe. Quizá lo mejor es que el arte avance a pasos de ciego buscando una mínima luz, nada deslumbrante pero tampoco nada pretenciosa.

Josipovici repite una cita de Kierkegaard que evidencia que el exceso de convicción ideológica o estética da resultados mediocres, cuando lo mejor de la creación es su incertidumbre, su dificultad de cierre, su no adscribirse: “Para llegar a la conclusión, primero hay que reconocer que falta; y entonces echarla en falta a rabiar”. Entonces aparece la verdadera búsqueda de lo perdido, aunque nunca se alcance.

Nacido en Francia, de origen judío, educado en Egipto y en universidades británicas, Josipovici tiene una libertad particular para afrontar lo que todo el mundo elogia. No es una postura fácil, todavía más siendo él mismo novelista. Puede sonar a un lamento más de tiempos idos, como Richard Millet en El infierno de la novela o Vargas Llosa en La civilización del espectáculo. Josipovici no da esa impresión. Sigue dudando. Y advierte que a lo mejor necesita un tercer libro para explicar por qué la cultura se ha rendido a lo fatuo. Habrá que esperarlo. (Fuente: El Universo de Ecuador)

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