Vicente del Bosque es un castellano viejo sencillo y trabajador. Tal vez algo seco y adusto como describiera Machado a los lugareños de esas tierras, pero esa forma de ser de la Castilla profunda conlleva la bonhomía y la sensación de estar ante personas que anteponen su humanidad a cualquier otra característica. Su calmada forma de afrontar el éxito y aceptar la crítica hace de él un hombre que a todos cae bien. Algo ciertamente difícil en estos tiempos.
Y una vez más en su condición de entrenador de la selección española de fútbol ha demostrado sus cualidades y saber hacer. Tras el rotundo triunfo ante Italia en la final de la Eurocopa y entre otras respuestas de tipo técnico, Vicente dejó caer, a mi juicio, la frase precisa en el instante correcto. Dijo eso de que “al menos hemos proporcionado un rato de felicidad a los españoles”. No se puede decir más y más exacto en menos palabras. Italia había cumplido con su parte desbancando a los alemanes, tan endiosados por su liderazgo económico en Europa y alentados por esa nueva dama de hierro que quiere poner a sus pies a toda Europa. Después, en la final, los dos países a los que la Merkel quiere controlar hasta la asfixia disputaron con nobleza un partido que para ambos significaba algo más que una simple contienda deportiva. Los nuestros fueron mejores, pero los italianos fueron unos dignos rivales al tiempo que compañeros de desdichas.
A todos nos hubiera dolido mucho más que los arios llegasen a la final y nos vencieran. De ahí que la frase de Del Bosque fuera, al menos por unas horas, el bálsamo que España necesitaba para desembarazarse temporalmente de los riesgos de la prima y del ataque de los mercados, algo que pocas horas después habrá vuelto a su ser y a la zozobra que conlleva. Pero ese rato de felicidad nadie nos lo puede quitar y a estas alturas de lo que jarrea unos momentos de calma en la tempestad son siempre bienvenidos.
Al menos en algo nos podemos sentir los primeros de la clase. Los nubarrones de nuestra situación no se arreglan, desde luego, con eventos deportivos, pero, al menos, el dolor se mitiga. A lo lejos, lo que se advierte es un deseo peligroso de llegar a una unión de todo tipo en Europa. No sé si perder cada uno su identidad conducirá a solucionar los problemas. No quisiera ver un renacer imperialista liderado por los fuertes de Europa en detrimento de los que estamos en la segunda división. Siempre será mejor caer con dignidad que bajo alguna bota absolutista. Ocurra lo que ocurra, gocemos por unas horas de ese rato de felicidad que Vicente, con certera visión, nos ha ofrecido junto a ese grupo de locos bajitos que bordan el fútbol como las viejas castellanas bordan de filigranas sus manteles. Con primorosa precisión.
Nota publicada en diariojaen.es