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Lunes 09 de julio 2012

Ahora el diálogo es explicación

Por: Jaime de Althaus.
Ahora el diálogo es explicación
Foto: Referencial

A estas alturas el diálogo es útil, como estrategia. Supongamos que, iluminados por el Espíritu Santo, el gobierno y las autoridades rebeldes de Cajamarca aceptan sentarse en una mesa bajo la mediación del padre Gastón Garatea. El resultado sería uno de dos: o los opositores a Conga se mantienen en sus trece, y no se llega a acuerdo alguno, o aceptan que se lleve adelante el proyecto, pero en mejores condiciones. Sin embargo, resulta que esas condiciones mejores ya fueron impuestas por el gobierno y aceptadas por la empresa. Ahora se construirán primero los reservorios y con mucho mayor capacidad que la inicialmente planteada, y solo cuando los campesinos comprueben que tienen más y mejor agua en época de secano, se iniciará la construcción de la mina. ¿Se puede conseguir algo mejor que eso? ¿En qué mundo?

El diálogo, entonces, sería redundante. En realidad, ya se dio. A palos, pero se dio. El diálogo sería entonces un ritual, una mesa de pacificación más que de trabajo. Pero no tendría objeto propio, porque este ya se logró. En realidad, se trata de explicar los grandes beneficios del proyecto para los campesinos, para la región y para el país, y dar todas las seguridades ambientales del caso. Y para ello es necesario convocar a todas las autoridades y a la población. Bajar al llano y convencer. Quitarle el monopolio de la verdad y de la fuerza a los radicales. El estado de emergencia, bien manejado, puede servir para eso.

El gran capital del gobierno es que tiene la razón, y la tiene en los propios términos de los opositores: el proyecto va a producir más agua, no menos, y de mejor calidad. Con ese capital el gobierno no debe tener temor a convocar al diálogo y a organizar reuniones de explicación hasta la saciedad. No tiene sentido tener la razón y no buscar el diálogo.

Por eso mismo, los radicales no aceptan el diálogo. Pero juegan bien. Santos envió una carta al presidente pidiéndole audiencia para informarle acerca de la inviabilidad de Conga, y el presidente, equivocadamente, no acusó recibo. Aquí gana el que aparece como convocante y pierde el intransigente.

Pero, ¿puede una estrategia de diálogo desactivar un proyecto semiinsurreccional orientado abiertamente a impedir la inversión minera, cambiar el modelo económico y la Constitución e, incluso, deponer al presidente de la República? ¿Y, más aun, cuando ese proyecto usa medios violentos e ilegales? ¿Aceptarían dialogar quienes tienen esos objetivos?

Esto es una razón más para insistir en el diálogo. Pero, sobre todo, para tomar todas las providencias necesarias a fin de impedir que minorías radicales y violentas detengan un proyecto que ha sido legalmente aprobado y que sería bueno para todos los peruanos.

Pues, en última instancia, gana quien logra establecer el orden y el progreso. El diálogo –y la explicación hasta el último rincón– puede ser parte de la estrategia para lograr ese fin, siempre y cuando no implique impunidad para los responsables de los mortales ataques recientes. Pues tampoco puede la democracia poner eternamente la otra mejilla.

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