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Martes 10 de julio 2012

Nuestro tiempo de la barbarie

Por: Jorge Majfud.
Nuestro tiempo de la barbarie
Foto: Referencial

En realidad, el secreto no está en saber muchas cosas sino las necesarias. Y la gente cada día sabe más sobre lo que menos importa. En la educación básica, la formación de valores brilla por su ausencia, y a cambio se les impone a los muchachos un catálogo de  conocimientos dispersos y casi siempre inútiles, prontos para el olvido. En la educación media, la filosofía es un estorbo curricular y las religiones no existen (cuando este tipo de conocimiento debería ser amplio, si es que nuestra educación pretende ser laica y no formadora de ateos por ignorancia.) ¿Acaso existe una historia más rica que la historia de las religiones? ¿Por qué se prioriza la historia del poder y de la guerra?

Por lo general, aquellos que pueden hablar algo de Sartre, Buda o Buber son apenas excelentes repetidores de manuales. Es decir, eruditos. Qué decadentes son los eruditos, ¿no les parece? Jamás comprenderán que la estupidez y la decadencia son algo que se cultiva con mucho esfuerzo. Recuerdo que en mi liceo los chicos de la clase alta, y otros aspirantes, dominaban con facilidad dos o tres lenguas. Sus padres eran viejos y seguían acumulando títulos, diplomas, certificados que se expedían en cursos y congresos internacionales de quince días, trofeos de ajedrez y todo tipo chatarrezco de conocimiento disperso o especializado. Conviví algún tiempo entre toda esa gente “educada”, escuchando padres que sabían pronunciar mejor que nadie “Harvard” y “Yale”, porque habían estudiado allí, y no alcanzaba a darme cuenta lo lejos que estaba toda esa cultura de la sabiduría.

Habrá que pensar que a mucha gente la “cultura” les hace mal; no saben qué hacer con ella. Recuerdo el caso del padre de una compañera que vivía para su currículum, el que aumentaba de cuatro páginas en cuatro cada año y se ponía terrible cuando no lograba superar esa cifra al promediar diciembre. ¿Y el pequeño heredero? Otro cerebro portentoso (como el de todo hijo), y un adoctrinado aún mejor. El pobre muchacho no había cumplido los cinco años y ya contaba el dinero que le daba su padre en francés y en inglés, hasta los céntimos, como hacen en Norteamérica, porque la honestidad comercial de los colonos siempre estuvo rigurosamente en proporción inversa al valor de la transacción, y por eso cuando uno paga un café le devuelven hasta la más ínfima monedita de cobre de cero centavo. El padre decía que así se aprendía más rápido, y el pobre Robertito metía la cultura en su cabeza de la misma forma que metía las monedas en un chanchito amarillo, a través de una ranura en el lomo. Coin, coin, cronch, cronch. Ya cuando el Señor Contador tuvo que reventar a los cincuenta y dos años, todos elogiaron su capacidad para administrar una empresa líder en Latinoamérica, su cultura y su poderoso intelecto. Y nadie se acordó de ese pobre corazón que un día, cansado y olvidado, se partió en dos.

Hoy una licenciatura en Oxford, mañana otra en Berkeley; hoy un millón, mañana dos. Y si no, patatús en el corazón y al carajo tanta acumulación. ¡Ay, nuestro mundito! Tanto conocimiento y tan poca sabiduría, tanta superstición tecnológica, tanta violencia, tan poca vista panorámica, tanto miope urbano, tanto ruido y tan poco silencio. Tanto cerebro y tan poco espíritu. Hoy las nuevas academias y universidades son  como hipódromos donde concurren los mejores caballos, nacidos para competir y para ganar, sudando por una meta que está al final de una espiral absurda, montados por un jinete que se lleva la poca gloria de un logro tan artificial. Porque ahora, casi de lo único que se habla es de Marketing y de Formación de la Empresa.

Pocos años atrás, en nuestra Universidad de la República (estratégicamente empobrecida, como la salud pública), los ricos y los pobres juntábamos los codos en una misma mesa, y allí se terminaban las clases sociales y comenzaban las diferencias de talentos. Pronto se corregirá ese error: toda nuestra elite, los futuros dirigentes y empresarios exitosos, sabrán donde hacer amigos convenientes, creando nuevas castas, aunque para ello deban pagar una fortuna, aprendiendo lo mismo que en la Universidad del Estado, pero entrenándose y acomodándose con el Futuro Éxito, tan ocupados en los Aspectos Financieros que no les quedará ni tiempo ni capacidad para detenerse un momento a reflexionar sobre los Monstruosos Resultados.

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