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Martes 10 de julio 2012

La cultura de la sospecha

Por: Grover Pango Vildoso.
La cultura de la sospecha
Foto: Andina

No sabía que la “sospecha” había sido casi un método, un instrumento de trabajo, del cual se han valido un grupo de pensadores: Sigmund Freud, Karl Marx, Friedrich Nietzsche y Ludwig Feuerbach,  –por eso llamados “filósofos de la sospecha”- para explorar la autenticidad y aún la honestidad del comportamiento de la conciencia humana.

Sin llegar a tales profundidades circula entre nosotros la llamada “cultura de la sospecha”, cuyo concepto alude a la suposición de que siempre hay algo extraño y feo en las cosas que ocurren, especialmente en las obras de gobierno. En consecuencia, nada de lo que se haga puede ser correcto o limpio pues, casi por fatalidad, todo lo que se hace debe esconder algún delito. La salud de la función pública exige la más cuidadosa demostración de limpieza y probidad, ciertamente. Pero lo preocupante es que siempre –o casi siempre- la presunción de corruptela vaya por delante de la presunción de honestidad. ¿Merecemos eso?

Hace ya varias décadas que algo así ocurrió con lo que hoy es la Vía Expresa del Paseo de la República, a cuyo largo circula el Metropolitano de Lima. Se acusó al alcalde limeño de entonces, Luis Bedoya Reyes, de hacer una obra de tan poca utilidad y escasa belleza que sólo merecía llamarse “zanjón”. No hubo acusaciones definidas sobre corrupciones, pero sí comentarios sobre beneficios colaterales.

Se ha extendido tanto la “cultura de la sospecha” que es impensable que haya algo que se logre de manera impoluta. Quizás ya nadie crea que es posible que una autoridad promueva alguna obra, pequeña o grande, sin que obtenga de ella un beneficio personal, directo o indirecto. Es decir: ser honesto es casi increíble.

Por la “cultura de la sospecha” existen todas las “comisiones investigadoras” que uno se puede imaginar. Algunos individuos de poco valer han hecho carrera política con sus disfuerzos moralistas. Pero además, gracias a esta “cultura” tan extendida, las obras iniciadas corren el riesgo de estancarse por tiempos larguísimos como ha ocurrido con el “Tren Eléctrico”, culpable de sabe Dios cuántas sospechas, que fue castigado con el puritano olvido de los gobiernos de Alberto Fujimori y Alejandro Toledo. Y cuando fue inaugurado a fines del reciente gobierno 2006-2011, aunque no hubo forma de endilgarle nuevas investigaciones, sí se dijo que Alan García se había demorado mucho en concluirlo (¿?). Ahora es el turno de los Colegios Emblemáticos y todo lo que en ellos quepa, pensando en el 2016.

No sé exactamente qué sospechas siguen pendientes sobre el Metropolitano de Lima, pero sí es evidente que hay obra física no concluida. Es constatable que hay estaciones, tanto en la avenida Emancipación como en Alfonso Ugarte, que carecen por lo menos de cobertizos. ¿Por qué?

Que quede muy claro: no es éste un elogio a la impunidad ni una promoción de la bobería. Pretende ser, más bien, una advertencia contra otra forma de maniqueísmo que, en estos terrenos también, quiere hacer de las suyas. Esta vez sus alternativas son la corruptela o la permisividad. Entre ambos extremos hay varias opciones, entre las que tienen cabida gestiones públicas dignas, no exentas de errores humanos.

Al cabo, resulta incongruente decir que se ama al Perú pero no se cree en la rectitud de los peruanos.

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