El 2 de agosto de 1979 cerró los ojos para siempre Víctor Raúl Haya de la Torre. El Perú parecía una lágrima. Los tímidos rayos de sol de un invierno esquivo se apagaron y en el cielo aparecía gigante la figura del gran pensador.
El pueblo quería contemplar, por última vez, el rostro del gigante político peruano. Desfilaron apristas y no apristas por la Avenida Alfonso Ugarte durante días y noches, hasta que fue trasladado a Trujillo, su ciudad natal, donde él quiso descansar para siempre. El acto fue conmovedor. Parecía que desde la cima de los altos cerros de Lima, nos venía su voz sonora pronunciando su discurso de despedida.
La primera vez que lo ví fue en Piura en 1945. Llegó en una camioneta rural, flameaba un pañuelo blanco, abría y agitaba sus brazos como queriendo abrazar a la multitud; Piura encendida de entusiasmo vitoreaba al líder. El ambiente era de fiesta. Víctor Raúl, saludó a los piuranos e hizo una hermosa recordación de su llegada al Perú en 1931, dijo : En 1923 fui expulsado de mi patria por luchar por los ideales de Justicia y dije en carta, desde la prisión, que volvería cuando sea llegada la hora de la Gran Transformación. Volví en 1931 y volví a mi Patria por Talara, primera tierra peruana que pisaba después de ocho años de destierro. Cómo, pues, no recordar con cariño a Piura, si aquí me dieron el primer abrazo de bienvenida. Más adelante el orador hizo una brillante exposición de sus ideas sobre el campo. Les dijo a los campesinos que eran ciudadanos cabales con todos sus derechos y que no podían continuar como siervos, que solamente debían trabajar ocho horas diarias, gozar de vacaciones y derechos sociales. Jamás político alguno había hablado así al pueblo. Piura vibró de emoción ciudadana.
Haya de la Torre trajo, pues, un auténtico lenguaje revolucionario. La juventud de mi tiempo siguió sus enseñanzas y contribuimos al fortalecimiento del APRA, seguros de que apostábamos por la Gran Transformación.
Víctor Raúl: El 02 de agosto de 2012 iré a Villa Mercedes, escucharé al religioso elevar sus oraciones por ti. Los compañeros orarán y vivarán tu nombre y yo volveré a casa acompañado de un murmullo de recuerdos que me acompañarán hasta cuando mi corazón deje de latir.