Las ciudades y el ambiente

De acuerdo a las estimaciones de Naciones Unidas, para el año 2050 la población urbana del mundo alcanzará los 6.400 millones de habitantes, el doble de los que había en 2005. La expansión la lideran África, que cuadruplicará su población urbana, y Asia, que la duplicará; en América Latina, ya altamente urbanizada, el incremento será del 50%.

Este fenómeno plantea uno de los mayores retos que la humanidad debe afrontar en este siglo, pues ya se ha superado ampliamente la capacidad de la naturaleza para reponer los bienes demandados por la población humana (la llamada biocapacidad de la Tierra) debido fundamentalmente a la rápida expansión de las emisiones de gases de efecto invernadero, la causa principal del calentamiento global y que se originan en cerca de un 80% en las ciudades.

Frente a esto no ha faltado quien proponga como solución detener el crecimiento urbano o incluso revertirlo, una alternativa que en su aparente ingenuidad lo que revela es profunda ignorancia y que, en la eventualidad negada de que fuera factible, daría lugar a problemas aún más graves. En cambio, las autoridades de muchas ciudades han empezado a tomar medidas para garantizar que esa expansión de la urbanización, en lugar de un problema, se convierta en una nueva oportunidad para mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos. "Movilizadas al unísono, las ciudades tienen suficiente poder colectivo para influir sobre la opinión pública e inducir cambios en la agenda legislativa. Las ciudades tienen más libertad que los estados nacionales para impulsar estrategias progresivas que ya están cambiando la vida de las personas", declaraba el alcalde de Río de Janeiro en vísperas de la Conferencia Río+20.

En efecto, la evidencia empírica sugiere que hoy las estrategias más innovadoras para enfrentar desafíos ambientales como el cambio climático se están incubando en las ciudades, lo que tal vez se explique por la cercanía de las autoridades a los electores. Pero si los estados nacionales hacen poco en esa dirección, en cambio pueden hacer mucho para entorpecer las iniciativas locales. Es lo que ocurre en Venezuela, donde un Estado indiferente ante esos problemas intenta obsesivamente estrangular la autonomía de las ciudades y nos envía al pelotón de cola de la innovación urbanística y energética. (El Universal)