Cuando tenía 12 años de edad, mi madre cayó con una rara enfermedad por la que estuvo al borde de la muerte. Deambuló por médicos y más médicos, se realizó todo tipo de estudios, sin que nadie lograra proporcionarle un diagnóstico certero de lo que tenía. Le recetaban medicamentos para atemperar su malestar, pero con ello sólo conseguían intoxicarla y depredarla física y moralmente. Incluso llegaron a prescribirle medicación de la que se suministra a los enfermos de cáncer terminal. Al cabo de un año de idas y vueltas, perdió peso, casi perdió la vista y su sistema digestivo no toleraba ningún alimento. Se mareaba, perdía el equilibrio, sufría de fortísimos dolores, pánicos, alucinaciones, crisis de llanto, y yo veía sin poder hacer nada, como mi madre se tambaleaba entre la muerte y la locura.
Entonces, una noche, soñé algo. En mi sueño era una mañana soleada, hermosa y apacible, el aire estaba fresco y el ambiente limpio. Se destacaba el color blanco de las construcciones iluminadas por el sol, sobre el mar y el cielo de un azul nítido y profundo. Y por allí caminaba yo, despreocupadamente, cuando vislumbré la figura de mi madre un centenar de pasos al frente. Iba vestida con el tapado negro que utilizaba para las ocasiones importantes, arreglada como si fuera a irse a algún lado. Estaba bella, elegante, joven y serena, esperando en la parada del colectivo, con su cabello largo y lacio brillando al sol, y el rostro distendido.
Atiné a acercarme en su dirección cuando llamó mi atención un movimiento repentino del mar. Una enorme ola azul se levantaba sobre la línea de la costa, justo enfrente de dónde se encontraba mi madre.
Tuve la sensación de que la ola venía a llevársela, y que ella lo sabía pero no tenía miedo. Yo tampoco lo tuve. Sentí mucha paz y supe que ambas estábamos protegidas. La ola era hermosa y el paisaje de mi sueño tan calmo y luminoso que no me provocaba temor alguno. Todo estaba bien. Todos estaríamos bien.
Quizás existiera otra interpretación para mi sueño que la que yo le dí, pero mi mayor temor en ese momento era que mi madre muriera… y algo en mi interior me llevó a enfrentar ese miedo. Lo tomé como una señal de que la “ola” se la llevaría, y me preparé mentalmente para afrontar eso. Ese sueño me había conferido una enorme tranquilidad: pasara lo que pasara, sería lo correcto. Aunque mi madre se fuera o se quedara, estaría bien… y yo también lo estaría. Así como en mi sueño, sería guiada y protegida.
Transcurrieron algunos años más. Mi mamá decidió quedarse, aunque tiempo más tarde me confesó que en efecto, había sentido el llamado. La curación le demandó largos años de ardua disciplina y trabajo interior, la modificación rotunda de su estilo de vida y hábitos alimenticios. Se asió a lo “espiritual” e ingresó en el mundo de lo “alternativo”. Con determinación y fuerza de voluntad logró ganar la batalla a su enfermedad y, sin darse cuenta, me señaló un camino.
Recibí una importante lección de esta experiencia. Aprendí que todo lo que nos sucede es por bien. Todo es por NUESTRO CRECIMIENTO.
El cambio de uno puede influenciar la vida de muchos, así como esta experiencia en la vida de mi madre no sólo orientó su propio cambio de vida, sino que contribuyó a impulsar la mía hacia la búsqueda espiritual. Todos somos guiados por nuestro Ser Superior, nuestro Dios, Espíritu o como queramos llamarle, a descubrir y enfrentar nuestros peores miedos, para crecer, trascenderlos y aprender a estar mejor.
SIEMPRE PODEMOS ELEGIR sacar o no provecho de cada experiencia, crecer o resignarnos a un perpetuo sufrimiento; y siempre las elecciones de los demás nos influencian, pero estas no lo hacen de un modo necesariamente “negativo”. Cada crisis oculta una OPORTUNIDAD. Cada acontecimiento “negativo” contiene en sí el mismo nivel potencial de su polaridad opuesta: puede ser infinitamente positivo. Mientras más trágico sea lo que nos suceda, mayor será el regalo que podamos obtener de esa experiencia. Se que cuesta creerme, pero es verdad. Cada aparente problema viene para que aprendamos algo, para que veamos más allá, para que nos atrevamos a “bajar” a nuestra experiencia terrena un poco más de nuestra Fuente de Potencial Ilimitado.
Ese será nuestro mayor desafío, mientras permanezcamos aquí en la Tierra.
Luciana Cámpora, autora
www.lucianacampora.com
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