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Domingo 15 de julio 2012

La patética política del miedo de Cristina Kirchner

Por: Fernando Laborda.
La patética política del miedo de Cristina Kirchner
Foto: cadenamarianomoreno.com.ar

La presidenta de la Nación pudo demostrar en los últimos días que los controles de evasión impositiva funcionan a velocidad récord cuando se trata de castigar a todo empresario que ose hacer públicas sus diferencias con la política económica de su gobierno. En los últimos días, ya venía confirmando que no tendría piedad con aquellos gobernadores que, como Daniel Scioli , insinuaran su intención de sucederla en 2015.

El mensaje es claro. Cristina Fernández de Kirchner está dispuesta a emplear todos los instrumentos del Estado para enfrentar a su enemigo, al que se puede definir como todo aquel que exteriorice un serio cuestionamiento a las políticas oficiales. Desde el aparato de recaudación oficial hasta los servicios de inteligencia, pasando por el cada vez más abusivo uso de la cadena nacional , todos los recursos se hallarán a mano de la titular del Poder Ejecutivo para disciplinar a los disidentes.

El escrache al que la primera mandataria sometió a una empresa inmobiliaria, luego de que uno de los socios de la compañía se quejara de la indesmentible caída de las ventas de propiedades tras la instrumentación del cepo al dólar , es sólo una muestra de los abusos de poder de un gobierno que ha llegado en las últimas horas al extremo de forzar al Banco Central a idear la posible condena a pesificación perpetua a quienes compren dólares para viajar al exterior y finalmente no salgan del país.

En el momento de mayor intervencionismo del Gobierno sobre la actividad privada y de menos respeto por el derecho de propiedad, la dirigencia empresarial habla poco y nada sobre la cadena de arbitrariedades oficiales. Prevalece el temor a las represalias. Se termina imponiendo la lógica que traslucía un viejo eslogan del último régimen militar de la Argentina, "El silencio es salud", que identificaba una supuesta campaña de bien público con nefastas connotaciones.

No hay absoluta inocencia en los representantes del empresariado. Su silencio puede relacionarse a veces con el miedo a perder un subsidio, una prebenda o una contratación con el sector público, y muchas veces con la convicción de que no podrían enfrentar una inspección impositiva de la AFIP.

Los gobiernos kirchneristas se han ocupado con cierto éxito de alentar una cultura en la cual la afinidad de los empresarios con los funcionarios sea vista en sí misma como una potencial fuente de negocios, más fructífera que cualquier emprendimiento que involucre una tradicional inversión de riesgo.

Con el capitalismo de amigos, primero, y con el capitalismo de Estado, en los últimos años, el oficialismo ha edificado un paradigma en el cual los emprendedores tienden a ceder su lugar a los cortesanos del poder y a los lobbistas . Se ha hecho creer desde el poder político que la relación con los funcionarios y el dominio de sus cada vez más arbitrarias y complejas regulaciones resultan más importantes que el entendimiento del mercado. El mejor ejemplo es el de Alejandro Vandenbroele y los amigos del vicepresidente Amado Boudou, que, de la noche a la mañana, se quedaron con la ex imprenta Ciccone y con un millonario contrato con la Casa de Moneda para imprimir billetes que ni siquiera sería necesario si las autoridades nacionales admitieran la galopante inflación y advirtieran que debería haber billetes de 200 y de 500 pesos en lugar de tantos de 100 pesos.

El modelo kirchnerista profundizado por el cristinismo induce a que, en lugar de demandar libertad económica, hoy el empresario tienda a tratar de complacer al funcionario para obtener su favor o evitar persecuciones. Y lo primero que no se puede hacer es levantar la voz para contradecir al poder. Quien así no lo entienda se arriesgará a sufrir el escarnio público, incluso de boca de la propia Presidenta.

Las consecuencias de no adaptarse a ese molde las vivió días atrás en carne propia una empresa inmobiliaria, más allá de su aparente pecado de no haber presentado declaraciones juradas de ganancias últimamente. No hace mucho las sufrieron varias consultoras que tuvieron la "osadía" de medir la inflación con una metodología más confiable que la del Indec. Las soportaron empresas periodísticas que dejaron de recibir publicidad oficial o vieron obstaculizada la distribución de diarios por piquetes de camioneros que, en aquel entonces, respondían a directivas del oficialismo. Las padecen directivos de diarios acusados infundadamente por supuestos delitos de lesa humanidad. Las penan empresarios que no navegan bajo el calor oficial y son acosados por inspecciones impositivas, por sospechosas medidas de fuerza sindicales, por la suspensión de líneas de financiamiento o por demoras en la concesión de licencias para el comercio exterior. Las toleran jueces no dispuestos a "cooperar" en causas que interesen al poder político y, finalmente, los gobernadores provinciales e intendentes no alineados con la Casa Rosada, condenados por la discrecionalidad del mayor unitarismo fiscal de los últimos tiempos.

El empleo del miedo como método alcanza a extraños y a propios. Los ministros y colaboradores de la jefa del Estado saben que, desde siempre en la era kirchnerista, se hallan sometidos a un control obsesivo acerca de todo lo que hacen y dicen, y también sobre lo que no dicen, especialmente cuando de ellos se espera que, vía Twitter o como sea, salgan a defender decisiones presidenciales.

No hay lugar para verdaderos ministros capaces de dimensionar con objetividad los problemas y hacerle ver la realidad a la Presidenta; apenas hay espacio para complacientes edecanes. Tampoco hay lugar para la idoneidad, desplazada por la obsecuencia. El beneplácito de la jefa es el único control de calidad. Sólo falta que, como en otras épocas, se repita hoy la anécdota atribuida a tantos dictadores latinoamericanos que le preguntan a un colaborador qué hora es y de inmediato reciben como contestación: "La que usted quiera, mi general".

Es así como los mensajes presidenciales, recurrentemente, se caracterizan por grandes ausencias, como la inseguridad o la inflación, en tanto se centran en viejos pergaminos que adornan los muros kirchneristas desde 2003, como el crecimiento a tasas chinas, la caída del desempleo y el boom del consumo. Se añade desde no hace mucho el afán por convencernos a todos y a todas de que nuestro gran problema es "el mundo que se nos cae encima", aun en momentos en que el precio internacional de la soja bate récords. La manipulación está a la vista: con la misma convicción con que hoy endilga al mundo la desaceleración de nuestra economía, Cristina Kirchner obvia toda mención al viento de cola mundial que permitió la fuerte aceleración económica de los primeros años de la era K.

La política del miedo de una Presidenta que suele confundir la ley con su propia voluntad convive con otros temores. Aquellos que reinan en operadores económicos que hoy recuerdan declaraciones hechas en octubre pasado por el entonces viceministro de Economía, Roberto Feletti, en el sentido de que, una vez ganadas las elecciones, "el populismo no tendrá límites porque tiene las herramientas para apropiarse de la renta". Lo que en aquellos días sonaba desmesurado, hoy parece una profecía. ¿Qué vendrá tras el cepo cambiario? ¿Acaso una nacionalización de los depósitos bancarios, como puede sugerirlo la reciente imposición a los bancos de prestar dinero a tasas negativas?, se preguntan empresarios.

El auge de la sustitución de reglas habituales por procedimientos cada vez más arbitrarios sustentados en una política dirigista e intervencionista ha abierto en el país un espacio incierto donde todo es posible. La Argentina kirchnerista es una cantera inagotable para la imaginación (Con información del diario La Nación).

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