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Martes 17 de julio 2012

¿Comprar votos?

Por: Sara Sefchovich
¿Comprar votos?
zonafranca.mx

Lo que sigue pretende ser un análisis para entender la obsesión con la llamada compra de votos. El punto de partida es que ésta existe porque los ciudadanos la aceptan. Hay oferta porque hay demanda. Y esa demanda (tanto como esa oferta) es histórica y parte innegable de la cultura nacional.

Y, sin embargo, se está considerando al revés: que la oferta es la que creó la demanda. Y más todavía, se atribuye el éxito de ese mecanismo a la pobreza: según quienes lo han denunciado, se comprometió el voto a cambio de una torta “que va a calmar el hambre por unas horas”.

Me parece que ver las cosas de ese modo es no entender la cultura mexicana. Desde tiempos de la Colonia, y hasta hoy, ha prevalecido entre nosotros la cultura de la caridad. Por eso todos los presidentes, primeras damas, gobernadores, munícipes y delegados han hecho obsequios: desde casas habitación y terrenos hasta máquinas de coser, tinacos, pintura y tarjetas para que la abuelita pueda comprar alimentos. Dependiendo de cómo se lo hace, a eso se le llama a veces políticas públicas basadas en derechos y otras veces acciones asistencialistas basadas en deseos de ayudar, pero en todo caso lo importante es que son ampliamente aceptadas y también bastante solicitadas.

Por ello es que un político en campaña hace obsequios: porque las personas los aceptan y hasta los piden. Y por qué no. A todos nos gustan los regalos y se vale aprovechar cuando nos los hacen. Eso me lo enseñaron las mujeres. Cuando las feministas nos oponíamos a la celebración del día de las madres, entre otras cosas porque era una fecha que sólo abonaba al consumo, las señoras estaban felices de recibir, aunque fuera una vez al año, una licuadora o una plancha.

La torta, la camiseta o la tarjeta para adquirir mercancía se aceptan no por la necesidad (que sin duda existe en algunos rincones del país, pero no en donde a los partidos les interesa comprar el voto), misma que por supuesto no resuelven y ni siquiera atenúan, sino por una cultura acostumbrada a recibir regalos del gobierno y de los políticos. Así ha sido y ojalá pudiéramos cambiar eso, pero hasta ahora así es.

Por eso el propio López Obrador le dijo a la gente que aceptara lo que le ofrecían, pero luego votara por quien quisiera. Y eso hicieron los ciudadanos. Aceptaron los regalos y votaron por quien quisieron. El problema estuvo en suponer que ese “quien quisieran” no iba a ser el PRI, porque existe la suposición de que los pobres tendrían por definición que preferir a la izquierda y lo que ella les ofrece. Y en efecto, muchos lo prefirieron, pero no todos.

Y entonces, lo único que se les ocurrió a quienes esperaban resultados a partir de sus suposiciones, fue afirmar que además de comprados, los ciudadanos están manipulados por la publicidad.

Recordé cuando en julio del 2008 se convocó a una consulta pública y de un padrón de casi 8 millones de electores en el DF, acudió un magro 10% y se atribuyó la escasa asistencia a las urnas “a la publicidad de la oposición a favor de no votar”. Lo que no se explicó fue por qué tuvo más efecto en los electores esa publicidad del no que la que los incitaba al sí, la cual también fue intensa.

Ver las cosas de este modo es, otra vez, no entender a los ciudadanos. Porque no somos tan manipulables, porque tenemos nuestras ideas y sabemos lo que preferimos. Eso no significa que la publicidad no influya, claro que lo hace y por eso existe. O que el exceso de dinero utilizado no pueda alterar el comportamiento de algunas personas. Pero en último análisis, ni la publicidad ni los regalos son responsables de los resultados electorales, lo son las decisiones de los ciudadanos que por alguna razón prefieren darle su voto a este o a aquel partido.

Entonces, la tarea pendiente es averiguar esta razón, ello si se quiere, en el futuro, atraer esos votos.

Nota publicada en periodicocorreo.com.mx

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