Después de revisar el documento de impugnación de la elección presidencial presentado por el equipo de Andrés Manuel López Obrador, en el bando de Enrique Peña Nieto saben que la victoria no corre riesgo jurídico. Pero todo lo que necesitan los impugnadores es esparcir una atmósfera, una percepción de que, otra vez, se registró un fraude grosero que solo ciegos y corruptos no quieren ver, para:
*Influir en dos, tres, cuatro de los magistrados del Tribunal Electoral.
*Hacer explotar en las calles una protesta de signos todavía impredecibles.
*Debilitar lo más que se pueda al futuro Presidente de la República.
*Manchar “históricamente” su triunfo y legitimidad.
Peña Nieto derrotó a López Obrador en 24 estados de la República. En 22 de ellos, por más del promedio nacional de 6.5 por ciento. Los días pasan, sin embargo, y el frente priista sigue bajo asedio. Se dirá que la defensa encabezada por el presidente del partido, Pedro Joaquín Coldwell, ha sido eficaz. Menos explicable es que, con 3.2 millones de votos de ventaja, el mes de julio termine con el mexiquense en una posición parecida a la de Felipe Calderón hace seis años.
Con el libreto de 2006 en la mano, supongo que Peña Nieto estará preparando una contraofensiva para redefinir consensos a su favor. Porque seguirle dejando libre el estrado a López Obrador es endosar el nacimiento de una Presidencia debilitada.
De un Presidente mermado.
Nota publicada en diariodemorelos.com