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Miércoles 25 de julio 2012

La plataforma de lanzamiento

Por: Thomas L. Friedman.
La plataforma de lanzamiento
Foto: Referencial

EE.UU.
Puedo recordar malas campañas presidenciales en buenas épocas y buenas campañas en malas épocas, pero es difícil recordar una peor campaña en peores épocas. La campaña de Mitt Romney no se ha tratado de nada, y la del presidente Barack Obama ha sido sobre Romney. Estoy seguro de que los ataques de Obama a la carrera de Romney en Bain Capital lo han dañado, pero también parecen haber dañado a Obama –lo han distraído de ofrecer un gran mensaje optimista que dice: este es el mundo en el que vivimos; esta es la razón por la que mis anteriores políticas públicas fueron relevantes; aquí es a donde nos dirigimos luego, y esta es la razón por la que va a funcionar–. El presidente está golpeando muy por debajo de su peso. Es como observar a Tiger Woods jugar golfito o a Babe Ruth tocar la bola. Obama es mejor que esto.

En su entrevista con Charlie Rose, de CBS News, el domingo antepasado, Obama reconoció que uno de los mayores errores de su primer mandato “fue pensar que este trabajo solo se trataba de tener las políticas públicas correctas. Eso es importante. Sin embargo, la naturaleza de este cargo también es contarle una historia al pueblo estadounidense que le dé un sentido de unidad y propósito, así como optimismo, especialmente durante las épocas difíciles”.

Yo estaría de acuerdo. En retrospectiva, siempre me dio la impresión de que la nominación de Obama fue un acto tremendamente importante –la culminación del movimiento de los derechos civiles–. Sin embargo, se dio su elección porque una mayoría de estadounidenses pensó que era el mejor hombre para hacer algo más: revivir, renovar y reconstruir a Estados Unidos para el siglo XXI. No obstante, nunca se explicó en forma sistemática en esos términos.

Sus políticas públicas –como la atención de la salud, salvar a la industria automotriz, aumentar los estándares por millaje y “competir para llegar a la cima” en la educación– fueron iniciativas discretas en la dirección correcta, pero cada una se peleó por separado, a menudo en los baños congresuales, y nunca se sintetizaron en un todo que el electorado pudiera apreciar totalmente o se inspirara para que se levantaran de sus asientos para apoyar. Su campaña hoy es la misma.

¿Hay un conjunto integrado de políticas y un discurso que pudieran animar, inspirar y vincular un segundo mandato de Obama? Creo que sí lo hay. (Exploré por primera vez este tema en un libro reciente que coescribí con Michael Mandelbaum.) Y es este: Estados Unidos debería ser para el mundo del siglo XXI lo que fue Cabo Cañaveral para Estados Unidos en los sesenta. Cabo Cañaveral fue la plataforma de lanzamiento de nuestro único intento lunar nacional. Fue un proyecto enormemente inspirador que motivó a la investigación científica, la innovación, la educación y las manufacturas. Sin embargo, no vamos a volver a tener un intento lunar nacional.

Más bien, Obama debería aspirar a hacer que Estados Unidos fuera la plataforma de lanzamiento donde cualquiera en cualquier parte podría querer venir a lanzar su propio cohete a la luna, su propia empresa emergente, su propio movimiento social. No podemos estimular ni abrirnos camino al crecimiento con recortes fiscales. Tenemos que llegar a eso con inventos. Se crea la mayoría de los empleos nuevos cada año en empresas emergentes. Ya se acabaron los días en los que llegaban Ford o GE al pueblo con 10.000 empleos.

Sus fábricas están mucho más automatizadas hoy, y sus productos se hacen en cadenas mundiales de suministros. Más bien, necesitamos que 2.000 personas en cada ciudad establezcan, cada una, algo que emplee a cinco personas.

¡Necesitamos que cada uno empiece algo! Por tanto, deberíamos aspirar a ser la mejor plataforma de lanzamiento del mundo porque nuestra fuerza de trabajo es muy productiva; nuestros mercados son los más libres y en los que más se confía; nuestra infraestructura y ancho de banda para internet son los más avanzados; nuestra apertura al talento extranjero no tiene rival; nuestro financiamiento para la investigación básica es el más generoso; el imperio de la ley, la protección a las patentes y el código fiscal amigable con las inversiones son la envidia del mundo; nuestro sistema educativo es inigualable; nuestra moneda y nuestras tasas de interés son las más estables; nuestro ambiente es el más prístino; nuestro sistema de atención de la salud es el más eficiente, y nuestros suministros de energía son los más seguros, limpies y rentables.

No, no somos todas esas cosas hoy día –pero construir a Estados Unidos en esta plataforma de lanzamiento para más empresas emergentes es precisamente de lo que debería tratarse el segundo mandato de Obama, para que más estadounidenses puedan prosperar en un mundo que hayamos inventado–. Si podemos hacer de Estados Unidos el mejor lugar para soñar algo, diseñar algo, empezar algo, colaborar con otros en algo y manufacturar algo –en una época en la que se puede hacer cada eslabón de la cadena en muchos lugares–, a nuestros trabajadores e innovadores les irá muy bien.

Sin embargo, un discurso no es solo un plan de negocios. Tiene que estar imbuido de valores y, en nuestro caso, el más obvio es “la sustentabilidad”, que no solo significa “verde” o “no crecimiento”. Significa comportarse responsablemente en el mercado y con la Madre Naturaleza para que podamos tener crecimiento que perdure. Lo que representó la “libertad” para la generación de nuestros padres, la “sustentabilidad” tiene que serlo para la nuestra. Si no traemos valores de sustentabilidad a nuestros sistemas bancarios y ecosistemas vamos a terminar “menos libres” que si los comunistas hubieran ganado la Guerra Fría, porque sin prácticas sustentables, las repetidas crisis en el mercado y la Madre Naturaleza impondrán más limitaciones a nuestra forma de vivir que cualquier cosa que los soviéticos pudieran haber hecho alguna vez.

Si se entrelaza todo, se tendrá un discurso digno de Estados Unidos en el siglo XXI, uno que vincule al mundo nuevo en el que estamos viviendo con nuestras fortalezas tradicionales y un conjunto de políticas públicas para mejorarlas. Otros tendrán ideas diferentes. ¡Qué vengan! Las campañas son el momento para las discusiones, pero discusiones sobre las cosas correctas. (El Universo)

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