Sábado 04 de mayo 2024 | Contáctenos
Normalmente, en esta etapa de la campaña presidencial, los republicanos están teniendo mucho más éxito para irritar al candidato de los demócratas al presentarlo como antiestadounidense. Michael Dukakis fue acusado de tener un apellido chistoso y no haber podido recitar la Promesa de Lealtad 10 veces al día. John Kerry fue señalado por actuar como francés y comer filetes de Filadelfia con queso suizo. Al Gore estaba interesado en la tierra y los tonos tierra. ¿Hace falta que se diga más?
Además, el partido Republicano ha tenido tanta práctica en los últimos cuatro años para distorsionar a Barack Obama como un apologista socialista de tipo existencialista para Estados Unidos con un acta de nacimiento secreta y del extranjero, que debería ser como dispararle a mahi-mahi en un barril.
El tipo solía vestir un sarong para resolver el crucigrama del The Sunday Times, por todos los cielos; una apariencia más exótica que las boinas sino-francesas de Ralph Lauren. Sin embargo, los ataques republicanos de esta semana han sido de una estridencia tan chillona que hacen que la campaña de papi Bush en una fábrica de banderas de Nueva Jersey, en 1988, parezca una obra maestra de sutileza.
“Desearía que este presidente aprendiera a ser estadounidense”, dijo John Sununu, el exgobernador de Nueva Hampshire, el martes de la semana pasada durante una llamada de conferencia con medios de la campaña de Romney. (Se disculpó más tarde.)
Además, fue al noticiario de Fox para afirmar que el presidente “no tiene idea alguna de cómo funciona el sistema estadounidense, y eso no debería sorprendernos, ya que pasó sus primeros años en Hawái fumando algo, pasó los siguientes años en Indonesia, otro periodo de años en Indonesia, y francamente, cuando llegó a Estados Unidos, trabajó como organizador de la comunidad, lo cual es una estructura socializada”. Y el lunes siguiente, el siempre deleitante Rush Limbaugh intervino: “Pienso que ahora se puede afirmar, sin temor a equivocación –sin equivocación– que este hombre odia a este país. Está intentando –Barack Obama está intentando– desmantelar, ladrillo a ladrillo, el sueño americano”.
Prosiguió: “Fue adoctrinado en su infancia. Su padre era comunista. Su madre era de la izquierda. Fue enviado a prepararse en las mejores universidades, donde fue reforzado su desprecio por el país”. ¿De la misma manera que fue para los Bush y Mitt Romney?
Sin embargo, esas tonterías suenan razonables en comparación con los cargos ‘tipo McCarthy’ de Michele Bachmann, en el sentido de que la Hermandad Musulmana está infiltrando el gobierno estadounidense. Ella citó de manera ridícula a la respetada asesora de Hillary Rodham Clinton, Huma Abedin, la hija musulmana de catedráticos de ascendencia india y paquistaní y la esposa del exrepresentante Anthony Weiner, como alguien que no debería tener autorización de seguridad.
Para quienes odian es difícil tener tracción cuando el presidente y su esposa se ven tan estadounidenses, apapachándose para la “cámara beso” en el partido de baloncesto entre Estados Unidos y Brasil aquí por la noche del lunes de la semana pasada, mientras la encantadora Malia miraba llena de emoción. En el trayecto de campaña, el martes de la semana anterior por Pensilvania, Romney tildó el rumbo de Obama como presidente de “extraordinariamente exterior”. Sin embargo, es el Mitt-bot el que sigue siendo sorprendido haciendo cosas que parecen extrañamente fuera de la norma para la mayoría de los estadounidenses.
Los estadounidenses han sido entrenados para desconfiar de cuentas bancarias en Suiza y paraísos fiscales en Bermuda y las Islas Caimán. Los tipos que las tienen en las películas siempre son turbios y codiciosos.
Como escribe Nicholas Shaxson en Vanity Fair, aunque Romney dejó Bain Capital, la empresa de valores privados que él fundó, en 1999, “ha seguido recibiendo grandes pagos de ella: a principios de junio, él reveló más de 2 millones de dólares en nuevos ingresos de Bain. Actualmente, esta empresa tiene por los menos 138 fondos organizados en las Islas Caimán, en tanto el mismo Romney tiene intereses personales en cuando menos 12 de ellos, con valor equivalente hasta 30 millones de dólares, oculto detrás de polémicas renuncias de responsabilidad legal sobre confidencialidad”.
Jack Blum, abogado de Washington y experto en paraísos fiscales, le dijo a Zhaxson: “Lo que Romney no entiende es que esta cosa es extraña”.
George Romney fijó la norma de oro al divulgar el equivalente de 12 años de declaraciones fiscales. Sin embargo, la negativa de su hijo a divulgar una muestra aceptable es tan sospechosa que incluso algunos republicanos de prominencia han respingado.
¿Por qué, para empezar, se enredaría el heredero de una familia política que siempre ha querido ser presidente en una cuna de gato de truculencia fiscal?
Romney arguyó que él “no había tenido participación” en Bain después de 1999 cuando algunas de sus empresas terminaron en bancarrota, enviaron empleos al extranjero y despidieron trabajadores. Él permaneció al frente del consejo directivo de la empresa, como CEO, presidente y único accionista hasta 2002. Aparte de eso, no tenía nada que ver con el lugar.
A más del tiempo que pasó corriendo en la Olimpiada de Salt Lake City, lo cual le gusta publicitar, es como si toda la vida de Romney, desde su fortuna de 250 millones de dólares y su periodo en Bain, con tendencia a ser de culto, hasta su mormonismo, estuviera oculta en un refugio secreto.
Al igual que W. (Bush), él está transmitiendo la impresión del niño privilegiado que creció en el club campestre y obtuvo tratos especiales debido a su padre, pero después anda corriendo por ahí proclamando que es un empresario forjado por sí solo. Esa falta de autoconciencia –y la negativa de Romney a asumir la responsabilidad por su propia empresa– son características perturbadoras en un líder. (El Universo)
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