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REDES SOCIALES
Domingo 29 de julio 2012

En busca del libro perdido

Por: Cecilia Ansaldo Briones.
En busca del libro perdido
Foto: Referencial

En la vida hay pérdidas feroces. Muerden el corazón, desubican, atropellan. Producen toda clase de sensaciones, más que nada de finitud, de pequeñez, de nimiedad. La vida marcha con su propia fuerza y parecería que nos deja a la zaga mientras avanza arrasando y destruyendo. Podría hacer la lista de los preciosos objetos y seres que se pueden perder e intentar una meditación sobre sus significados, pero hoy los hechos me obligan a reparar en una pérdida atroz, de esas que dejan en el lugar del objeto valorado una ausencia absoluta.

Me refiero al libro perdido. Al manuscrito o mecanoscrito (como hoy se dice) elaborado en numerosas sesiones de trabajo, que fue resultado de ese trance extenso e inexplicable que es la creación, de esas luchas secretas con las palabras y la imaginación, con los fantasmas interiores y la dirimente razón. En esos ejemplares que lucen su inercia elocuente en las vitrinas hay siempre una segunda historia, subrepticia, que sus autores van regando en entrevistas y testimonios, la historia de la escritura, asaltada de variedad, de impaciencia y dolor.

La narradora Solange Rodríguez sufrió un robo en su casa el fin de semana anterior. Esa rapacería social que nos doblega como comunidad –y sobre la cual los políticos discuten atribuyéndose responsabilidades, pero sin darnos la menor solución– le tocó a ella, en la malvada lotería del hurto planificado: su computadora desapareció, junto con otros objetos. En la máquina estaban guardados sus tesoros más preciados, sus textos por publicar –dos libros de ya proyectada aparición– y mucho material de sus actividades profesionales.

¿Cómo se reemplaza una pérdida de semejante dimensión? ¿O acaso habría alguna esperanza de recuperación en esos desesperados intentos de pagar rescate a los delincuentes y salir doblemente perjudicados en esas negociaciones? (porque el atropello de nuestra intimidad no nos lo borra nadie). El hecho doloroso ha concitado la indignación y la solidaridad de los amigos de la escritora y la polvareda se levantó de inmediato por las redes sociales. ¿A qué nos conmina lo ocurrido? ¿A poner más rejas, más guardias en nuestro torno? ¿A alimentar la paranoia de cuánto nos tocará el golpe aleve del atraco y restringir nuestros pasos y llenarnos de temor?

La historia de la literatura recoge aconteceres semejantes. El poeta colombiano José Asunción Silva perdió buena cantidad de su poesía en un naufragio; en un viaje, a Hemingway le desapareció una maleta con manuscritos sobre su participación y proximidad con hechos de la Guerra Civil española y I Guerra Mundial. Otros han echado al fuego libros enteros por criticidad propia o frustración. Azar y voluntad, a fin de cuentas, marcan el camino de la vida.

Pero que una mano ajena irrumpa en nuestro reducto o nos corte la libre circulación y nos arrebate aquello que nos singulariza como individuos –llámense cualquier clase de bienes en el inalienable derecho a poseer los instrumentos de la cotidianeidad–, indigna, escandaliza y es muestra de una sociedad decadente. Aquí no se trata de la lucha de los pobres por sobrevivir, de la desigualdad que explica prácticas extremas. Se trata de delincuencia. Y hemos elegido autoridades para que actúen a favor de una ciudadanía esforzada y trabajadora. Lo demandamos. (El Universo)

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