Ollanta Humala acaba de transformar la Gran Transformación en una lista de programas sociales focalizados en la ayuda a los pobres, es decir “los que no pueden pagar” por ciertos servicios y que el Estado está tratando de financiar, en un estilo que es más novedoso en las denominaciones, que en el contenido y en el alcance de los mismos.
Esta es “la Gran Transformación”, dijo, como si estuviera afirmando una clave de identidad frente a la reiterada “interpretación” de sus antiguos enemigos y hoy aliados mediáticos en el sentido de que lo que rige ahora es la llamada “hoja de ruta” y mala suerte los que no se dieron cuenta, pero de la “transformación” que se trata ahora ya no es la de los planes de gobierno de 2006 y 2011, sino de algo así que estamos transformando.
No olvidar que la transformación a la que apelaba el nacionalismo electoral tenía como ejes el cambio constitucional para quitarle amarras al Estado y al país, el cambio del modelo económico para hacerlo menos dependiente del exterior y ampliar su preocupación social (trabajadores, pequeños productores nacionales, comunidades rurales y extremo pobres) y enfrentar la corrupción que permanece impune, construyendo un gobierno honesto. Era un cambio de rumbo. Ahora Humala dice que su transformación es Cuna-más, Beca 18, Pensión 65 y aumento del salario mínimo. No es que estén de más estos beneficios, pero por eso no era que se movilizaron millones de personas desde hace por lo menos siete años y se polarizó al país en dos bloques entre los que reclamaban la urgencia del cambio y los que se resistían o tenían miedo a cambiar. Hoy, mucha de la gente del cambio se siente traicionada por el curso tomado por el gobierno, y mucho del no cambio buscan las justificaciones para que Ollanta esté ahora cerca de ellos, aunque diga que está haciendo una “gran transformación”. Para los que esperaban una autocrítica o explicación del viraje de estos meses, decidido por su cuenta por la pareja Humala-Heredia, el discurso debe ser una frustración adicional.
El segundo asunto del discurso que tiene una relevancia política, más allá del dato de beneficiarios, es el que estuvo deliberadamente ausente, que es el del futuro del proyecto Conga. Impresiona que los analistas más agudos y algunos otros hayan enfatizado en que “algo tenía que decir”. Más chabacana, Luz Salgado simplificó: total Conga va o no va, que significa que el presidente debió usar la tribuna de 8 de julio para atizar la polémica. Pero es evidente que este silencio es casi el programa del gabinete Jiménez Mayor, que consiste en dilatar la actual “escucha” de los sacerdotes-facilitadores como mecanismo de distensión mientras se madura alguna salida al enredo con el compromiso de todas las partes. Todo indica que para Humala, el lío de Conga no tiene solución a la vista y una fórmula como la del referéndum cajamarquino son demasiado riesgosas porque el gobierno ha comprometido su posición con la de la empresa. Entonces lo que quiere decir que la intención es quitarle prioridad a Conga, mantener la suspensión sin declararla, producir cambios en la legislación minera-ambiental en los siguientes meses y esperar los resultados electorales del 2014, para ver cuál es la correlación de fuerzas.
O sea la cosa no es que no volvió sobre va o no va, sino lo que quiso decir con su silencio. Y en Cajamarca creo que muchos van a entenderlo y decidir lo que harán a partir de ello (Con información del diario La Primera).