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Miércoles 01 de agosto 2012

Dinero para nada

Por: Paul Krugman.
Dinero para nada
Foto: Referencial

Desde hace varios años, personas supuestamente serias han estado emitiendo funestas advertencias sobre las consecuencias de grandes déficits presupuestarios; déficits que son abrumadoramente el resultado de nuestra presente crisis económica. En mayo del 2009, Niall Ferguson, de la Universidad de Harvard, declaró que la “marejada de emisión de deuda” ocasionaría que se dispararan los intereses de Estados Unidos. En marzo del 2011, Erskine Bowles, el copresidente de la comisión del déficit del presidente Barack Obama, advirtió que a menos de que se emprendieran acciones pronto respecto del déficit, “los mercados nos devastarán”, probablemente dentro de dos años. Y así por el estilo.

Bien, supongo que a Bowles le quedan unos cuantos meses. Sin embargo, ocurrió algo gracioso en el camino a la crisis fiscal pronosticada: en vez de dispararse, los costos para pedir préstamos en Estados Unidos han caído a su nivel más bajo en la historia del país. Y no solo es Estados Unidos. En este punto, cada país industrializado que pide préstamos en su propia divisa es capaz de obtener préstamos muy baratos.

El hecho de que los déficits no hayan logrado producir el pronosticado aumento en tasas de interés nos está diciendo algo importante respecto de la naturaleza de nuestras complicaciones económicas (y la prudencia, o falta de, de los autonombrados guardianes de nuestra virtud fiscal). Pero, antes de que llegue a eso, hablemos sobre esos bajísimos costos para préstamos; tan bajos que, en algunos casos, los inversionistas de hecho están pagándoles a gobiernos para que cuiden su dinero.

En su mayoría, esto está ocurriendo con “valores protegidos de la inflación”; esto es, bonos cuyos pagos futuros están vinculados a precios del consumidor para que los inversionistas no tengan que temer que su inversión sea menoscabada por la inflación.

Incluso con esta protección, los inversionistas solían exigir considerables pagos adicionales. Antes de la crisis, los bonos estadounidenses a diez años, protegidos de la inflación, pagaban generalmente alrededor del 2%. Sin embargo, en fechas recientes, la tasa sobre esos bonos ha sido menos 0,6%. Los inversionistas están dispuestos a pagar más por comprar estos bonos que el monto, ajustado por la inflación, que el gobierno pagará con el tiempo en interés y capital.

Así que, en cierta forma, los inversionistas les están ofreciendo a los gobiernos dinero gratis durante los próximos diez años; de hecho están dispuestos a pagarles a los gobiernos una modesta cuota por mantener segura su riqueza.

Ahora bien, aquellos que tienen intereses personales en la historia de la crisis fiscal han hecho varios intentos por disipar con explicaciones por qué esa crisis no se ha materializado. Uno de los favoritos es el alegato en el sentido de que la Reserva Federal está manteniendo las tasas de interés artificialmente bajas mediante la compra de bonos del gobierno. Sin embargo, esa teoría fue puesta a prueba el verano pasado cuando la Fed suspendió temporalmente las compras de bonos. Mucha gente –incluido Bill Gross del gigantesco fondo de bonos Pimco– pronosticó un aumento de tasas. No ocurrió nada.

Ah, y no hagan caso a las advertencias de que cualquier día nos convertiremos en Grecia, Grecia te digo. Países como Grecia, y para lo que es igual España, están padeciendo a raíz de su decisión mal aconsejada de renunciar a sus propias divisas por el euro, que los ha dejado vulnerables de una manera que Estados Unidos sencillamente no presenta.

Entonces, ¿qué pasa? La respuesta principal es que esto es lo que pasa cuando existe un “choque de desapalancamiento”, en el cual todos están intentando reducir la deuda al mismo tiempo. Los préstamos para hogares se han desplomado; los negocios están sentados sobre dinero porque no hay razón para expandir la capacidad cuando las ventas no se materializan; y el resultado es que los inversionistas están muy engalanados pero no tienen a dónde ir, o más bien no tienen lugar alguno para poner su dinero. Así que están comprando deuda del gobierno, incluso con rendimientos muy bajos, por falta de alternativas. Lo que es más, al poner dinero a disposición a tan bajo precio, en efecto ellos están suplicándoles a los gobiernos que emitan más deuda.

Y los gobiernos deberían empezar a concederles su deseo, no a obsesionarse con los déficits a corto plazo.

Aclaración obligatoria: sí, tenemos un problema con el presupuesto a largo plazo, y deberíamos estar aplicando medidas para resolver ese problema, principalmente conteniendo los costos del cuidado de salud. Sin embargo, es simplemente una locura estar despidiendo a profesores de escuelas y cancelando proyectos de infraestructura en momentos que hay inversionistas ofreciendo financiamiento cero o con interés negativo.

Ni siquiera es necesario exponer un argumento keynesiano sobre los empleos para verlo. Todo lo que hace falta es notar que cuando el dinero es barato, ese es buen momento para invertir. Y tanto educación como infraestructura son inversiones en el futuro de Estados Unidos; con el tiempo pagaremos un gran precio, completamente gratuito, por la ferocidad con que están siendo atacadas.

Dicho eso, usted también debería ser keynesiano. La experiencia de los últimos años –sobre todo, el fracaso espectacular de políticas de austeridad en Europa– ha sido una dramática demostración del punto básico de Keynes: abatir el gasto en una economía deprimida deprime aún más a esa economía.

Así que es hora de dejar de prestarles atención a los supuestos hombres prudentes que secuestraron nuestra discusión sobre estrategias e hizo del déficit el centro de la conversación. Ellos han estado equivocados con respecto a todo; y en últimas fechas, incluso los mercados financieros nos están diciendo que deberíamos estar concentrados en los empleos y el crecimiento. (El Universo)

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