Quien no lo tiene claro conscientemente, según las estadísticas pronto lo tendrá, pues al menos algún conocido, familiar, amigo o vecino será víctima de la delincuencia en los próximos días u horas; la inseguridad ha modificado la forma en la que vivimos.
Por un lado nos ha hecho ciudadanos más alertas, más planificados, más estratégicos y previsivos; por otro, menos sociables, mucho más reservados, más alejados de nuestro propio entorno.
Tal desvinculación es natural, nuestro foco emocional y mental está en protegernos y proteger a quienes amamos, partiendo de la premisa de que también la seguridad es corresponsabilidad nuestra, de todos. De allí que tengamos el deber de preguntarnos: "¿qué puedo hacer yo para contribuir con la solución?".
Sin embargo, de nuevo estamos rodando al ritmo de un círculo vicioso. Recientemente, conocí de cerca un caso en el que unos delincuentes, huyendo de la policía, se escondieron en una residencia familiar. Al llegar la policía a la zona, en su labor de encontrar a los antisociales, entraron a varias de las casas con el permiso de sus habitantes. La sorpresa, para algunos, fue que los funcionarios policiales robaron dinero, prendas y objetos personales de cada una de las casas a las que tuvieron acceso.
Allí el círculo vicioso da una nueva vuelta. Los afectados no denuncian a los funcionarios, pues los creen a veces peores que los delincuentes de oficio.
La seguridad para participar de la solución, exige confianza en las instituciones. Los afectados, ya ni siquiera exigen seguridad ante la delincuencia; ahora piden, en temeroso silencio, confianza; creer que si recurro a un funcionario será para atender efectivamente mi situación de riesgo, no para incrementarla. (El Universal)