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REDES SOCIALES
Lunes 06 de agosto 2012

Pícara democracia

Por: Sergio Armendáriz
Pícara democracia
Foto: comunidadandina.org

Octavio Paz refirió al mexicano –entre otras características–, como el ser que disfraza su soledad en un juego de permanente enmascaramiento. El juego de máscaras le permite mostrar lo que desea exhibir a la vez que ocultar sus apetitos de ambición tanto como sus temores conscientes y por supuesto, el patetismo inocente de su inconciencia. En ningún espacio discursivo es más notorio este hecho que en el campo de la “política”, en el cual el lenguaje sufre un trato de prostitución cotidiana. Un elemento sustantivo de la crítica de Paz es la reflexión sobre el uso del lenguaje como hecho mismo de poder. El análisis crítico de las palabras es también la crítica a los usos y apropiaciones del lenguaje por el discurso político: a los vocablos se les despoja de su contenido semántico y se les atribuyen connotaciones adscritas por el personaje del poder, específicamente del Ejecutivo. La degradación del lenguaje difumina, diluye, el significado.

En 1994, Paz afirmaba al respecto “…Cuando una sociedad se corrompe, lo primero que se gangrena es el lenguaje, la crítica de la sociedad, en consecuencia, comienza con la gramática y con el restablecimiento de los significados. Esto es lo que ha ocurrido en México…” En otras palabras, ha existido un uso perverso del lenguaje como práctica impune del poder, amparado todavía hoy, en los bajos niveles de alfabetización imperantes así como en la compra de los espacios mediáticos hegemónicos, que reproducen las cargas de significado dominante. Los tahúres del casino democrático, es decir, partidos y políticos de oficio, son los principales artífices de este juego de desvirtuación, es decir, atrás de lo dicho, siempre está una postura de manipulación estratégica con ansia de extensión de poder, siendo los ciudadanos de la sociedad civil el instrumento útil para la confirmación de la efectividad de sus hábitos y astucias; entre todos, en México la diferencia es de grados de inteligencia y practicismo, improbablemente de calidad en el sentido ético de sus acciones.

Lenguaje empobrecido por ignorancia y dolo; canalladas conceptuales ejercidas en contra de términos tales como “democracia”, “representación popular”, “autonomía”, “federalismo”, “república”, “ciudadanía”, “civilidad”, conformando un universo paralelo entero a la expresividad del candor ético, erigiéndose como la grotesca máscara justificatoria de cualquier encubrimiento y simulación “inteligente”, felicidad que tiene su momento de clímax en las urnas inducidas, al costo del ejercicio de una rara especie de “democracia pícara”. Picaresca verbal que es traducción de espejo de una conducta inescrupulosa, manipuladora de métodos y procesos de acuerdos en y para el poder, enmascaramiento burdo de lógicas tribales de favores en la lógica del venerable nepotismo, o en el uso y abuso de la imposición facciosa disfrazada de representación democrática.

En ese sentido, todo el bulto verbal que actualmente se emplea para legitimar reformas a los periodos electorales en Chihuahua, así como para enfocar las conveniencias de algunos perfiles de representantes, se percibe a final de cuentas como una maniobra más para satisfacer ambiciones patrimonialistas de poder eterno, con todo el folclorismo que esto implica; simplemente, el objetivo sin endulzamiento, radica en durar, no auténticamente en servir. La eterna trampa del juego político estriba en su naturaleza fundamental de competencia binaria, es decir, “donde uno gana el otro pierde”, la famosa suma cero de la teoría de juegos. En el ejercicio democrático no es factible el código binario, que termina por convertirse en una expresión maniquea de “buenos y malos”, escenario de teatro de la picaresca gananciosa que cree ver por todos lados a cortesanos idiotas útiles, o bien, a sujetos incómodos indignos de los favores del príncipe. Volviendo a Octavio Paz, en tal respecto “…Es verdad que los orígenes históricos de la corrupción están en el México virreinal, es decir, en el patrimonialismo de la monarquía absolutista: el príncipe gobierna a su pueblo como si fuese su casa. El fin del patrimonialismo en Europa se debió a la adopción de un nuevo tipo de racionalidad económica y política. Fue un cambio de la moral pública aliado estrechamente a la implantación de la democracia y al ejercicio de la crítica…”

Nota publicada en diario.com.mx

TAGS: democracia
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