Milton Friedman habría cumplido cien años el pasado 31 de julio. El centenario de su nacimiento es propicio para rescatar sus Essays in Positive Economics, uno de cuyos capítulos aborda el debate entre precio fijo o flexible para las divisas. El economista recibió el Nobel en 1976.
Cuando el bolívar inicia su depreciación frente al dólar, los productos importados -usualmente denominados en dólares- comienzan a costar más bolívares. Ante el peligro inflacionario, el Gobierno fija el precio del dólar y usualmente se le deja más barato respecto de lo que debería costar. El resultado es que artificialmente el bolívar queda fuerte, propiciando que los venezolanos aprovechen para comprar dólares, endeudarse en moneda extrajera e importar más. Esto trae más controles del Gobierno. Lo que nació como un intento por controlar los precios de importaciones degenera en escasez de divisas, mercancías y consumo de reservas internacionales, añadiéndose fraudes comerciales y hasta sobornos a empleados públicos. Así fue bajo los gobiernos de Lusinchi, el segundo de Caldera y, ahora, del actual Presidente.
Para quienes defienden un tipo de cambio fijo, cuando la moneda local -el bolívar- pierde valor, Friedman señala: "El argumento es poco significativo cuando la disminución de los tipos de cambios es reflejo de un abierto movimiento inflacionista en el interior; en ese caso, la depreciación es, claramente, más un efecto de la inflación que una causa de la misma".
Cuando los venezolanos van hacia el dólar están dando señales sobre una menor confianza en su propia moneda y revelando que esperan inflación, por lo cual quieren el dólar por su mayor poder de compra. Meditando sobre este escenario, Friedman considera cuáles ajustes hay a disposición ante la preferencia por moneda extranjera o "fuga de capitales":
Al respecto señala: "Después de todo, existen únicamente cuatro medios para enfrentarse con las presiones de balanza de pagos ocasionadas por cambios en las circunstancias que afectan a las transacciones internacionales: 1) equilibrando las modificaciones de las divisas-reserva; 2) por medio de ajustes en el nivel general de precios y renta interna; 3) por medio de ajustes en los tipos de cambio, y 4) con controles directos en las transacciones con el extranjero".
Así que la inflación, el control sobre el comercio y la restricción a la compraventa de divisas, junto a consumir las reservas internacionales, representan supuestas alternativas a dejar fluctuar la moneda libremente. La reflexión revela que estas cuatro opciones son peores en eficiencia y equidad.
Un argumento a favor del tipo de cambio flexible es que permite un precio más fácil de ajustar. Friedman afirma: "Si los precios internos fueran tan flexibles como los tipos de cambio, desde un punto de vista económico no tendría relevancia determinar si los ajustes habían sido producidos por variaciones de los tipos de cambio o por variaciones equivalentes de los precios internos. Pero esta condición evidentemente no se cumple. El tipo de cambio es potencialmente flexible mientras no exista una acción administrativa que lo congele. Al menos en el mundo moderno, los precios interiores son altamente rígidos".
La aversión a dejar fluctuar la moneda puede provenir de la confusión entre fluctuación e inestabilidad. Friedman distingue: "La inestabilidad de los tipos de cambio es un síntoma de inestabilidad de la estructura económica subyacente. La eliminación de este síntoma congelando administrativamente los tipos de cambio no resuelve ninguna de las dificultades de fondo y lo único que se consigue es hacer más penoso el ajuste estructural". La inestabilidad monetaria suele reflejar que otras cosas andan mal en la economía.
En suma, es más eficiente y menos costoso socialmente dejar fluctuar la divisa. Friedman resume: "Hemos visto cómo los controles directos, con unos tipos de cambio rígidos y el uso oficial de las reservas monetarias, tiene por sí mismos unos efectos sorprendentes, al menos en las condiciones modernas; cómo pueden producir un ritmo y velocidad de reajuste considerablemente irregulares con etapas alternativas de reajuste excesivamente rápido o excesivamente lento, y cómo los controles directos pueden, en última instancia, conducir a formas de reajuste exactamente contrarias a las perseguidas".
Colocar como objetivo de política un tipo de cambio fijo obliga a ajustes más costosos y contraproducentes. (El Universal)