Desafíos (I)

La ola de agitación que sacude al país genera dos tipos de posiciones. En una orilla, todo se achaca a la manipulación extremista. En la otra, a justas demandas regionales espontáneas sin una determinada agenda política. Como todo en la vida, la realidad puede encontrarse en el medio.

Porque no podemos hablar de un país que avanza si no se encara el desafío de la inclusión, para acabar con ese Perú dual, con un polo moderno en la costa y millones de compatriotas en otras regiones sistemáticamente marginados. Además de la injusticia ética que eso presupone, se afronta el riesgo de profundizar aún más la frustración de quienes están desenganchados del proceso de globalización.

Pero el éxito dependerá no solo de la capacidad que pueda tener el gobierno y el sector privado en trabajar de manera articulada, sino también del grado de cooperación de los gobiernos regionales y municipales. Lamentablemente, para algunos la prioridad no es mejorar las condiciones sociales y medioambientales de la población sino estar a la cabeza de los reclamos, por más absurdos que éstos sean.

En ciertas partes del país, la regionalización ha sido entendida como una especie de feudalismo en el que las autoridades se comportan como monarcas. El Sr. Santos es ejemplo emblemático. Reclama canon pero aboga por el cierre de las empresas mineras para ganarse el aplauso de sectores radicales sin percatarse del enorme contrasentido de su postura.

En vez de hacer politiquería, él y otras autoridades deberían concentrarse en favorecer el proceso de recuperación de las economías regionales y respaldar un desarrollo territorialmente armónico. Pero la demagogia les sirve para ocultar su clamorosa incapacidad a la hora de utilizar adecuadamente los millonarios recursos que han recibido del gobierno central. Seguimos mañana…

Columna del director del diario La Razón - 7 de agosto de 2012.