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Domingo 12 de agosto 2012

Leer para crecer

Por: Francisco Gámez Arcaya.
Leer para crecer
Foto: Referencial

En esta época es común ver pulular por las calles de la ciudad apuradas y precavidas madres cargadas de inmensas bolsas plásticas que contienen esos olores tan particulares y distintivos del mundo estudiantil. Una mezcla única de los aromas que despiden la madera de los lápices, el pegamento de barra y los potecitos de témpera, toda ella bajo la fragancia de fondo del odioso pero necesario papel contacto. En muchas de esas bolsas reposará algún reluciente libro de ejercicios de matemáticas, cuadernos y blocks de dibujo. Al fondo, tropezando entre puntiagudos compases y escuadras, habrá tal vez un libro, una novela tímidamente sugerida por un profesor de literatura.

Lo cierto del caso es que esas bolsas invernarán en algún rincón del hogar hasta que se avecine el comienzo del año escolar. Días antes a esa fecha, todo el equilibro propio del descanso quedará irremediablemente fracturado por las abundantes diligencias que rodean esos preparativo. Entonces los olores volverán, ya más dispersos, cuando se vacíen las bolsas olvidadas y se ordenen en la mesa todos los útiles previamente adquiridos. Comenzará así el apilamiento del material y volverá a la luz del día aquella novela aplastada al fondo.

Con el inicio del año, rodeado de esos materiales vírgenes, sin manchas de creyón ni virutas de lápices, el alumno subirá un nuevo escalón en su proceso de enseñanza. Lo inundarán de instrucción técnica y de métodos para resolver complejos teoremas. Asuntos indispensables para su vida profesional y, sobre todo, para su discernimiento vocacional.

Por otro lado, la formación humana, que no conoce de vacaciones ni de treguas y que depende de la familia de cada quien, tendrá un refuerzo, más o menos tenue, en el aula del colegio. En eso consistirá el nuevo año escolar.

Relegado

En esa formación propia del hogar, que comprende a grandes rasgos lo concerniente a la fe, a los valores y a los hábitos, encontramos al usualmente relegado hábito de la lectura. Aquella novela incluida en la gran bolsa de útiles no servirá de nada, no dejará huella alguna, no transformará a nadie, si el alumno no cuenta con un espíritu habituado a la reflexión y a la lectura. Dicho hábito debe provenir forzosamente del hogar. Pareciera ser muy importante el tiempo invertido en Internet, la televisión, el videojuego y el deporte, arrinconando el silencio y la lectura a un espacio minúsculo, a veces inexistente, dentro de los quehaceres familiares. Mientras no surjan en la familia momentos de estímulo a favor de la lectura, seremos una sociedad que cada vez reflexione menos sobre sí misma, lo cual nos transporta a un viaje sin rumbo.

La frase de Schopenhauer: "leer es pensar con la cabeza de otro en lugar de con la propia", devela el poder de la palabra escrita.

Los libros nos conducen a paisajes fantásticos, a situaciones imprevistas y únicas, a realidades sorprendentes que habitan en esa íntima relación que se construye entre lo escrito y nuestra imaginación. No existen mundos fijos en la lectura. Cada quien, de acuerdo a su propia conciencia, a sus vivencias previas, a su particular forma de ver el mundo, entroniza en su ser descripciones y pensamientos de forma individual e irrepetible.

Habrán coincidencias, ciertamente, entre lo escrito y lo asumido, pero una parte importante de la lectura la pondrá siempre el lector. Es ese el tesoro que la familia debe mostrar a los más pequeños de la casa. Si la lectura es un hábito familiar, si hay ejemplos en el hogar que muestren la riqueza de la lectura, entonces será natural la compañía de un libro en la vida de cada individuo y la consecuencia lógica será el crecimiento del espíritu, del vocabulario, del mundo de cada quien.

Escribir

Por otra parte, si leer enriquece al hombre porque le permite combinar su inteligencia con la del escritor y así formar un relato único que transforma, cuán importante será entonces el oficio de escribir. Escribir es el retorno del leer, es volver sobre caminos ya recorridos y hacerlos a la inversa mediante creaciones propias. Por eso solo de una cantera de lectores frecuentes nacerán escritores competentes.

Los escritores son grandes moldeadores del pensamiento. Son termómetros de nuestra realidad. De ahí la importancia de que cada país cuente con su arsenal de escritores, quienes observarán, meditarán y plasmarán lo que somos y lo que nos rodea en un momento histórico determinado. Una sociedad sin escritores es el resultado de una sociedad que lee poco, pero también que observa poco, que reflexiona poco, que se encuentra entre limbos sujetos a los vaivenes de una cotidianidad donde lo extraordinario está vinculado al espanto y a la reacción y no a la belleza ni al pensamiento.

Con apuro

Por otra parte, los escritores son reflejo de lo que somos. Hoy es frecuente observar ciertos narradores que atropellan tramas para contar desenlaces con apuro.

Vemos escritores sin tiempo para describir, limitando sus ambientes a aquellos necesarios para que sus personajes puedan vivir apretados en un espacio reducido. Hay mucha prisa en la narración, semejante a la del transeúnte que a diario vemos en las calles de cualquier ciudad del país. Acción y reacción, espanto y susto, golpe y dolor. Hoy son raros los estilos como el de Gallegos, surgidos de la Venezuela rural de 1929, cuando en Doña Bárbara la belleza y la trama juegan a dúo y el lector participa de ellas mediante una visión detallada y compartida. Hoy no encontramos relatos así porque el país no es así. No hay tiempo y la urgencia y la inmediatez lo inundan todo. Es innegable que las realidades son distintas y así quedan plasmadas en esas letras que descifrará el ojo del lector. Un lector que vive en un mundo veloz, similar al del escritor que lo describe.

Del hogar

Por tanto, si en nuestra conciencia está el deseo de evolucionar como país, como familia y como individuo, el cultivo del hábito de la lectura, así como la formación humana en los valores y en la fe, debe venir intensa y constantemente del hogar, de ese espacio seguro y estable donde se forjan las personalidades y los sentimientos. Por eso, aquel tímido libro al fondo de la bolsa plástica de los útiles escolares debe tener un destino más digno que el mero olvido hasta la apurada y temida hora del examen de lapso.

Lo importante, lo vital, es que padres e hijos busquen espacios para cálidas y silentes compañías en la tarde de un sábado o en una noche cualquiera, en la que el televisor haga silencio, el teléfono se ignore e Internet se adormezca, a fin de forjar la próxima generación de lectores y escritores venezolanos.

Aquellos que observarán con mente y espíritu crítico nuestro entorno, que lo describirán en crudos relatos para alertarnos de nuestros errores o que idearán mundos mejores para estimularnos a crecer. Venezuela necesita de aquellos que sueñen y retraten un país más justo, más colorido, más grande, pero sobre todo más posible. Esa urgente tarea está en las manos de nuestras familias y nunca es tarde para comenzar. (El Universal)

TAGS: libros, Venezuela
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