Rara avis

Pocas veces los políticos son consecuentes, sobre todo cuando están en campaña electoral y prefieren sacrificar principios para cosechar votos. Sin embargo, el republicano Mitt Rommey dio un notable ejemplo de consecuencia al designar como su compañero de fórmula a Paul Ryan, quien preside la poderosa Comisión de Presupuesto de la Cámara de Representantes. En un país como Estados Unidos, supuesta cuna del capitalismo donde la filosofía demócrata imperante es que el gobierno debe quitar lo más que pueda a los que producen para subsidiar a los incompetentes, la nominación de Ryan es todo un desafío.

Con gran experiencia política pese a sus 42 años y ferviente admirador de Ayn Rand –regala en Navidad La Rebelión de Atlas a sus amigos y exige a todos los que trabajan con él leer el libro–, Ryan es lo menos “políticamente correcto” que se pueda imaginar. Sus planes de radicales cortes para reducir el gasto público y modificar el Medicare y otros programas sociales ha sido calificado de “dinamita pura” y no gusta a los electores indecisos y a los simpatizantes demócratas, pero desencantados de Obama.

Y su perfil típicamente WASP –aunque es católico– probablemente le quitará a Rommey parte del voto latino (El de los cubanos-estadounidenses, sin duda, porque Ryan es partidario de acabar con el embargo a Cuba).

De paso, Rommey presentó sin querer a Ryan como “el próximo presidente de Estados Unidos”, el mismo error que cometió Obama cuando candidato con Joe Biden. Los que creen en las cábalas dicen, medio en serio, medio en broma, que es un buen augurio para el republicano. Según Gallup, que generalmente acierta, las últimas encuestas presentan una tendencia al empate entre Obama y Rommey, pero mucha agua aún pasará bajo el río de aquí a noviembre. En cualquier caso, Ryan le pondrá sal y pimienta al debate. No todos los días se encuentra un político capaz de decir a los votantes en su cara pelada que todo aquel que espera que el gobierno resuelva sus problemas es un parásito…

Columna del director del diario La Razón - 15 de agosto de 2012.