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En formalidad necesaria porque la ley lo exige se ha convertido la investidura parlamentaria del primer ministro. Basta garantizar la fidelidad de votos de la mayoría y unas pocas frases elaboradas al paso para la intervención defensora en el Legislativo y tendremos un premier en funciones. No importa para los congresistas adocenados escuchar lo que ofrece, pues al final será el gobernante quien marque la pauta. Esto ya es un mal endémico presente por lo menos en los últimos 32 años. Agravado en este gobierno, donde el poder presidencial se ha endosado a la pareja gobernante, con un gran director de orquesta que es el ministro de Economía.
El premierato, cuando no es el titular de la cartera de Economía y Finanzas quien lo ejerce, deviene en el equivalente de parachoques del Ejecutivo. Se convierte en el “bull” donde se dirigen los disparos de los opositores de toda laya, desde congresistas hasta líderes de las protestas sociales. Hoy la situación no solo no ha cambiado, sino que hasta se le ha perdido el respeto desde las más altas esferas del poder, lo cual es claramente percibido por los agentes económicos y sociales, que saben que las decisiones trascendentes se toman en dos locales del jirón Junín: la alcoba principal de la Casa de Pizarro y la “bolichera del despacho de Economía”.
Hoy, una correlación mayoritaria de votos le dará la investidura del señor Jiménez Mayor y su gabinete, será un acto sin relevancia.
Publicado el 20 de agosto de 2012 en el diario La Razón.
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