Si algún personaje representa las contradicciones de la cultura contemporánea es Julian Assange. El fundador del sitio WikiLeaks ha tenido la osadía de enfrentarse a la institución más sagrada de la modernidad, el Estado-Nación, y ha puesto en jaque no sólo a la diplomacia, sino a empresas y a bancos a través de su controversial sitio de filtraciones.
Desde la visión de los Estados, Assange —nacido en Australia en 1971—es un delator, anarquista y criminal. Desde una perspectiva más filosófica y cultural, es una mezcla de punk y hacker posmoderno, cuyo único referente es la libertad; su arma, la información; su canal, internet y su mejor coartada: la ubicuidad de la red que no tiene un centro de poder.
Escribe Raffi Khatchadourian, en el que es quizá el único reportaje de perfil con testimonios del propio Assange, que su primera Commodore 64 la tuvo a los 16 años y que poco después infiltraría los archivos de la firma de telecomunicaciones canadiense Nortel.
Según un texto del escritor Robert Manne publicado en The Monthly, Assange perteneció al movimiento cypherpunk en la década de 1990, como parte del proyecto Netbsd cuyo lema era que el software libre y la criptografía deben servir para el cambio social.
Assange, emblema contracultural, no tuvo una educación formal, con estudios en ciencias computacionales, física, matemáticas y neurociencias, se adelantó a lo que muchos avezados pedagogos miran como el futuro de la educación para enfrentar un mundo complejo: un amasijo de conocimientos diversos y de habilidades que se autodescubren en el camino.
Julian Assange ha hecho enemigos personales, como el caso de Daniel Domscheit- Berg. El exportavoz de la organización, a quien Julian despidió, escribió en venganza el libro Inside WikiLeaks (Dentro de Wikileaks, editado en español por Roca), que se convirtió en un éxito de ventas, en el que lo califica de avaro, paranoico y megalómano.
El asiduo lector de la obra del ruso Alexander Solzhenitsyn y de Franz Kafka, Assange se forjó como un espíritu hacker, cuyo rasgo sobresaliente es la disolución de todo aquello que controle a la humanidad mediante la tecnología; una perspectiva que algunos consideran ingenua, irresponsable y destructiva.
Hace algunos años el filósofo finlandés Pekka Himanen describió a los programadores informáticos como aquéllos que se autoimponen la misión de facilitar el acceso a la información como parte de una ética postcapitalista y de un espíritu desafiante-alternativo, a lo que denomina: ética hacker.
La palabra hacker no siempre ha tenido la connotación de criminal informático. En la década de 1970, los programadores del Tecnológico de Massachusetts (MIT) se autodenominaron así. Un cracker sería el antónimo, el concepto que alude al terrorista informático.
Según este planteamiento, el hacker tiene una personalidad orientada por valores poscapitalistas, no va por el dinero, el marco familiar, ni mucho menos por un trabajo fijo de ocho horas. De acuerdo con el reportaje de Raffi Khatchadourian, publicado en The New Yorker, Assange ha vivido en aeropuertos y en casas de amigos en Europa, siendo fiel a una existencia itinerante.
Dependiendo de quién lo juzgue, Assange puede encajar en ambos perfiles y ser visto como una cracker que pone en riesgo el sistema político y económico, o bien, puede ser considerado un hacker que desafía al establishment.
Lo más contradictorio del caso es que el conflicto internacional que se está generando no obedece jurídicamente a las bochornosas revelaciones en contra de alguna empresa, banco o gobierno —ninguna desmentida—sino a un supuesto ataque sexual a un par de mujeres en Suecia, país que lo reclama a Gran Bretaña para ser juzgado.
El australiano ha sostenido desde el 2010 que es inocente y que las acusaciones en su contra están motivadas políticamente. Su abogado, Baltasar Garzón, de hecho declaró recientemente que Assange continuará con la lucha por sus derechos.
Quizá por eso, el mundo se sorprendió cuando súbitamente solicitó al gobierno ecuatoriano asilo político, uno de los más represores contra la prensa en América Latina y que hoy clama por los derechos humanos del australiano.
Algunos analistas dicen que la extradición a Suecia podría tratarse de una estrategia para luego llevar a Assange a Estados Unidos, ya que no se le ha perdonado haber hecho públicos cientos de miles de cables diplomáticos, así como el indignante caso del ataque a los civiles en Bagdad —entre estos dos periodistas de la agencia Reuters— desde un helicóptero de las fuerzas armadas estadounidenses. El video conocido como Daño Colateral alguna vez fue secreto de Estado, pero también fue desencriptado por hackers al servicio de Assange y hoy cualquiera puede postearlo en su red social.
Assange es polémica y contradicción; es un símbolo de la batalla de nuestros tiempos: la del control de internet. ¿Quién ganará esta vez? Me parece que Assange lleva las de perder en esta ocasión. Lo verdaderamente indudable en mi opinión, es que habrá un antes y después de Julian Assange en el uso de la red y de la información como arma de revelación de los secretos que incomodan al poder (Con información de CNN).