Uno de los principales bufones del teatro internacional luce últimamente restringido, medio apagado en sus desplantes ante las marquesinas planetarias.
Simultáneamente, un viejo tiranosaurio -que hace medio siglo dominó la escena del histrionismo tercermundista- se sumerge a pasos agigantados por las tinieblas de la irracionalidad, acosado por un implacable alemán.
Ante el vacío que van dejando esos dos grandes exponentes de la picaresca política latinoamericana tímidamente se venía asomando algún que otro aspirante al rol de "enfant terrible" dentro del escenario global.
Y de repente -sin el menor rubor o sentido del ridículo- desde la cintura del mundo brotan las gesticulaciones de un intrascendente saltimbanquis de quinta categoría: una correíta sin fuelle.
Porque donde los otros eran capaces de montar un gran show de resonancia planetaria, este muñequito apenas sirve para cortos sainetes de vaudeville.
El tipo representa un factor político que se creía en completa vía de extinción: el concepto de "república bananera".
Cuando el mundo comenzaba a olvidar aquel despectivo mote -lacerante para la autoestima latinoamericana- salta el histérico personaje con una sarta de monerías que nos recuerda lo que es la política en manos de un Rey Momo: una primitiva y carnavalesca imitación de gobierno y mando.
El tipo osadamente monta su pataleta en una ciudad que recién brinda al mundo el mayor despliegue de eficiencia, seriedad, organización y progreso con unos impecables Juegos Olímpicos: la respetable y majestuosa Londres.
Sediento de notoriedad, recluta a un notorio malandrín de poca monta llamado Julián Assange, solicitado por la justicia ordinaria, empero famoso por haber despeinado a la diplomacia mundial revelando chismes que todo el mundo ya sabía que se hablaban en privado.
Luego -en alarde de supina ignorancia- se inventó un "derecho de asilo" que tan solo existe en Latinoamérica. Y, para argumentar, se alquiló un gastado exhibicionista español, gallo desplumado que se empeña en cantar un último cuplé ante las candilejas de los tabloides.
Y esa comparsa monta su carpa, rebuznando un repertorio de sandeces, en un impertérrito balcón londinense.
El patético desplante de Correa -en su tierra verdugo de la libertad de expresión- reventará sin duda contra una inexpugnable barrera de flema y seriedad británica. Y no hará falta "wikileak" alguno para que el mundo entero se entere cómo se calzan los puntos necesarios para calificar plenamente como indiscutida Medalla de Oro en la casi olvidada categoría de "bananera". (El Universal)