Quien haya tenido la dicha de pasear por el barrio de Knightsbridge, en Londres, sin duda habrá pensado para sus adentros y para sus afueras: "¡qué sabroso sería vivir en una casita de ladrillos rojos como estas!".
¿Se habrá preguntado lo mismo Julian Assange, antes de escoger la incómoda embajada de Ecuador para buscar asilo político? Veamos al personaje...
Su presencia en el barrio atrajo como moscas a una muchedumbre de periodistas, cámaras de televisión, micrófonos de radio, vendedores ambulantes y policías de todo tipo, incluyendo los ruidosos helicópteros que suelen hacer círculos inútiles, como si buscaran, perdidos, una dirección en el aire. ¡Los vecinos no lo quieren!
Es el héroe y villano de una trama mediática que amenaza con convertirse en carne de guión. A partir de 2010 dejó colar más de 700.000 documentos militares y diplomáticos, algunos con informaciones delicadas sobre la guerra en Iraq y Afganistán que preocuparon seriamente al gobierno de Estados Unidos. A él, la operación lo lanzó al estrellato comunicacional: los Wikileaks; y al soldado Bradley Manning, el incauto proveedor de la información confidencial, lo depositó en una celda incomunicada de la cual no se sabe cuándo saldrá. ¡No es un socio confiable!
Pronto los Wikileaks, haciendo honor a su nombre, comenzaron a gotear. Varios de los diarios más prestigiosos del planeta (no incluye el de Pedro White y Jaime Olsen) compraron y publicaron más de 200.000 cables diplomáticos que, se suponía, sembrarían la vergüenza entre las cancillerías del mundo. Fueron muchas las mejillas sonrojadas en más de un servicio exterior. No por los cruciales secretos que los cables habrían desvelado, sino por mostrar al mundo que sus embajadores y personal diplomático se dedicaban a reproducir, como si fuera información clasificada, los chismes y burlas sobre los personajes públicos que se intercambiaban libremente de una mesa a otra en los restaurantes de la capital que los albergaba. ¡Vendía caliche!
Mientras la sandez del llamado cablegate, nos hacía suspirar nostálgicos por las soterradas batallas entre espías durante la guerra fría; emergió el "Guasón" que había fraguado la trama de abrir al mundo lo que sus gobiernos querían resguardar. Se alumbró su recorrido de hacker anarquista, su propensión y talento para el espectáculo público, y la acusación de asalto sexual, de dos de sus excolaboradores, durante una estadía suya en Suecia.
Los que han leído Milenio, o visto alguno de sus remedos cinematográficos, saben que en los países escandinavos, con el estupro no se juega. ¡Obviamente no quiere regresar a Suecia!
Una petición de extradición desde Estocolmo hace que lo detengan en Londres para hacer las averiguaciones de rigor, luego es excarcelado bajo fianza y arresto domiciliario -por la misma justicia británica que recela por parcializada- y se da a la fuga para terminar de invasor en la legación ecuatoriana, alegando ser víctima de una conspiración de los poderosos contra la libertad de expresión. ¡Es más rápido que Bolt, para huir de sus responsabilidades!
Después de dos meses de anonimato -para Assange lo que la luz del Sol para el conde Drácula- cuando ya pocos se acuerdan de su caso, el gobierno ecuatoriano le otorga asilo político porque "teme por su vida" si es extraditado, y el gobierno del Reino Unido lo devuelve a la vida al regalarle la notoriedad que tanto ansiaba. ¡El hombre es un imán para la idiotez!
Lo cierto es que el anarquista mediático con nombre de salón de belleza globalizado: Julian Assange, se salió con la suya. Ahora vive en Ecuador sin haber salido del Reino Unido, da discursos desde el balcón de la embajada ecuatoriana, como el presidente Correa desde el balcón del Palacio de Gobierno en Quito, el exjuez Garzón lo defiende a cambio de compartir un poquito de marquesina, y los indignados se vuelven a indignar en medio de un barrio burgués... como corresponde.
Otro torie cantaría de haberle otorgado al pobre Assange un pasaje sin retorno para Guayaquil, un curso básico de oratoria en español, y haber desviado unos fondos hacia el bufete itinerante del mismísimo exjuez Garzón para impedir, esta vez, que el gobierno ecuatoriano lo extraditara exasperado de regreso a Londres.
¿Cómo pedirle peras a un olmo? Churchill se murió hace ya un buen rato y a la Thatcher se le ve muy mal en la última peliculita. ¡God save te Queen! (El Universal)