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Sábado 25 de agosto 2012

Docentes formadores. El gran reto de la nueva Ley de Reforma Magisterial

Por: Billy Crisanto Seminario
Docentes formadores. El gran reto de la nueva Ley de Reforma Magisterial
Foto: magisterioperu.blogspot.fr

En el contexto de denuncias de corrupción en el entorno presidencial, de nuevas muertes de combatientes inexpertos enviados a luchar contra la narco subversión.  En medio de interpelaciones a ministros, y de tensión política en general, es oportuno reflexionar sobre las opuestas actitudes de los protagonistas de los hechos que ocupan las primeras páginas. Por un lado vemos autoridades apañando a funcionarios corruptos y a mandos policiales que muestran un patético cinismo. Del otro lado observamos, por ejemplo, la indesmayable lucha del valeroso suboficial Millones, y a los deudos de sus compañeros caídos en combate,  quienes, a pesar de las amenazas y hostigamientos, no cesan de exigir justicia.

En ese panorama tan complejo es necesario buscar algunas explicaciones a tan dispares formas de afrontar las dificultades. Comencemos por enfatizar que la base de nuestras convicciones morales se afinca en los primeros años, Establecido el nexo entre la educación recibida por niños y adolescentes y el tipo de personajes que actualmente ocupan la atención pública es útil aterrizarlo en sus más vivenciales relaciones.  Nos referimos a la establecida con  padres y maestros, sus modelos por excelencia en esta etapa. Esto nos lleva a un hecho coyuntural, pero crucial en nuestro país. Hablamos del debate de la nueva Ley de Reforma Magisterial y del tipo de docente que queremos para nuestros hijos.

Veamos, tipos de docentes hay tantos como teorías pedagógicas. No obstante, para una mejor comprensión podemos analizar dos mayoritarios grupos. Maestros trasmisores de información y maestros formadores. Los primeros se caracterizan por tomar de un texto escolar los contenidos seleccionados y dictarlos o escribirlos en la pizarra. El alumno, por su parte se limita a transcribir en su cuaderno dicha información para luego reproducirla de manera oral o escrita.

Los segundos en cambio leen, investigan, cruzan fuentes, sometiendo la información a un análisis crítico antes de compartirla (vivenciarla) con sus alumnos. Este proceso implica relacionar los contenidos con la realidad de nuestro país, de nuestra región, y con la propia realidad  del estudiante. Se trata de identificar y dialogar sobre la trascendencia de un conocimiento o aprendizaje (el mensaje o enseñanza), determinando cómo me convierten en mejor persona.  Una de las estrategias es la proyección (transferencia) cognitiva del alumno, planteando hipótesis en forma de preguntas como: ¿Qué habría pasado, o qué pasaría, si los factores determinantes de un hecho hubieran cambiado?  

Estos ejercicios mentales se pueden realizar, tanto en el campo de las humanidades, como en el de las ciencias exactas. Algunos ejemplos nos pueden dar luces al respecto. En historia podemos debatir cómo habría cambiado el Perú si hubiese triunfado la rebelión de Túpac Amaru II. En CTA podríamos reflexionar preguntándonos, por ejemplo: ¿Cuáles serían las consecuencias de la desaparición de todos los tipos de combustibles?  De igual manera en matemática podríamos hacer pensar a los alumnos requiriéndoles una explicación sobre la famosa paradoja de la carrera de Aquiles y la tortuga (*). Como vemos en cualquier área o disciplina podemos suscitar la fecunda reflexión de los jóvenes, despertando además su creatividad.

El origen histórico de la circunscripción intermediaria (entre un texto y el alumno) de los docentes trasmisores de información tiene que ver con la rigidez de una concepción educativa – etimológica. Nos  referimos al vocablo latín “educare” que significa  conducir,  guiar.  Sin embargo, en Roma misma surgió la concepción opuesta definida como  “ex ducere” que significa “sacar fuera”. Llevado  a nuestros días, este término alude a desarrollar, estimular,  facilitar, etc.  “Educare” implica una acción externa y  activa del maestro quien tiene que introducir conocimientos, y una actitud pasiva del estudiante quien tiene que almacenar dichos conocimientos.

En cambio los maestros formadores, movidos por el paradigma del “ex ducere”, tratan de que cada alumno genere su propio aprendizaje, proporcionándole sólo pistas o estímulos.  A fines del siglo XX el enfoque constructivista enriqueció y trató de extender estos principios. No significó la panacea (nada lo es), pero constituyó un gran avance para la pedagogía contemporánea. Pero como sucede en muchos campos, en nuestro sistema educativo han existido muchos maestros reacios al cambio. Se atrincheraron en su modelo tradicional y han continuado preocupándose sólo en que el alumno tenga el cuaderno lleno de contenidos, los cuales debe repetir al pie de la letra.

De esta manera siguen egresando alumnos que pueden ser un almacén de información, pero carecen de la capacidad para aplicar esos conocimientos a la comprensión de situaciones o problemas personales o de su país. El sistema de ingreso a la universidad pública, excesivamente memorista, ha contribuido a consolidar este modelo de almacenamiento y repetición de datos. Es conocido que detrás de ello está el inmenso negocio de los centros preuniversitarios, de las academias, y de los “exitosos” colegios preuniversitarios. Este tipo de enseñanza garantiza el ingreso, pero mutila la capacidad de análisis crítico, la investigación innovadora, la reflexión ética, la creatividad, que son las capacidades que en estos tiempos determinan, no sólo la formación de buenos profesionales, sino sobre todo de mejores  seres humanos.

En estas semanas en las que se debatirá la nueva Ley de Reforma Magisterial, uno de sus desafíos debe ser brindar programas de capacitación  y de actualización que desarrollen las aptitudes y las actitudes de docentes formadores para, de esta manera ir desterrando a los trasmisores de conocimientos. Este logro, insisto, supone reformar el modelo de ingreso a las universidades públicas que es el que arrastra esta concepción docente. Sí, por lo menos, lográramos cambiar mentalidades y formar sólidas convicciones de superación en nuestros docentes estaremos enrumbándonos por el camino hacia la mejora de nuestra calidad educativa.   

(*) Según el filósofo griego Zenón de Elea el movimiento no existe. Propone para ello una carrera entre Aquiles, símbolo de rapidez,  y una tortuga, símbolo de la lentitud.  Como Aquiles es diez veces más veloz, le da 10 metros de ventaja. Comienza la competencia, Aquiles corre esos diez metros, la tortuga corre uno; Aquiles corre ese metro, la tortuga corre un decímetro; Aquiles corre ese decímetro, la tortuga corre un centímetro; y así hasta el infinito sin que Aquiles logre darle alcance.

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