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REDES SOCIALES
Martes 28 de agosto 2012

Baño de Nanas

Por: Gonzalo Zegarra Mulanovich
Baño de Nanas
Foto: lamula.pe

Durante una simpática parrillada a la que me invitaron en un exclusivo club campestre en las afueras de Lima descubrí desconcertado que, cerca de la piscina de niños, existe un “baño de empleadas”. Yo frecuentaba ese mismo club en mi infancia, porque vivía a pocas cuadras ladera abajo, y estoy seguro de que no existía tal cosa. Lo hubiera notado, pues me habían impactado los relatos de mi madre que, a finales de los años 50, quedó escandalizada cuando arribó a Estados Unidos a estudiar y encontró que existían baños distintos para “hombres” y “hombres de color”.

En la película The Help (Historias cruzadas), un grupo de señoras promueve una iniciativa para hacer obligatorios los baños especiales para criadas negras por miedo al contagio de enfermedades. Como si el sur racista y semirrural de hace 50 años en EEUU reviviera hoy en el Perú, me cuentan que en otro exclusivo club –en plena ciudad– carteles en los baños infantiles prohíben explícitamente el acceso de las nanas –no de todas las adultas–.

Ya que esto antes no ocurría, ¿es razonable relacionarlo con el estilo de vida cada vez más exclusivo y sofisticado derivado del reciente auge producto de la liberalización económica?

La libertad económica bien entendida y aplicada genera riqueza, pero además democratiza, porque el comercio está abierto a todos sin distinciones ni privilegios (SE 1001); a la larga no es compatible con prejuicios raciales ni sociales (SE 1040). La prueba es que en la historia de Occidente el afianzamiento del capitalismo y el decaimiento de la discriminación han ido de la mano.

No sólo el libre mercado sino nuestra civilización toda se sustentan en el axioma de que no existen categorías de personas. Distinguir entre “hombres” y “hombres de color” o “mujeres” y “empleadas” equivale a implicar que los de color no son plena y/o simplemente hombres, y que las empleadas no son iguales al resto de mujeres que pueden usar un baño.

Ése es el mensaje que reciben los niños que asisten a esos clubes, cuando más bien deberían estar siendo preparados para desenvolverse en un mundo crecientemente diverso, igualitario y democrático, sobre todo si en el futuro es probable que estudien en el extranjero, donde no es siquiera concebible una “segregación sanitaria” como ésta.

Estos brotes de discriminación demuestran que entre las élites peruanas hay todavía una minoritaria mentalidad premoderna que se resiste a la extinción (SE 1211, 1225), a contrapelo de una mayoritaria tendencia modernizadora e inclusiva que –sin nostalgia oligárquica (SE 1198, 1016, 1025)– reivindica y revaloriza el mestizaje, la autenticidad y la diversidad (SE 1040, 1198,1309).

Pero no hay que bajar la guardia. Aunque no pretendo que la ley prohíba los baños para nanas o se inmiscuya en los clubes violando la libertad de asociación (SE 1115), sí creo que hay que rechazar explícitamente las perversiones sociales que hacen parecer que el desarrollo puede convivir con la más primitiva mentalidad de casta, o incluso con la corrupción (SE 1202). No sólo por imperativo lógico y moral, sino también por salud emocional: si las nanas son suficientemente buenas para quedar al cuidado de nuestros hijos (SE 1170) –en la práctica supliendo la ausencia de sus (y antes, nuestras) madres– ¿por qué no lo serían para usar el mismo baño?

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